martes, 18 de agosto de 2015

Hermanos de Londres


Querido blog. Probablemente, no exista una entrada tan premeditada y consensuada como esta. Como bien sabrás, tú eres fruto de la espontaneidad de un corazón indefenso, la expresividad de unos sentimientos que no se imaginan, simplemente suceden. Esta ocasión, no sin algo de azar en las vicisitudes de la vida, es distinta. Porque dicen, que el hombre capaz de dominar las palabras en Londres dominaría el mundo. Porque Londres encuentra su esplendor en la neblina que encubría las crueldades de Jack el Destripador, porque Londres encuentra su brillo en la fría y gélida lluvia de agosto caída desde el grisáceo cielo que solo The Shard puede rozar. Fue allí, desde lo alto del ojo que todo lo ve, donde empezaron a fluir estas líneas que ahora, en la lejanía de lo que es un recuerdo cercano, siento la necesidad de plasmar hasta el fin de mi existencia.

La eternidad. Cuánto dinero daría por poder comprar el paso del tiempo, por poder congelarlo y paralizarlo hasta romper con la esencia de la vida, efímera por naturaleza. Pero no, todo aquello que necesitamos es lo que no podemos comprar, porque no tiene precio o porque el dinero no vale nada. Recuerdo esa noche antes del vuelo, ese miedo a la soledad que me atormentaba, esa angustia por partir y ese intento absurdo por contener las lágrimas cuando veía a mi padre y sus ojos vidriosos haciéndome una señal de despedida. Me lanzaba a un precipicio donde solo encontraba un vacío en mi existencia, una penumbra de incógnitas y enigmas incapaces de resolverse. En un vuelo que me alejaba de mi odiada pero añorada rutina. No quería irme de casa, y qué paradoja, que solo mi familia me atraía para regresar a ella dos semanas después. 

Es cierto, nos pasamos la vida anhelando el pasado y cuando queremos disfrutar el presente, todo vuelve a terminar. Un futuro de nostalgia y lamentos ante la brevedad de los momentos. Porque sí, tanto los buenos como los malos momentos tienen la misma duración. Solo que los negativos tienden a acumularse y a reproducirse. Por eso, los positivos brillan como una estrella fugaz que conserva su destello por el firmamento. Y en esa soledad del misterio, en esa angustia enigmática, aparecieron simples desconocidos que de amigos pasaron a convertirse en eternos hermanos. Confidentes de penurias y compañeros de sonrisas, muchas sonrisas. Londres ya no era la poesía de Shakespeare ni el realismo de Dickens. Las campanas del Big Ben retumbaban bajo nuestros gritos. Lord Nelson se estremecía desde lo alto de Trafalgar al contemplar el paso de nosotros, los españoles, los que tantas gloriosas batallas le dieron. Los patos de Hyde Park andaban a nuestro compás, incluso las horas en lo alto de Greenwich se paralizaban para vernos. Camden se unía a nuestra tendencia, y el arte del British se paralizaba con nuestra presencia.

Nuestra amistad se convirtió en octava maravilla del país de Alicia, en lo más caro y valioso de Oxford Street, porque no tiene precio. El último verso de Sir William, el último barco que surcó el Támesis con el Tower Bridge alzándose de par en par. Hicimos presa a la Torre de Londres, licenciamos nuestra hermandad en Cambridge, la bautizamos en Canterbury, la bañamos bajo las olas de Brighton. Porque nuestra alianza fue lo más real de todo el Reino. De nuestro reino de los sueños, los que hicimos realidad juntos. Y es imposible contener las lágrimas cuando os recuerdo, porque un amigo siempre será un hermano. Un corazón que habita en dos almas distintas y que hay que amarrar con garras de acero, con el ancla que Sir Francis Drake surcaba los mares más temidos de Europa. Contra viento y marea, contra rayos y centellas. Contra todo y contra todos. Porque si el destino nos juntó, no será para mirar atrás en el pasado y pensar que esto fue un hasta siempre. Solamente os pido que miremos al futuro, que no vivamos con la añoranza del pasado sino con la esperanza del futuro, y hagamos de Londres y nuestra efímera eternidad una hermandad para siempre. Gracias por aparecer en mi vida y cambiarla para el resto de mis días. Gracias por darme una sonrisa cuando no la esperaba, por acogerme en un grupo de pequeños adolescentes y grandes soñadores. Gracias por dar sentido a estas palabras. Gracias por ser mi poesía en prosa, mis versos sin rima, mi inspiración en vida. Por ser, en definitiva, mis hermanos de Londres.


PD: Dedicado a Gregorio y a mis 20 hermanos: Paula Charco, Carlos Lillo, Andrea Almaraz, Rocío, Andrea De La Cruz, Sara, Celia, Alberto, Vicente, Lucía Rojas, Carlos Moreno, Guillermo, Lucía Pérez, Paula Zamora, José Vicente, María, David, Alicia, Jesús y Carmen. Gracias por todo. Volveremos a encontrarnos.