viernes, 20 de noviembre de 2015

Por favor, despierta


Imagina. Imagina una noche eterna. Imagina que un día no vuelve a lucir el Sol por la mañana. Imagina que la oscuridad apaga el brillo de las estrellas. Imagina que en ese ocaso interminable cierras los ojos y las persianas bajan para siempre. Imagina que todo lo que fuiste ya no es, que todo lo que posees es desposeído. Imagina que en nombre de lo más alto te pudres en lo más bajo. Imagina que tu destino, ese ineroxable, lo compra uno de los tuyos. Y que, en nombre del más grande, tus pasos no son más que una parte del proceso. Imagina, simplemente imagina, que la mano invisible del terror ata tus brazos y arranca tus piernas. Imagina que no eres más que el insecto más monstruoso de Kafka. Imagina, por una vez, si el paraíso es tan bonito como la sonrisa de una inocente persona. Imagina, por favor. Imagina.

Escucha. Escucha el gemido del abatido. Escucha las lágrimas de sangre del padre huérfano, del hijo viudo. Escucha los latidos de su indefenso corazón. Él te llama, él te escucha. Y te alcanza. Te alcanza como el cantar de los ángeles en el más allá, o el canto de las sirenas del Egeo. Escúchalos, de veras. Escucha cómo el silencio los frena de repente. Los paraliza como el abandono de sus huesos, esparcidos entre el pánico y la angustia. Escucha cómo las balas destrozan sus compases. Escucha, por favor. Escucha. Todavía puedes oír el eco de sus lamentos. Escucha, no huyas. Escucha el nombre de la paz como el fin de todas las guerras. Escucha el amor al eterno como el odio entre los efímeros. Escucha como su voz se regocija entre balbuceos. Escucha su respiración calmada y serena. Escucha el estruendo que congela las almas de los que tienen miedo a morir. Escucha, por favor. Escucha.

Mira. Mira cómo el Eúfrates tiñe de rojo sus aguas. Mira como allí naufragan cadáveres inmóviles. Mira cómo el monstruo que engendramos no es una pesadilla. Mira, por favor, mira. Es real. Mira sus ojos, llenos de odio y ambición. Llenos del hambre que han empachado nuestras barrigas llenas. Llenos de poder, de poder ante el temor. Mira cómo tiemblan tus piernas. El mundo nunca fue la película de Disney que imaginamos. Mira cómo nuestra gran virtud se ha convertido en nuestro peor defecto. Mira como ya no somos los niños, sino los juguetes. Mira como presumir de libertad nos ha hecho perderla. Y mira por dónde paseas. Mira las flores marchitar al son de las pistolas. Mira tus huellas. Nadie sabe quién las borrará mañana. Nadie recordará tu nombre. Nadie pasará lista en el paraiso. Nadie te buscará allí. Y si te vas, si tú o alguien decide por ti que no vuelvas a amanecer, mira cómo padecen los que sienten tu ausencia. 

Piensa en ellos. Piensa en los que se fueron, y en los que se pueden marchar. Tú estás en la lista. Piensa que en el todo seamos nada. Piensa que el aire se contamina de ceniza. Piensa que estas líneas mueren esclavas de sus sentimientos. Piensa que está pasando, que te puedes pellizcar y que esa sea la menor de tus heridas. Y despierta. Despierta, porque el Sol tiene que salir de nuevo. Despierta, porque el miedo no nos deja dormir. Despierta, porque este mundo vuelva a merecer la pena. Despierta, por los que duermen eternamente. Despierta, para que los que estamos aquí mudemos el paraíso a nuestro planeta. Despierta, para que el castigo sea vivir. Despierta, porque hay que sanar las heridas. Despierta, porque toca vivir la vida. La de verdad, la nuestra, y la de nadie más. Despierta, porque hay que pelear por ella. Y despierta, porque siempre nos tiene que quedar París. Despierta, por favor, despierta. 

jueves, 17 de septiembre de 2015

Mi tablero de ajedrez


Allí, en el lugar donde los poetas también cruzan a pie las calzadas, el camino llevó hasta el fin del infinito horizonte. Aquel remanso de paz sirvió para reposar mis cargadas piernas y sentir el calor del Sol en la brisa del viento. Las sombras marchaban, y un sudor que congelaba mi cuerpo me hacía sentir el contraste de la soledad y sus hermosos pero ignorados placeres. Y, de repente, una voz desangelada soltando el susurro que retumbaría como un grito en el cielo: "La vida es como este tablero de ajedrez". Una mesa descuidada, oxidada por los años y olvidada por las escasas personas que dejaban su huella por aquel sendero de silencio y recuerdos. En ella, un tablero descolorido por la edad, oscuro como la noche y con algunos destellos blancos como la luna y el brillo de las estrellas que la acompañan. El abandono de ese rincón en el mundo parecía haber enterrado cualquier alfil, como las cenizas de la eternidad escondieron Petra bajo las arenas del valle de Aravá. Al igual que los edomitas en Jordania, había encontrado mi maravilla en el mundo. Había descubierto mi metáfora perfecta.

La vida es demasiado corta para el ajedrez, decía Lord Byron. Contemplé en el dolor de esa triste mirada que el tablero no hacía más que mostrarse como un espejo de su alma. Se ennegrecía como el aire atrae la tormenta y descarga el llanto del universo. Pensé que Byron tenía razón. Quizás seamos demasiado efímeros en el mundo terrenal y no podamos contemplar nuestra jugada maestra, nuestra victoria final. Pero hubo algo que el padre romántico olvidó. La vida es una partida de ajedrez. Sin tablas, con varios jaques, pero una infinidad de simbolismo que la convierte en la alegoría del sueño que late nuestra sangre. ¿Acaso no somos el caballo que cabalga hacia sus más locas utopías? En varias direcciones, pero con una única convicción. ¿Realmente no nos hemos sentido nunca como la torre inquebrantable que amurallaba nuestro corazón y aislaba nuestros sentimientos de la insensibilidad de afuera? ¿O no hemos estado tan indefensos y frágiles como el peón que camina solitario en busca de su reina?

Reina, hermosa y amada reina. Tan real como la vida misma. Tan poderosa en el reino, tan esclava del deseo. Tan sutil en su andar, tan seductora en el tablero, deslizando sus caderas y su erguida figura con la finura de Cleopatra. Tan atractiva como la voz de Orfeo, como el canto de las sirenas. Tan eterna como Egipto, tan ardiente como el Sol que calienta las aguas del Nilo. Metáfora del amor verdadero y cruel. Porque es su peligroso encanto quien termina por acabar envenenado en el laberinto de sus piernas. Es en el ajedrez donde la reina danza por los 64 cuadrados perfectos que la convierten en la más poderosa de un palacio donde el rey solo vive para morir. Agonizando de dolor, acosado por la muerte, angustiado por su soledad, abandonado a su suerte. Como el vacío de aquellos ojos apagados. Con el paso lento de un hombre senil que intenta huir de la liebre más astuta, la que no excede su confianza ante la perseverancia de la tortuga más fuerte. 

Y es entonces cuando el rey cae. Abatido por una flecha de Cupido, atropellado por el cabalgar del caballo, acorralado por la artillería enemiga. Cae como un gladiador en el circo, desangrado sin recibir puñalada alguna. Herido sin cicatrices, desnudo sin perder la ropa. La agonía del final le lleva hacia el Elisio de paz por la delgada línea del bien y el mal, por cada cuadro blanco de pureza y negro del inframundo. Porque es el ajedrez El Jardín de las Delicias, la separación del yin y el yang, la escalera que sube al cielo de los ángeles y al infierno de los demonios. Porque es el tablero la metáfora de nuestra existencia, la paradoja de los contrastes. El todo o la nada, el éxtasis de la alegría o la penuria de la tristeza. Así somos nosotros, ¿verdad? Sentimos mientras padecemos, leemos a la par que escribimos. Son el blanco y el negro el conjunto de todos los colores, o de ninguno. Son la combinación de los trajes más elegantes, la penumbra de las sombras y el brillo del firmamento. El color de nuestra piel y de nuestras piezas. Las que campan por el tablero de ajedrez que, descolorido y oxidado, nunca perderá su magia. La magia de la vida, de su principio y su desenlace. De su jaque mate final.

martes, 18 de agosto de 2015

Hermanos de Londres


Querido blog. Probablemente, no exista una entrada tan premeditada y consensuada como esta. Como bien sabrás, tú eres fruto de la espontaneidad de un corazón indefenso, la expresividad de unos sentimientos que no se imaginan, simplemente suceden. Esta ocasión, no sin algo de azar en las vicisitudes de la vida, es distinta. Porque dicen, que el hombre capaz de dominar las palabras en Londres dominaría el mundo. Porque Londres encuentra su esplendor en la neblina que encubría las crueldades de Jack el Destripador, porque Londres encuentra su brillo en la fría y gélida lluvia de agosto caída desde el grisáceo cielo que solo The Shard puede rozar. Fue allí, desde lo alto del ojo que todo lo ve, donde empezaron a fluir estas líneas que ahora, en la lejanía de lo que es un recuerdo cercano, siento la necesidad de plasmar hasta el fin de mi existencia.

La eternidad. Cuánto dinero daría por poder comprar el paso del tiempo, por poder congelarlo y paralizarlo hasta romper con la esencia de la vida, efímera por naturaleza. Pero no, todo aquello que necesitamos es lo que no podemos comprar, porque no tiene precio o porque el dinero no vale nada. Recuerdo esa noche antes del vuelo, ese miedo a la soledad que me atormentaba, esa angustia por partir y ese intento absurdo por contener las lágrimas cuando veía a mi padre y sus ojos vidriosos haciéndome una señal de despedida. Me lanzaba a un precipicio donde solo encontraba un vacío en mi existencia, una penumbra de incógnitas y enigmas incapaces de resolverse. En un vuelo que me alejaba de mi odiada pero añorada rutina. No quería irme de casa, y qué paradoja, que solo mi familia me atraía para regresar a ella dos semanas después. 

Es cierto, nos pasamos la vida anhelando el pasado y cuando queremos disfrutar el presente, todo vuelve a terminar. Un futuro de nostalgia y lamentos ante la brevedad de los momentos. Porque sí, tanto los buenos como los malos momentos tienen la misma duración. Solo que los negativos tienden a acumularse y a reproducirse. Por eso, los positivos brillan como una estrella fugaz que conserva su destello por el firmamento. Y en esa soledad del misterio, en esa angustia enigmática, aparecieron simples desconocidos que de amigos pasaron a convertirse en eternos hermanos. Confidentes de penurias y compañeros de sonrisas, muchas sonrisas. Londres ya no era la poesía de Shakespeare ni el realismo de Dickens. Las campanas del Big Ben retumbaban bajo nuestros gritos. Lord Nelson se estremecía desde lo alto de Trafalgar al contemplar el paso de nosotros, los españoles, los que tantas gloriosas batallas le dieron. Los patos de Hyde Park andaban a nuestro compás, incluso las horas en lo alto de Greenwich se paralizaban para vernos. Camden se unía a nuestra tendencia, y el arte del British se paralizaba con nuestra presencia.

Nuestra amistad se convirtió en octava maravilla del país de Alicia, en lo más caro y valioso de Oxford Street, porque no tiene precio. El último verso de Sir William, el último barco que surcó el Támesis con el Tower Bridge alzándose de par en par. Hicimos presa a la Torre de Londres, licenciamos nuestra hermandad en Cambridge, la bautizamos en Canterbury, la bañamos bajo las olas de Brighton. Porque nuestra alianza fue lo más real de todo el Reino. De nuestro reino de los sueños, los que hicimos realidad juntos. Y es imposible contener las lágrimas cuando os recuerdo, porque un amigo siempre será un hermano. Un corazón que habita en dos almas distintas y que hay que amarrar con garras de acero, con el ancla que Sir Francis Drake surcaba los mares más temidos de Europa. Contra viento y marea, contra rayos y centellas. Contra todo y contra todos. Porque si el destino nos juntó, no será para mirar atrás en el pasado y pensar que esto fue un hasta siempre. Solamente os pido que miremos al futuro, que no vivamos con la añoranza del pasado sino con la esperanza del futuro, y hagamos de Londres y nuestra efímera eternidad una hermandad para siempre. Gracias por aparecer en mi vida y cambiarla para el resto de mis días. Gracias por darme una sonrisa cuando no la esperaba, por acogerme en un grupo de pequeños adolescentes y grandes soñadores. Gracias por dar sentido a estas palabras. Gracias por ser mi poesía en prosa, mis versos sin rima, mi inspiración en vida. Por ser, en definitiva, mis hermanos de Londres.


PD: Dedicado a Gregorio y a mis 20 hermanos: Paula Charco, Carlos Lillo, Andrea Almaraz, Rocío, Andrea De La Cruz, Sara, Celia, Alberto, Vicente, Lucía Rojas, Carlos Moreno, Guillermo, Lucía Pérez, Paula Zamora, José Vicente, María, David, Alicia, Jesús y Carmen. Gracias por todo. Volveremos a encontrarnos.

lunes, 27 de julio de 2015

Nuestra Habitación 101


Existe siempre un lugar que nos atemoriza, un recuerdo que nos congela, un sueño convertido en pesadilla. Puede ser un camino sin fin, un tren sin vuelta, una niebla que te envuelve o una mente que te absorbe. La delgada línea entre lo concreto y lo abstracto distorsiona nuestra realidad. Porque el temor, el miedo, es uno de esos sentidos naturales que agudiza la percepción humana, que nos mantiene siempre alerta. Es él, tan efímero como el destello de un relámpago en la tormenta, tan eterno como una noche en vela, quien coacciona nuestras vidas y las marca para siempre, como un parásito insaciable. Muchas veces, el miedo se convierte en un tópico; otras, sin embargo, roza lo utópico. Se maneja en el instinto de un animal y en la conciencia racional de una persona. Diría que es el miedo, junto al perro y la soledad, los amigos más fieles del hombre.

Pero el miedo es como ese Gran Hermano que te vigila, ese Dios que solo los escépticos ven y que los ateos se niegan a encontrar. La fe solo es para aquellos que temen a la muerte. Y son los cobardes los únicos que no tienen miedo de sí mismos. Ese honor solo lo poseen los más valerosos. Miedo a la muerte, miedo a lo desconocido, miedo a uno mismo, miedo a la soledad... Miedo. El sentimiento que aterroriza más que la propia consecuencia. Porque lo horrible de un temor no es el suceso, sino el temor a que suceda. Y por qué si todo humano tiene miedo, si toda persona encuentra su Habitación 101 en el infierno de su cabeza torturada, ¿por qué el miedo no es homogéneo? ¿Por qué nos inspira el olor de la lluvia y nos atemoriza el ruido de la tormenta? ¿Por qué el caminante que hace camino al andar tiene miedo a su soledad? ¿Por qué adoramos el cielo si tememos las alturas? ¿Por qué nos seduce la tentación si nos sobresalta el pecado? ¿Y por qué nos espanta la muerte si nos perturba la posibilidad de la vida eterna?

No todos tememos lo mismo, es cierto. Tampoco nos importa la coherencia del pensamiento. Wilde afirmaba que el alma cura a los sentidos, y los sentidos curan al alma. Pero si unos ojos observan temerosos su propio espejo, su mismo retrato, encuentran que el tacto le congela y el alma que tanto reclamaba se retuerce de temor. No se puede luchar contra el miedo. Quizás por ello, nuestro mayor sobresalto es el más protegido de nuestros tesoros. Por miedo, solamente por miedo. Lo escondemos, lo olvidamos en nuestro desván de los recuerdos, como si no existiera. Como si nadie lo conociera. Pero, ilusos de nosotros, él siempre está ahí. Qué paradójico. Tenemos miedo a estar solos y solos nos encerramos en nuestro propio miedo, como si un David sin convicción tratara de derrotar a un Goliat sin un talón de Aquiles que lo haga vulnerable. 

Es el miedo ese Ingsoc de '1984', esa guerra interminable que uno no puede combatir solo, ese doblepensar donde el único aliado se transforma en el peor enemigo, donde la Habitación 101 se convierte en la mente que experimenta la peor de sus torturas, el más desolador de sus complejos. Y uno, por principios, es fiel a sí mismo. Pero en la vida como en el amor, la fidelidad nunca podrá con el miedo. Porque mientras la lealtad es una cultura inculcada en la conciencia de los hombres, el temor es un sentido, un instinto irracional que surge por inercia y no por premeditación. Y no olvidemos, que la sangre que llega a nuestro cerebro nace del corazón que siente y palpita, de su impulso instintivo, de su movimiento incesante e inconsciente. No hay antídoto para el miedo. Porque cuando él llega, cuando te encuentras en esa penumbra donde no se distingue ni tu propia sombra, solo queda el vacío. Todo lo que un día nos espantaba, será lo único que amemos para siempre. Solo cuando las arrugas dejen nuestro rostro ajado y repugnante, solo cuando el final sea más cercano que el principio y la voluntad de ceder pueda con el deseo de pelear, recordaremos que lo bonito de la vida, y de los miedos, es el camino y no la meta. Y lo único que nos gustaría repetir sería vivir los errores de la adolescencia y el complejo de los temores que tanto sentido otorgaban a nuestra existencia vacía. Nos refugiaremos en ese lugar que nos atemorizaba, en ese recuerdo que nos congelaba, en ese sueño convertido en pesadilla. Allí, en nuestra Habitación 101.

viernes, 26 de junio de 2015

La despedida: El tren de nunca jamás

 
Miraba quieta, impasiva, insólita ante los andares del viento que difuminaba un horizonte gris en la niebla. Aquel día de septiembre, típicamente otoñal, adquirió un tono invernal propio de una estación de Vivaldi. El eco susurraba un "adiós" que retumbaba en ese solitario lugar, olvidado por el tren que surca sus raíles cada mañana enviando pasajeros hacia el destino de nunca jamás. Porque nunca jamás volverán aquellos que anden por ese camino de hierro y endurecido por un empedrado tan grueso como el adoquín mojado. El cielo encapotado no derramaba ni una gota de lluvia, pero mantenía el suelo empapado de esas lágrimas de dolor e impotencia. Lágrimas resignadas por aquello que no volverá. Lágrimas desesperadas por dejar huella entre los poros de la arena embarrada. Y acompañando su curso, su deslizamiento por ese rostro suave y pálido, sollozos. Sollozos que intentaban acallar ese "adiós" que no maquilla un "hasta luego". Ese "adiós"para toda la vida, aunque toda la vida piense en ella. Ese "adiós" para marchar, aunque no exista lugar al que ir.

Porque es duro ver desaparecer a aquello que no volverás a contemplar nunca. Intentarás rehacer ese instante en tu mente, como si de un puzzle de 1000 piezas se tratara. Poco a poco, paso a paso, como se marchó él. De esa manera tan pausada, tan calmada, tan impávida, tan fría como el día que lo rodeaba. Sientes que estás en ese momento pero ese momento no vuelve a estar ahí, ni él contigo. Tratas de calentar tu cuerpo bajo ese abrigo de cuero que decoraba tu imagen pero no tu cara. Pretendes recuperar el sentido de los brazos, pero no están los suyos para evitar los escalofríos. Él marcha como el tren de nunca jamás que te atropella en las vías o te deja en el andén para siempre. Verás la soledad como una condena, él como una libertad. O quién sabe, quizás su mente no deje de perturbarle hasta el fin de sus días.

Pero es una despedida, y nunca conviene mirar atrás. No hasta que, por lo menos, ella no te vuelva a contemplar. Aquí, como en los tiempos de Lázaro, todos debemos fingir lo que no sentimos, o aparentar lo que no somos. Veloz el tiempo vuela, aunque el mismo tiempo se congele. Habrá tiempo para reflexionar en lo que pudo ser y no fue, por muy rápido que vaya. También en lo que será. Todos los semáforos se ponen en rojo. Todos tienen su minuto de tregua y su recuerdo infinito. Aparece el verde y puedes continuar. Sigues la línea que el camino te marca, sin conocer el final que ya conoces. Paradójico, porque todo termina en algún lugar. Pero, ¿dónde acaba el tren de nunca jamás? ¿Qué importa? Nadie lo sabrá, no estarás para contarlo. O es ella la que no estará para que se lo cuentes. Es tan poderosa que te da una vía de ventaja, o una vida, quién sabe cómo y quién sabe qué.

Porque el tren de nunca jamás es la evolución de la vía, de tu propia vida, y la muerte constituye ese tesoro que llevamos cada uno de nosotros a la tumba. Y que ni ella, ni nadie en su despedida, podrá conocer jamás. Llegará un tiempo en el que ni la persistencia de la memoria rehaga el puzzle de su difuminada presencia desapareciendo entre la niebla. Un tiempo en el que cada detalle se convierta en niebla, en horizonte, en un infinito tan abstracto como irreconocible. Y que el sueño de recuperar a quien un día se fue se deshaga en pedazos. Ella no recordará ni que existió, porque cuando miles de personas se convencen de una mentira la traducen en la realidad. Si dentro de 45 años, en ese 2050 que Orwell predijo, nadie hablara de nosotros, ¿quién puede asegurar que realmente estuvimos aquí? Por entonces, el mojado empedrado se habrá secado. El Sol iluminará las nubes negras, y el estruendo de la tormenta acallará el eco de ese "adiós" de despedida. La despedida en el tren de nunca jamás.

 
 
 

domingo, 3 de mayo de 2015

Como si fueras rock 'n' roll


¿Qué fue lo que me hizo escribir estas palabras? ¿Por qué decidí representar en estas letras las primeras notas de un pentagrama perdido en la eternidad? ¿Qué fuerza me hizo latir mi corazón con la vitalidad que nunca había sentido? Fue mirar a tus ojos y sentir un amor cohibido, moderado, escondido. Así describe Axl Rose su amarga lluvia de noviembre. Unas gotas ficticias, efímeras, a veces inexistentes, que borraron cualquier atisbo del recuerdo de la chica que formó el amor de su vida. Pero su mirada sigue tan latente como la tuya brillando con la camiseta de sus Guns 'n' Roses. Ellos también desaparecieron, pero ese solo de Slash todavía retumba en el eco de cada montaña perdida. Es el terremoto que hizo temblar mi piel al conocerte desde la distancia. Porque así eres tú. Reservada, paciente, contenida. Siempre encontré en tu sonrisa la metáfora de una obra maestra. Como si fueras la doncella que invoca David Gilmour en esos acordes que tanto te enamoran. Como si fueras rock 'n' roll.
 
Porque toda forma de arte tiene su germen. Y a veces, es más complejo inspirar que plasmar el objeto de inspiración. La música es el arte de las musas; la poesía, el arte de la palabra. Dicen que la fusión de los contrastes forman una perfecta paradoja. Unir la dulzura de tu voz y la sutileza de tu sonrisa con el heavy más puro de Metallica es, simplemente, una paradoja. Te hace completa, te hace perfecta. Como la dama de Robert Plant que compró la escalera hacia el cielo. Pero claro, somos humanos y tendemos al error. Aunque siempre te lo he dicho, que los defectos te hacen más auténtica, más humana. Ni siquiera Jimmy Hendrix supo ajustar bien los acordes de su guitarra la primera vez. Tampoco Bon Jovi nació siendo estrella. Antes tenía que servir de camarero a un tal Farrokh Bulsara, aquel que de niño era tan Bohemio como su Rapsodia.
 
Pero claro, también es de humanos infravalorar nuestras virtudes. Y tú, como no, tan humilde y tan tímida, tan tierna que conviertes la mayor simpleza en el mejor de los placeres, no podías ser la excepción. Y aunque realmente lo seas, no pretendes que sea así. Que si no eres para tanto, que si puedes decepcionar... Muchas veces siento que eres como el saxofón de Charlie Parker, una mezcla de blues y jazz. Pura improvisación. Y por muy diferente que sean los acordes, los sonidos, las notas, siempre terminan produciéndote la misma sensación de armonía y emoción. Me sobrecoge pensar que recorrer tus dedos con mi mano, que sentir tu piel en un eterno abrazo, puede producirme semejante sensación. Congelar mi presencia como las lágrimas de Eric Clapton y paralizarme al tenerte ante mis brazos. Como si fueras la dulce amiga que escuchaba el último canto de Johnny Cash. Como si fueras rock 'n' roll.
 
Ahora solo te pido que imagines el instante más bonito de tu infancia, y el sueño que más desees cumplir. Si tú también perteneces al club de soñadores de Lennon, estamos más cerca de lo que crees. Pero, ¿y si te digo que tú formas parte de esos sueños? Que probablemente al oírte hablar me sienta como Ulises al escuchar las sirenas, o al heavy de turno con 'Highway to Hell' en la radio y su Harley surcando las carreteras de la soledad. Como el viento que golpea en la brisa de cada mañana. Como si te convirtieras en la más bonita balada de Scorpions o Bryan Adams. O por qué no decirlo, en la calle más bonita de Filadelfia para Bruce Springsteen. A fin de cuentas, solo en 'Philly' reside el amor fraternal. Como si impregnaras ese sentimiento en mi alma cuál flecha cautivadora de Cupido. En definitiva, como si fueras rock 'n' roll. Así eres tú. La persona que se convirtió en la fuerza que palpita mi vida.

lunes, 20 de abril de 2015

Mi error

 
 
Errar es de humanos. Lo diría cualquier terrenal que pise este planeta, normalmente para justificar con uno de los tópicos clásicos uno de esos fallos. Los errores nos hacen más auténticos, los defectos nos definen como personas. Por lógica, meter la pata nunca puede ser positivo, aunque nos sirva como experiencia. Paradójicamente, el hombre siempre tropezará dos veces con la misma piedra, pero eso es otra historia. Lessing afirmaba certeramente que algunos se equivocan por temor a equivocarse. Pero, ¿qué demonios? La perseverancia siempre aprenderá por error, mientras que el ser cauto lo hará con la lógica y la observación.
 
Me pregunto qué sería para vosotros una vida completa. Seguramente ninguno de vosotros elegiría ver el mundo pasar frente a sus ojos encerrado tras una ventana. Porque hasta el mayor acto de cobardía es una muestra de valentía. Siempre tenemos algo que experimentar ante nosotros. Y vivir es mejor que mirar, podéis estar convencidos de ello. Incluso el mismo acto de clavar tus pupilas en la retina de otra persona ya es un acto de experimentación. No lo voy a negar, muchos de nosotros vivimos nuestra realidad gracias a la ficción de nuestros sueños. Pero la gracia de la vida consiste en eso: en ensayar en el ilusionismo nuestra actuación ante el teatro que nos rodea. Un escenario sin telón (aunque algunos idearan el de Acero) y con la peculiaridad de que hasta cualquier espectador participa en la obra. Algunos, incluso, nos roban el protagonismo por decisión propia. No hay peor error que dar todo aquello que nos pertenece, vender una dignidad que no tiene precio.
 
Pero cada actuación tiene sus imperfecciones. Nacimos con el pecado original en nuestras carnes, y el paso del tiempo corrompe nuestros sentidos. Porque decidme, ¿quién nace con maldad en este planeta? El mayor enemigo del hombre es el hombre. Él mismo se odia, él mismo se mata. Y él mismo, cuando se mira a los ojos, se ama. Somos nuestro peor error. Tan bonita y paradójica es la vida, que incluso el más dañino defecto se transforma en la mejor virtud. Que aquel cáncer que mata se puede curar, que aquel corazón que se desangra puede cicatrizar. Y que aquellos dos que oraban por el mal ajeno, se abrazan. Porque el poder de la palabra, a veces, carece de sentido en el lenguaje del simbolismo, de la belleza en la simplicidad de las cosas.
 
Siempre será un error buscar el placer en la complejidad, el éxito en la invención, mientras obviamos lo que tenemos enfrente. Porque, quien sabe, si esa conversación equivocada, si esa mirada nerviosa que se desvía, si esa última foto guardada en el baúl de los recuerdos, puede ser nuestro mejor error. Nunca sabremos si nuestro destino está previamente trazado, porque desconocemos los caprichos del tiempo. Eso es para los alquimistas. Pero de lo que uno puede estar seguro es que siempre habrá una piedra en la que tropezar. Podremos contemplarla como si del rubí más hermoso se tratara, o bien tirarla al río de la mar buscando que dé saltitos en él hasta perderse en el cristalino fondo de las aguas. Si fallar nos hace humanos, nuestro mejor error puede convertirnos en eternos. Y podré decir, orgulloso, que tropezaría mil veces en la piedra que me vio caer, pero que me levantó hasta darme lo más bonito de esta vida. Ese, será mi error.
 


jueves, 16 de abril de 2015

Caminos de Roma


"Si todos los caminos llevan a Roma, ¿cómo se sale de Roma?". Recordé esa voz perturbando mi cabeza como si fuera un loco de manicomio. Allí, surcando las nubes que me llevaban hacia la Urbe eterna, escuchaba esas dulces palabras dentro de mí, como si yo fuera esa Roma. Incapaces de salir de ese corazón indefenso que late al compás de mi sensibilidad, de las lágrimas que inexplicablemente brotan al oír la sutil voz femenina de esa chica invisible, intangible, anónima, pero que nunca escapa de mi memoria. Como si fuera el último mensaje de una persona que amo y se marchó, y que no volveré a ver jamás. Tan paradójico como añorar lo que nunca has tenido, lo que tu mirada nunca contempló. Así era Roma para mí. Ese sueño lejano del que no querías despertar, pero que al abrir los ojos tenía ante mí. Me sentía abstraído del mundo que me rodeaba, como ese amor a primera vista que se impregna en tu corazón como la flecha más profunda de Cupido, pero en vez de desangrarte como una puñalada, permanece latente hasta que abandonas la vida finita para tocar el cielo.
 
Me sentía pequeño bajo ese inmenso monumento del que hablan maravillas. O le denominaban así, no lo recuerdo muy bien. Dicen que hay seis lugares en este planeta tan maravillosos como ese colosal anfiteatro, aunque dudo que me impresionen de semejante manera. Quedé tan petrificado como el Moisés de Miguel Ángel. Un dejà vu recorrió mis cinco sentidos, estremeció mi cuerpo como si aquello lo hubiera vivido en otro lugar, y pestañeé varias veces. Estaba en otro lugar, en ese tiempo pasado que tanto invocamos y que ninguno de los presentes hoy aquí hemos podido disfrutar. Un imperio erigido desde la más hundida catacumba, y capaz de rozar la eternidad con su última piedra. Sospecho que no soy de lágrima fácil, pero me sentía intimidado, frágil. Había encontrado mi debilidad. La Boca de la Verdad hubiera engullido mi brazo si no reconozco que me veía en otra dimensión. Intentaba buscar paralelismos ante lo que observaba, pero no, no era parecido a lo que había encontrado antes.
 
Y llegué a esas calles tan puramente italianas, bordeando un Tíber cuyas aguas reflejaban un Sol radiante. Caminos pavimentados, empedrados, que agrietaban tus talones hasta producir en ellos un dolor insoportable. Pero no lo sentías, flotabas por ese adoquín. Pitidos de los coches, pedaladas de bicicletas, músicos ambulantes con su flauta y la funda para recaudar el dinero con el que la caridad de la gente recompensa su talento y alegría. Las plantas rodeaban las casas como hiedras, los graffitis hacían del lugar un entorno inhóspito, solitario. Perdido por las calles del Trastevere, sentí la soledad ante toda aquella inmensidad. No encontraba la salida entre tanto callejón, como en esos sueños en los que te piden gritar para volver a la realidad. Pero no, aquello era real. No me perseguía el Minotauro, pero me encontraba encerrado en ese laberinto eterno, que lleva siempre al mismo lugar. No, no se puede salir de Roma.
 
Reconozco que estas palabras comenzaron a fluir allí, y mi único intento es recordar todo lo que ideó mi memoria observando aquellas calles. También confieso que fueron dos monedas las que cayeron a la piscinita que decora el mar desierto de la Fontana. Destruída, masacrada, no perdió ni un ápice de su grandeza. Pero yo no soy de mitos, o quizás sea la excepción que confirme la regla. Ya sabéis, las leyes de la ciencia no van conmigo. No encontré amor físico en Roma, esa princesa a la que dedicarle tu primer "buenos días", como Roberto Benigni en La Vida es Bella. Quizás gasté mi comodín enamorándome de la ciudad y de esa voz que cada día me pregunta cómo salir de allí. Ahora que te he disfrutado, ya no estás. Ahora que te necesito, me hicieron marchar. Ahora que te quiero, ya no volverás. Siempre nos pasa. Piensas en todo lo que has vivido para llegar hasta allí sin darte cuenta de que el tiempo transcurre, y el Carpe Diem se convierte en Ubi Sunt? Y que cuando subes las 500 y pico escaleras de la cúpula de San Pedro con la voz de esa chica suplicándote cómo salir, y te agarras a esas barras que te separan del abismo, observas el laberinto desde arriba y te sientes preso, esclavo de esos caminos de Roma que son inalterables. Porque nunca podrás salir de ellos. Todos juntos conducen a la eternidad.
 
 
 

jueves, 12 de marzo de 2015

Tengo algo para ti

 
 
Tú que me lees, querido padre, estimado amigo, amada doncella, tengo algo para ti. Es el ocaso, lo reconozco, el momento ideal para preparar la mayor obra maestra de cada romántico racional. La luz se apaga, se reflejan las estrellas. El mar transforma su azul turquesa en un anaranjado poderoso y cautivador, ardiente como la mirada de cualquiera que nos enamora con su andar. Tú, que me lees con tu caminar pausado, con tu presencia efímera, tengo algo que decirte. Tú, que contemplas el cielo mientras el Sol decae y tu rostro se paraliza. Tú, que eres el camino que lleva hasta Roma, la montaña más alta del Himalaya, la Diosa más hermosa de todo el Olimpo, tengo un regalo para mostrarte. No, no es nada material. Siento decepcionarte. Si es así, no eres ninguna de las personas que he mencionado. Tú, que eres la musa más inspiradora del universo. Tú, que fuiste el último humano que se levantó por encima del Telón de Acero, o el primer terrenal en elevar su alma hacia la Luna, esto es para ti.
 
Cómo explicarte lo que significas, si quizás no hayamos cruzado ni un solo paso juntos y eres lo más importante para mí. Seguramente, ni nos conozcamos. La distancia no es más que la excusa para poner fin a un sueño imposible, o el aliciente para alimentar la utopía más maravillosa jamás imaginada. Cómo decirte que eres el canal más hondo de Venecia, la amapola más bella de toda Amsterdam. Cómo no compararte con la dama que alza la antorcha de la Libertad que ilumina toda Nueva York, o cómo no hacerte sentir la Octava Maravilla del Mundo. Por qué no ser el oasis del Sahara, o el undécimo mandamiento del Sinaí. Por qué no considerarte la cuarta pirámide de Giza, o el paisaje más bonito de toda Escocia.
 
Tú, que eres el verso más bonito de William Shakespeare, y el soneto más famoso de Garcilaso. Tú, que eres el callejón más inhóspito de París, la obra de arte más hermosa del Prado de Madrid y la elegía más eterna de Homero. Tú, que eres la Julieta más linda que Romeo haya visto nunca. Tú, que eres ese lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme. Tú, que eres la Quinta Estación de Vivaldi, la Décima Sinfonía de Beethoven, todo esto es para ti. Tú eres la persona que necesito en mi vida. Tú eres mi Macondo, la que me hace huír de esos agónicos Cien Años de Soledad. La que evita la Crónica de mi muerte anunciada. Tú, mi Platero, mi Campo de Castilla, mi canción de Sabina. Tú eres tu mejor regalo. Y el mío, qué duda cabe.
 
Por eso tú, que te fuiste pensando que no había manera de recuperar ese tren. Tú, que nunca has podido verme. O tú, que estás ahí siempre a mi lado. Tú eres el mejor regalo. Es paradójico que lo que empezó siendo un canto de sirenas termine por parecer un epitafio a mi ausencia. Aunque no lo niego, ya cayó la noche y es hora de partir. Pero tú no eres mi último testamento, no eres el punto y final. Tú, que me lees con los ojos tan vidriosos como los míos. Tú, que eres el río que desemboca en el mar de Manrique. Tú eres la persona que quiero aquí a mi lado. Tú eres mi osito de peluche, la última persona en la que pienso antes de acostarme y la primera con la que sueño cada mañana. Tú eres la razón de mi existencia, aunque lo que me mantenga con vida en esta realidad sea la pura ficción. Tú, que eres el ojo más grande de Londres, observa con atención estas palabras. Son algo para ti. Son mi mejor regalo. Son las palabras que nos juntarán el resto de nuestra vida, aunque las cenizas hagan añicos el camino que nos una. Tú, anónimo. Tú, futuro amor de mi vida. Tú, amigo mío. Tú, mi más odiado enemigo. Tú, mamá. Tú, hermano. Tú, papá. Tú formas parte de esta poesía en prosa. Tú eres las razones de este corazón indefenso. Tú eres ese algo.
 

domingo, 8 de marzo de 2015

¿Sientes el vacío?

 
Si las palabras conservan su poder es porque pueden cambiar el significado de todo con solo ponerlas o quitarlas. Dicen que un silencio vale más que miles de ellas. No es premeditado hacer el vacío, como no es lo mismo sentirte mal que sentir el mal. Algo similar ocurre con el bien... y con el vacío. Con los millones de sentimientos que rodean a nuestro corazón indefenso. Sé que todos nos hemos sentido vacíos alguna vez, en momentos en los que pensamos que todo terminará algún día y que nada de lo que vivimos posee algún sentido existencial. Momentos en los que nos han tirado al precipicio sin arneses para volverlo a escalar. Nos quedamos allí hasta que algún avión nos visualice vagabundeando en el exilio, en el exoticismo de una felicidad prometida y ficticia que se tradució en penuria y miseria. Como si me hubieran asegurado alegría y prosperidad por comprar algo que no podía pagar. Y ahora, mis deudas, son irreparables. Una Gran Depresión, paradójicamente. A veces, don Dinero también se mete donde menos le llaman. Y las consecuencias son devastadoras.
 
Pero no nos desviemos en nuestro mundo de metáforas y paradojas. Sé que es precioso, a mí me encanta, pero una vez una chica con la que comparto ciertas aficiones literarias me definió como un "poeta en prosa". Yo la respondí "romántico racional". Así que toca seguir con nuestra historia, trazar nuestro camino en este mar de palabras. Pero hablamos del vacío. El camino termina de repente, solo se asoma el abismo en él. Encoges el aliento para que ninguna extraña presencia te empuje a él tras la niebla tenebrosa. Tienes miedo de aquello que se encuentra debajo de ti. Porque aunque sientas que has llegado al final, estás por encima del Infierno. No hay caída sin alzamiento, no hay precipicio sin cima, sin acantilado que te lleve a tocas las nubes del cielo. O las estrellas, que son más brillantes y bonitas.
 
Sin embargo, la niebla borró la hermosa curvatura de tu sonrisa. Quién sabe, probablemente se la llevara el viento entre la neblina. No he vuelto a encontrar una desde entonces. Nadie dijo que fuera fácil, pero tampoco que fuera tan complicado. ¿Y si el amor es el vacío? Porque muchas veces justificamos que las relaciones terminan porque a estas alturas nada es para siempre. Pero, ¿qué nos lleva a unir algo que acabará por separarse un día y que nos hará daño? ¿Merece la pena un instante de felicidad ficticia efímera por un dolor miserable y en ocasiones duradero? Ya nadie sabe en qué tenemos que creer, hasta el punto de que la fe está mal vista. La historia, como la vida, es un ciclo constante que se repite sin que nos demos cuenta. Volvemos al pasado aunque sepamos que estuvo mal, que fue error que no deberíamos volver a cometer. Los recuerdos pesan mucho, tanto para sentirnos bien como para sentirnos mal. Tanto para sentir el bien como para sentir el mal.
 
Y me he quedado ahí, detenido en el abismo, como El caminante sobre el mar de nubes de Friedrich. Puro romántico, puro sentimiento, puro exoticismo. Preso de una libertad engalanada y elevada al máximo exponente. La expresión de la grandeza humana ante el universo que lo rodea. Y ante él, el vacío. Tapado por las nubes, pero presente. Evadiéndose de su angustia, en busca del paraíso sentimental que deje de aliviar las penas y las cure para siempre. Gabardina alargada, bastón clavado en la piedra, cuerpo erguido y mirada firme al horizonte. Y allí, la montaña. La colina que inicia el camino de la eternidad. ¿Volarás hacia el cielo, o caerás al abismo? Si sientes el vacío, compártelo conmigo. Porque recuerda, que todo el vacío de mi vida lo puede llenar una sonrisa. La que se esfumó en la neblina. ¿Te suena? Quién sabe si tú eres el reflejo de las estrellas. Porque entonces, no hay vacío en tu tristeza, no hay camino hacia el cielo. Tú, tan terrenal como el mundo entero, eres el espejo de la eternidad.
 
 
 
 

martes, 27 de enero de 2015

En el cielo siempre brillarán las estrellas

 
Escribo esta carta a la nada para expresar todo lo que siento en este momento. Mi destinatario no vive en este lugar, quizás en algún momento lo hizo, pero este no es su sitio. Se trata de algo mucho más espiritual que material, de esos sentimientos utópicos y abstractos que dan sentido a la vida real. Una vida efímera, terrenal, en muchas ocasiones compleja y siempre con un punto y final. Odio las despedidas, nadie está preparado para ellas. Y, probablemente, llegan cuando menos las esperamos, y cuando menos estamos capacitados para afrontarlas. Caprichos de un cruel destino. Dicen que las personas aprendemos a ser personas en las despedidas, en esa mezcla de dolor y orgullo, cuando todos los recuerdos y momentos vividos se funden en un breve segundo. Un flashback que perdura siempre en la mente humana, esclava de sus sentimientos.
 
Nadie elige las vicisitudes del destino. Nadie se libra de las garras de las circunstancias. Aunque la vida es caprichosa y se ceba más con unos que con otros. Sin embargo, muchas veces encontramos ese destino en los caminos que tomamos para evitarlo. Volamos hacia un infinito que no lleva hacia Roma. Que se lo digan a Orfeo y su hermosa lira. El infierno decidió llevarse a su musa, a su Eurídice inmortal. Solo que ella no estaba hecha para el mundo terrenal. Bajó a lo más profundo el inframundo, pero la presencia de su amada se desvaneció en las cenizas del olvido. Llantos de agonía que entrecortaron su maravillosa voz. Lágrimas de amargura y penuria que componían un canto a la soledad. Has de entender, querido Orfeo, que lo que un día fundimos en nuestra piel no era más que un ángel buscando la hora de subir al cielo. No te tortures en tus pesadillas, todos vivimos con dolor. Pero debemos de saber llevarlo.
 
Los ángeles son eternos, no están hechos para una vida efímera como la nuestra. Lo suyo es contemplar las sonrisas de aquellos que un día viajarán con ellos al cielo. Lo suyo es reflejar la belleza de una dulce mirada con el brillo de su luz. Porque una estrella es el reflejo del alma, el destello que ilumina la opacidad de la noche. Allí residen los ángeles. Como un destello bajan a la Tierra y nos encandilan. Como un destello desaparecen y vuelve a su hogar. Nosotros vivimos enamorados de esos ángeles, subimos a lo más alto de aquel cerro lejano que contemplo en mi ventana solo para observarlas. Se colocan, formas figuras, constelaciones... Y sonrisas. Sonrisas que parecen puros espejismos. Destellos terrenales que desaparecen cuando esa luz se apaga, cuando el ángel vuela para nunca volver a aterrizar a nuestro lado. Cuando la estrella nunca volverá a brillar.
 
Pero no es así, nunca lo será. El dolor no evita que el mundo siga su curso y que el Sol ilumine cada alba y decore cada ocaso. Y el angelito cogerá su escalera hacia el cielo, la subirá hasta alzar el vuelo, y allí reposará en la eternidad, en el infinito que soñamos y que siempre nos dijeron que no podremos alcanzar. Entonces, ese ángel que voló hacia la inmortalidad congeló nuestras lágrimas de tristeza, y las transformó en un espejo donde plasmar su eterna sonrisa. Y te eligió a ti, tan dulce, decaída y abatida por los golpes. Te eligió a ti para esbozar su hermoso rostro. Ahora, tú eres ese ángel. Y volarás, volarás alto. Pero mientras tengas un motivo para vivir, lograrás miles para soñar. Y él, el que tantas veces reía ante tu rostro terrenal, te esperará con la mano tendida mientras observa lo que él siempre tuvo en vida. Ahora lo contempla desde su firmamento, en el que estarás un día cuando tus huesos se fundan en cenizas y tu alma siga reflejando las razones de tu corazón indefenso. En él reside el ángel que ahora controla el compás de tus latidos, la estrella que controla tu destino. Laterá al son de la Luna, se unirá a los millones de astros que componen las galaxias. Pero siempre buscará iluminar tu sonrisa. Porque en el cielo siempre brillarán las estrellas.

jueves, 22 de enero de 2015

Cuestión de fe

 
 
"Si el hombre vive es porque cree en algo". Creer, vivir, soñar. Detrás del reflejo de esa ventana existe un lugar plagado de sueños, más allá de la incandescente atmósfera de nuestro planeta. Una espiral de pensamientos, de ideas que fluyen como los griegos afirmaban. Todo está escrito, solo falta alguien que lo plasme. Solo falta alguien que crea en esas ideas, o que apoye sus convicciones. Porque aquel que tiene fe nunca está solo. Creedme, es cierto lo que digo. Detrás de un solo motivo para vivir hay miles para soñar. Y si los sueños, por imposibles que sean, pueden llegar a cumplirse, es porque estamos capacitados para llevarlos a cabo. Algunos escépticos pretenden justificar la fe como una cualidad otorgada por el creador que guía el camino de la vida eterna. Religión lo llaman. Quizás habría que crear otra corriente filosófica, otro sendero entre los miles de cruces que guían hasta Roma. Porque quizás sea el hombre su propio Dios, el creador de su destino. Cuestión de fe.
 
Fe, creencia en algo sin necesidad de que haya sido confirmado por la experiencia o por la razón, o demostrado por la ciencia. No soy más que un escritor, o un simple intento de ello. Pero me permitiré discrepar y aplicar aquello que está tan de moda y que muchos quieren enterrar. Libertad de expresión, fe absoluta en mis convicciones más allá de los prejuicios y temores. ¿Acaso no existe razón en la mente de un loco? ¿No es cierto que la cordura es la mayor de las corduras? Cierto, que mi mundo interior busca siempre lo más contrastante. Pero tengo razones, ¿no? Las de un corazón indefenso, las que convierten en claro lo que no desprende ninguna nitidez, lo que convierte en cristalino la pared más opaca. Cuestión de fe.
 
Todos creemos en algo, por inverosímil que sea. Por miedo al rechazo, por temor a lo que digan o dejen de decir, nos resguardamos en nuestro mundo interior con esos secretos que llevaremos juntos a nuestra tumba. Pero no nos engañemos, son esas utopías ilusionistas las que nos hacen vivir una vida tan certera. ¿Realidad o ficción? Simplemente, nuestra fe. La fe del desahuciado, del que vive de la caridad ajena, del que daría toda su fortuna por un poquito de felicidad, o del que creía haber encontrado el amor de su vida y ahora es un recuerdo difuminado de esa ventana que miraba al inicio y reflejaba mi rostro, más entero que nunca. Ese rostro jovial, con los ojos menos hinchados que estos tiempos pasados y con el cauce de las lágrimas más seco que un verano en el Sahara. Porque la travesía en el desierto terminó hace tiempo. Cuestión de fe.
 
Porque los tiempos donde nada era posible terminaron cuando el hombre se sentó ante sí mismo y se dijo que quien pierde su fe no puede perder más. Que nunca habrá que tener fe en aquel que la perdió. Palabra de Shakespeare, palabra de humano. Porque todos los caminos se desvían, pero siempre convergen en el mismo destino. Así que a todos aquellos que partieron, que decidieron olvidar las huellas que trazaron a mi lado en busca de un porvenir más ameno, les mandaré un fuerte saludo con el estruendo de mi andar. Nos vemos en la eternidad. La que empieza en tu mirada y acaba en lo más profundo de tus labios. Qué demonios, esto dejó hace tiempo de ser una carta de amor. La eternidad la dicta nuestra mente, la que guía nuestras manos atadas y nuestras piernas esposadas. No importa cuánto nos coaccionen nuestros propios sentimientos, somos libres de pensamiento. Porque aquel que cree nunca conocerá la soledad, se tendrá a sí mismo. Y los trenes que parten siempre regresarán a la misma estación, mientras la puerta del solitario retumbará afuera. Es, simplemente, cuestión de fe.
 
 

domingo, 4 de enero de 2015

Un hermoso lugar

 
Existen muchas palabras para definir la belleza. Algo bonito, esbelto, excelso, maravilloso, primoroso, apuesto, vistoso... Infinidad de metáforas y piropos, incluso de tópicos. Locus amoenus, nuestro paisaje idílico, nuestro paraíso de evasión. Hablemos un poco de belleza, de nuestro jardín de las delicias. ¿Qué es la belleza para nosotros? ¿Qué consideramos bello? Supongo que todos pensamos en algo superficialmente llamativo para nuestros ojos, o simplemente una sensación que altera positivamente nuestros sentimientos. Un estímulo en toda regla, al que reaccionamos con mariposas que revolotean nuesto estómago. Ups, estoy hablando de amor y deliro. No confundamos, aunque la música de las esferas de Pitágoras quiera relacionar los sentimientos en una proporción perfecta. Me atreveré a discutirle, por muy anónimo que sea. De valientes está lleno el mundo, y los cementerios. Aunque eso es otra historia.
 
Lo cierto para alguien como yo es que las palabras fluyen por sí solas, como los ríos de Manrique que mueren a orillas de la mar. Un cauce perfecto de letras combinadas, de sentimientos que se elevan hacia lo más puro del cielo, del éxtasis, del corazón. Soy de lo que piensa que esos momentos breves, instantes efímeros ni siquiera plasmados en los libros de historia que nos vuelven locos de atar, forman parte del pasado. Sí, todo lo que sucedió ayer fue mejor que lo de hoy pero peor que lo de mañana. Esclavos de nuestros pensamientos, presos de nuestros sentimientos. Demasiado paradójico para no ser un delirio de amor desahuciado, de corazón indefenso. Yo, como tantos otros, fui víctima de esa medicina que no cura pero alivia, que no es más que un parche entre tantos pinchazos. Porque sí, el pasado es un hermoso lugar. Pero, ¿es realmente un lugar para vivir?
 
Sospecho que los problemas nunca se solucionan lamentando nuestra suerte, sino aceptando y asimilando que están ahí. Muchas veces, por no decir siempre, sentimos nuestros problemas en vez de padecerlos. Los lloramos en vez de afrontarlos, los lamentamos en vez de aceptarlos y pensar que están ahí, pero que se tienen que marchar. Sé lo que es mirar a los ojos del pasado, lo que es encontrarte en ese lugar en el que siguen marcadas nuestras huellas y donde ya nada es igual. Esos lugares maravillosos donde hicimos los recuerdos del ayer, las memorias del mañana. Entiendo lo duro que es asimilarlo, que te fundes en un mundo retrospectivo donde la vida te abofetea con una dolorosa dosis de realidad. Pero, dejadme que os pregunte algo. Si los recuerdos del ayer fueron un presente donde paralizamos el tiempo, ¿por qué no hacemos del hoy los recuerdos del mañana? ¿Acaso no podemos parar el tiempo de nuevo?
 
Nadie contabiliza el tiempo de manera exacta, es una abstracción, algo relativo que no podemos concebir. Nuestra naturaleza humana nos obliga en cierto modo a contabilizar las cosas. Pero no siempre sale el Sol a la misma hora y en el mismo lugar. Porque no en todos los lugares existe un ocaso tan bello como las estrellas de la noche que reflejan la luz del día en la otra punta de nuestro planeta. Porque incluso el destino es caprichoso y la estrella más vital de nuestro firmamento deja de brillar un día donde las flores decoraban el camino del cielo o donde las arenas del desierto acompasaban el sendero del infierno. Quizás todo sea tan complicado de entender que la búsqueda de respuestas, de certezas, sea el mártir de mi alma. Sin embargo, mis palabras no tendrían sentido si nada fuera de esta manera. Si consiguiera evadirme del dolor por las leyes de la física. Las ideas no están en el aire, fluyen en nuestra mente. Buscamos certezas del pasado, pero vivimos de los sueños del presente y de las ilusiones del futuro. Cada "crisis" es una nueva oportunidad. Porque entre sus sinómimos, "cambio" va antes que "peligro" en el diccionario. Comprendo que el devenir de las circunstancias nos produce confusión y angustia, pero las puertas que un día estuvieron cerradas hoy están abiertas de par en par. Quien sabe, si este presente, si esas puertas, conducen a un hermoso lugar.