jueves, 22 de enero de 2015

Cuestión de fe

 
 
"Si el hombre vive es porque cree en algo". Creer, vivir, soñar. Detrás del reflejo de esa ventana existe un lugar plagado de sueños, más allá de la incandescente atmósfera de nuestro planeta. Una espiral de pensamientos, de ideas que fluyen como los griegos afirmaban. Todo está escrito, solo falta alguien que lo plasme. Solo falta alguien que crea en esas ideas, o que apoye sus convicciones. Porque aquel que tiene fe nunca está solo. Creedme, es cierto lo que digo. Detrás de un solo motivo para vivir hay miles para soñar. Y si los sueños, por imposibles que sean, pueden llegar a cumplirse, es porque estamos capacitados para llevarlos a cabo. Algunos escépticos pretenden justificar la fe como una cualidad otorgada por el creador que guía el camino de la vida eterna. Religión lo llaman. Quizás habría que crear otra corriente filosófica, otro sendero entre los miles de cruces que guían hasta Roma. Porque quizás sea el hombre su propio Dios, el creador de su destino. Cuestión de fe.
 
Fe, creencia en algo sin necesidad de que haya sido confirmado por la experiencia o por la razón, o demostrado por la ciencia. No soy más que un escritor, o un simple intento de ello. Pero me permitiré discrepar y aplicar aquello que está tan de moda y que muchos quieren enterrar. Libertad de expresión, fe absoluta en mis convicciones más allá de los prejuicios y temores. ¿Acaso no existe razón en la mente de un loco? ¿No es cierto que la cordura es la mayor de las corduras? Cierto, que mi mundo interior busca siempre lo más contrastante. Pero tengo razones, ¿no? Las de un corazón indefenso, las que convierten en claro lo que no desprende ninguna nitidez, lo que convierte en cristalino la pared más opaca. Cuestión de fe.
 
Todos creemos en algo, por inverosímil que sea. Por miedo al rechazo, por temor a lo que digan o dejen de decir, nos resguardamos en nuestro mundo interior con esos secretos que llevaremos juntos a nuestra tumba. Pero no nos engañemos, son esas utopías ilusionistas las que nos hacen vivir una vida tan certera. ¿Realidad o ficción? Simplemente, nuestra fe. La fe del desahuciado, del que vive de la caridad ajena, del que daría toda su fortuna por un poquito de felicidad, o del que creía haber encontrado el amor de su vida y ahora es un recuerdo difuminado de esa ventana que miraba al inicio y reflejaba mi rostro, más entero que nunca. Ese rostro jovial, con los ojos menos hinchados que estos tiempos pasados y con el cauce de las lágrimas más seco que un verano en el Sahara. Porque la travesía en el desierto terminó hace tiempo. Cuestión de fe.
 
Porque los tiempos donde nada era posible terminaron cuando el hombre se sentó ante sí mismo y se dijo que quien pierde su fe no puede perder más. Que nunca habrá que tener fe en aquel que la perdió. Palabra de Shakespeare, palabra de humano. Porque todos los caminos se desvían, pero siempre convergen en el mismo destino. Así que a todos aquellos que partieron, que decidieron olvidar las huellas que trazaron a mi lado en busca de un porvenir más ameno, les mandaré un fuerte saludo con el estruendo de mi andar. Nos vemos en la eternidad. La que empieza en tu mirada y acaba en lo más profundo de tus labios. Qué demonios, esto dejó hace tiempo de ser una carta de amor. La eternidad la dicta nuestra mente, la que guía nuestras manos atadas y nuestras piernas esposadas. No importa cuánto nos coaccionen nuestros propios sentimientos, somos libres de pensamiento. Porque aquel que cree nunca conocerá la soledad, se tendrá a sí mismo. Y los trenes que parten siempre regresarán a la misma estación, mientras la puerta del solitario retumbará afuera. Es, simplemente, cuestión de fe.
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario