martes, 22 de marzo de 2016

Viaje hacia las estrellas


Otra vez por aquí, querido blog. ¿Qué hay de nuevo? Sospecho que tenemos mucho que contar. Qué bonitos son los regresos, ¿verdad? Creo que lo más hermoso de una despedida es saber que volverás, ese tiempo que transcurre desde la última lágrima que me hace perderte en el horizonte hasta la primera que secas con la sutileza de tus dedos. Y si no regresas nunca, ¿qué importa? No hay nada que mate a la esperanza, ni siquiera su propio anhelo. Podría vivir postrado a mi silla el resto de mi vida, siempre tendré fe en que volverás. A fin de cuentas, si alguna vez existimos, si alguna vez fuimos un destello para el firmamento, siempre podremos volver a los recuerdos. Y maldita sea, ¡qué bonitos son los regresos! Y luego dirán que las segundas partes nunca fueron buenas. Pues bien, ¿cuántas veces nos habremos dejado en el letargo invernal? ¿cuántas veces habremos regresado ya?

Quería proponerte un viaje a las estrellas. Porque hoy es nuestro día, el de los poetas. En prosa, claro. No olvides que siempre fuimos paradoja. Te ofrezco que, por un instante, dejemos de ser terrenales. Te ofrezco que nos sintamos infinitos en la finitud, que alcancemos el cielo que hoy no podemos tocar. Siente. Siente como el aire acaricia tus mejillas. Siente que tus brazos sujetan el mundo que un día se te vino encima. Siente que tus labios recorren las curvas más sinuosas del camino que lleva hacia el éxtasis. Siente cómo se congela tu pecho y un escalofrío conmueve tu piel. Siente que vuelas y que tus ojos comienzan a cerrarse hasta que tu brillo te ciegue y refleje la profundidad de tus pupilas. Siente el ruido de la lluvia repicoteando en tu pelo. Siéntelo, empápate de su esencia. Ella te susurra como el canto de las sirenas. 

Para, para, para. Algo está confundiendo mis sentimientos. ¿Recuerdas que te hablé de regresos? Pues algo me dice que no es la primera vez que he viajado hasta allí. Sí, definitivamente, es el cielo. Él también ha cambiado. ¿Sabes? Las estrellas brillan con más fuerza que nunca. No las decora un sutil maquillaje, brillan con luz propia. Sin embargo, ella está presente. Parece como si Pandora hubiera cambiado de rostro y mi corazón fuera su caja, la que entierra todos los males. ¿Y si fuera un mero espejismo de Cupido para alimentar mi angustia? No, tiene que ser ella. Pero nada hay del azul que decora el resto del firmamento y que su mirada simplificaba. Nada hay de su blanca y tersa piel, de su aroma a fresca rosa, de su puro amor. Siento como si el lado más ideal de Romeo se corrompiera en el cinismo de Calisto. Parece que el hechizo que secuestró a Melibea ha superado los efectos secundarios en mi alma. Quizás todavía moriría por ella, pero no viviría para ella.

Pero vaya, el aire ha empezado a abofetear mis mejillas con una dosis de soledad. Mis brazos ya no tienen fuerza para sujetar el mundo que se le cae encima. Mis labios han dejado de recorrer el camino del cielo y han descarrilado en una curva hacia el precipicio. Mi pecho se ha quemado de ardor pasional hasta no padecer nada. Mis brazos ya no son alas para volar. Ni siquiera mis ojos pueden cerrarse y soñar. Permanecen bien abiertos sin contemplar nada, porque nada hay que contemplar. El silencio de la lluvia retumba tan fuerte que me deja sordo. Y yo, empapado por las gotas, escucho el lamento desesperado de Orfeo al contemplar horrorizado a Eurídice con distinta cara. ¿Sabes, querido blog? Me temo que hay regresos que no son bonitos. Estoy enamorado del mismo veneno que me hipnotizó. Y ahí perdura, en mi abandono. Es una agonía saber que volverá. Con otro rostro, con otro nombre. Pero es Amor.