viernes, 6 de diciembre de 2013

Hasta siempre, Madiba


Guadalajara, 6 de diciembre del 2013

Querido Nelson Mandela:

Sé que nunca podrás leer esto, quizá nadie lo haga, pero necesito darte las gracias. Como humilde anónimo que soy y que tú fuiste en su día, no puedo desahogar de otra manera mi gratitud hacia ti. No sé ni por donde empezar. Y es curioso porque, desde hace meses, supe que llegaría este momento. Pero aunque estaba predestinado que tu regreso al cielo sería inminente, me resigno a asumir tu ausencia en este mundo que, a pesar de que sigue siendo un lugar insensible y cruel, siempre será un poquito mejor con tu legado y tu imborrable recuerdo. Resulta triste que, en días como hoy, tenga que ser tu marcha la que nos recuerde que nada es imposible, a pesar de vivir acostumbrados a decir más fácilmente un "no puedo" que "voy a intentarlo". Porque, como gran líder que has sido y eres, sacrificaste incluso tu vida para otorgar libertad al pueblo. Ya no a la gente sudafricana, ni a la raza negra, sino a toda la población mundial. No eres su líder Madiba, eres nuestro líder, nuestro espejo en el que mirarnos. 


Casi un siglo de vida te sirvió para profesar el camino hacia un mundo mejor. Hubo gente como tú que murió en el intento de hacer de la paz algo más que una profecía. Costó sangre, sudor y quien sabe si más de una lágrima en aquel lugar de ira y llantos, que aprisionó tu envejecido rostro contra doce rejas que apenas dejaban al Sol alumbrar. Hubo que perdonar a unos cuantos torturadores, aquellos a los cuales el Sol iluminaba sus caras, pero nunca las oscurecía tanto como tu piel y tu celda, la del preso 46664 que derribó todas las murallas. 27 años de martirio que terminaron por hacerte el líder popular de todo un pueblo. Conseguiste cambiar toda una nación y serviste de inspiración a toda la población mundial. Demostraste que aquel que odia puede conseguir amar, que el racismo no es más que una palabra vacía, y que los sueños, por muy duros que sean, se hacen realidad. Sí, lo conseguiste. Con esa sonrisa imborrable que reflejaba a cada sudafricano al cual le habías salvado la vida. Ya eras eterno, Madiba. 


Seguro que hoy volverás al pasado y recordarás en tu lugar dorado del cielo aquel 24 de junio de 1995 en Johannesburgo. En aquella lección de unión y humanidad, cuando elevaste a Sudráfica al Olimpo, mientras François Pienaar alzaba el cetro dorado del rugby mundial. Venciste al pasado, derrotaste al racismo y lograste simplificar en la figura de François la huella imborrable de una leyenda que ni la mitología griega sabría relatar. De aquella gesta de los Springboks, del fin del apartheid, hasta hoy. Parece que por aquí algunos se han olvidado de tu nombre. O, simplemente, nunca han oído hablar de él. Nuestros "líderes" se han convertido en nuestros propios enemigos (algunos tiran hasta la toalla con su incuestionable gracia e ironía), el pueblo se divide entre ideales sin pensar en las consecuencias de un país unido, y otros, después de robar a sus propios compatriotas, lavan sus manos para enmascarar los indicios de una dictadura que llaman "democracia". 


Y es entonces cuando la población, coartada y suprimida, siente miedo. Un miedo que el Gobierno usa como arma frente al pueblo, en una división que nos hace sentir derrotados ante las circunstancias. Y en mi corta y melancólica memoria aparece tu recuerdo, el de una persona valiente que nos dijo un día que un valiente no es el que no siente miedo, sino el que sabe conquistarlo con sus armas. Armas que no hacen el mal, armas que salen victoriosas de su batalla ante la guerra. Armas como la educación, el diálogo o la palabra. Dirán que se las lleva el viento, pero jamás perderán su poder en el tiempo. Y volviste para recordarnos que siempre es el momento oportuno para hacer las cosas bien. Porque somos amos de nuestros destinos, capitanes de nuestras almas. Porque la gloria no es nunca caer, sino levantarse siempre. En la cárcel o en el cielo, pero siempre permaneciendo en el recuerdo. Y levantarse una, dos y las veces que haga falta. Todo para que un día, cuando hayamos cumplido con nuestro deber para nuestro pueblo y nuestro país, podamos dormir por siempre en la eternidad. Para que, en nuestro lecho de muerte, alcemos nuestras almas volando en dirección hacia el cielo. Así terminó tu historia ayer, así comenzó tu leyenda hoy. La de un ángel que casi un siglo después regresa a su cielo inmortal. Hasta siempre, Madiba. 

David Gómez Martínez