jueves, 6 de junio de 2013

Paz interior: La satisfacción del orgullo, el honor y los principios


Noche relajante en paz y armonía del 6 de junio del 2013. Resulta paradójico que en el Día del Diablo y todos sus demonios del infierno (06-06-2013= (0+6=6) (0+6=6) (2+0+1+3=6) Resultado: 666, el número del demonio) todo resople con la tranquilidad de un día de invierno, donde la estufa calienta el remanso de paz en el que se convierte mi humilde morada nevada en la parte exterior de mi ventana. Quizá falte la estufa, pero se mantiene el calor y la tranquila soledad que rodea mi pequeña habitación, donde tantos y tantos párrafos he escrito. Por cierto, maldita gematría que quiere transformar mi mente en una conspiración de paranoias mayores que la de cada uno de los locos soñadores que permanecen entre las terribles rejas de un manicomio. Maldita la mente, maldita su locura. Bendita eso sí la paz que proporciona, la satisfacción que nos produce. Miro y pienso en la cantidad de pensamientos que recorren mi cabeza en milésimas de segundo. Para que luego digan que los humanos no podemos hacer más de dos cosas a la vez. Recuerdo y valoro la belleza de todo lo que tengo a mi alrededor, como si decenas de vasos de vino hubiesen emborrachado mi cuerpo sin tener cordura alguna. Sin embargo, mi sentido común está más aplicado que cuando don Ramón Gómez de la Serna afirmó que este era el menos común de todos los sentidos. Paradojas, sí, como la paz interior que rodea mi cuerpo. ¿Por qué esta satisfacción en mi alma? ¿Por qué estas mariposas que rodean mi cuerpo cuando el agobio de la rutina debería comerme por dentro? ¿Por qué este remanso de paz entre el día más oscuro, tenebroso y maligno? 

No me gusta buscar respuestas a las preguntas, porque cuando obtenemos las soluciones, la vida nos modifica cualquiera de las cuestiones que nos habíamos realizado anteriormente. Y vuelta a empezar, y vuelta a perder el tiempo en el porqué de las cosas. Sin embargo, me gustaría comprender cómo este oasis en el desierto, cómo este momento de paz rodea mi figura. Tiro del recuerdo y veo la cantidad de tareas que aprietan la soga del estrés y el agobio que se encuentra bajo mi sombra, y me relajo. Miro cada situación compleja que me queda por resolver, y la olvido por minutos. Miro los sueños que poco se me están escapando y me siento indiferente y despreocupado ante ello. Ni siquiera me pregunto qué demonios me pasa. Solo dejo ir la frustración, como si sintiese en mí cada respiración profunda y relajante de la princesa que por mucha nostalgia que me genere, no me hace llorar. Ni siquiera me hace sentirme frustrado y lamentarme a mi suerte. Simplemente disfruto de sentir amor en mi alma, como lo hice en mi pasado. Pocas veces disfrutamos de sentir amor y solo nos preocupamos del objetivo, cuando el camino hacia el corazón de nuestra doncella es lo más apasionante antes del primer beso. Historias paranoicas que produce mi paz interna. Miro atrás en el tiempo (como fascina vivir de las bonitas experiencias) y recuerdo la independencia que tuve en cada decisión que tomé. Ni siquiera me arrepiento de los errores que pocas veces me hacen dormir tranquilo, sino que me siento orgulloso de cada uno de los caminos que elegí tomar. Sonrío, y respiro en paz. 


Como si de un flashback se tratase, se me viene a la mente todas aquellas personas que un día quisieron hacerme llorar de tristeza. Quizá no lo expresé por fuera, sí lo hice, y mucho, por dentro. Esos amores no correspondidos, esa angustia esperando respuestas a tus preguntas que se te hacían incómodas y pesadas... Siento indiferencia por ello. La vida, como otras muchas enseñanzas, me ha demostrado que nunca hay que lamentarse por el camino no escogido, sino mirar hacia delante en el que un día creímos que fue el correcto. Y aunque no fuese el sendero adecuado, todo camino lleva al mismo destino. Con más o menos dificultades, pero todo lleva hacia Roma. O hacia París. O hacia Filadelfia. O hacia nuestra princesa ideal. Mejor dicho, cualquier camino lleva hasta nuestros sueños. En nuestro orgullo, en nuestro honor, en nuestra endereza por decidir sin remordimientos el camino que escoger, ahí se encuentra la grandeza de nuestra figura. Y observo todo lo que poseo a mi lado, y sé que puedo estar satisfecho por mi andadura. Sin regalos de nadie, pero con el orgullo y el honor de cualquier ser terrenal admirable. Porque por algo somos amos de nuestro destino, por algo somos capitanes de nuestras almas. Por algo Mandela nos dejó estos versos latentes en un papel con tinta de una pluma usada y vieja comos sus arrugas, pero tan juveniles como su espíritu esperanzador y soñador. Porque nada ni nadie puede influir en lo que queremos lograr, porque el deseo de cumplir las utopías generadas por nuestras mentes tan cuerdas y alocadas es mucho mayor que el empeño de cualquier piedra del camino por frenarnos. Podremos caer, pero nunca quedarnos en el lugar donde quisieron hacernos desistir.


Leyendo todo esto siento que vivo en un mundo paralelo a la cruda realidad que nos azota a cada humilde humano que cada vez tiene menos garantizada su subsistencia. Quizá sea bipolar, quizá no. Quizá me sienta en otro mundo, quizá no. Pero lo único que sé es que me siento especial, satisfecho del orgullo, honor y principios que rodean mi corazón. Mayor es mi paz entre el caos cuando pienso que dentro de este tenebroso bosque que tantas encrucijadas esconde, lo mejor está por llegar. Seguramente ha llegado ya, y el tiempo solo está esperando el momento idóneo para ir a buscarlo. Siento fuerza en mis principios, los que me hacen creer más en lo que digo y no decir más de lo que creo, los que me hacen elevarme hacia mi propia inmortalidad, los que me hacen salir a la calle y me proporcionan la memoria necesaria para recordar qué y quién soy. Quien es solo la forma de la función, qué y qué soy, un chico con una dulce mirada, hambrienta de sueños, llena de ilusión, apasionada en su alma. No tengo los dotes de expresión de Hugo Weaving en V de Vendetta, pero todos esos sueños que rodean mi figura me harían volar hasta en un simple avión de papel. Bonita metáfora, preciosa paradoja. Soy un soñador, es mi forma de jugar y disfrutar de este juego. Hace tiempo que perdí la vergüenza en expresar lo que deseo, por muy utópico que parezca. Por indiferencia, por satisfacción, por orgullo, por honor, por mis principios que dicen que con esfuerzo, sacrificio y lealtad nada es imposible. Por la paz interior que redondea mi alma y que ni el diablo está dispuesto a poner en duda. Por el destino que se dispone a revelar la luz del alba y que ni el viento puede hacer volar en su locura.


PD: Espero que hayáis disfrutado la entrada y que sintáis lo mismo que yo expresado en estas humildes líneas. Sentiros especiales y hacerlo ver al mundo, puede que no seamos los mejores pero nadie es mejor que nosotros. Os animo a buscar  la paz interior, a sentiros orgullosos de vosotros mismos, a seguir vuestros principios y a escoger vuestro camino sin que nada ni nadie os frene. Cerraré estas líneas como siempre despidiéndome, quizá vuelva a la cruda realidad de la tristeza de la rutina. Pero hacerlo, aislaros, recordad en todo lo que os ha hecho felices y lo que os hizo mejores personas al llorar. Y disfrutadlo, y sentiros orgullosos de todas las experiencias que habéis vivido. Y recordad: lo mejor está por llegar. 


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