martes, 21 de mayo de 2013

La distancia: Nostalgia por añorar lo que nunca hemos tenido


¿Cuántos caminos debe recorre un hombre antes de que le llaméis hombre? ¿Cuántas veces debe un hombre mirar hacia arriba antes de que pueda ver el cielo? ¿Y cuántos oídos debe tener un hombre antes de que pueda escuchar a la gente llorar? ¿Y cuántas veces puede un hombre volver la cabeza fingiendo que simplemente no ve? La respuesta es que está soplando el viento, o eso decía Bob Dylan en su canción Blowin' in the wind. ¿Y cuántas veces han de engañarnos para saber que no nos aman, o que el amor está lejos de nuestra figura? Quizá se lo lleve el viento, quizá se lo coma la distancia. Maldita distancia, único impedimento de nuestras locuras amorosas que darían cualquier bien material por recorrer las húmedas rutas que van hasta Escocia, o no tan lejos en mi caso. Pero nada, todo se queda en sueños. Quién pudiera quitar la distancia con el viento, deberíamos decirle al gran Dylan. Nostalgia por añorar lo que nunca hemos tenido, pero lo deseamos tanto que lo echamos de menos. Bien sabe Bob lo que es la soledad, la penumbra, la frustración, la tristeza. Bien sabe Dylan lo que es recordar lo que nunca ocurrió, lo que es poseer lo indeseado. ¿Por qué todo esto? Todo por la distancia, la que nos separa de nuestros sueños más deseados, de nuestras princesas más amadas, de nuestros familiares más queridos. 

Fotos, música, libros y diplomas decoran mi habitación. Suficiente para entretener una tarde, no para consolar a mi alma. Dicen las sabias lenguas que no hay nada más bonito y enriquecedor que una mirada alumbrada por el Sol unida a una sonrisa. Pero asomas la cara y solo ves un infinito horizonte. Infinito, como las Pirámides de Egipto. Infinito, como tu amor por esa princesa que adoras. Infinito, como el mar que observamos en cada noche de verano por la playa. Infinito, como los kilómetros que hay desde ese corazón que quieres conquistar hasta el tuyo. Ese corazón que un día paralizó el tuyo cuando estuvo delante de ti, y te saludó con una tierna sonrisa a través de unos labios sabor a fresa, que se morían por probar los tuyos, que parecen tan envejecidos como las arrugas de un alcohólico desolado entre la oscuridad. Pensar en que ese corazón está tan lejano, tan separado por la distancia, entristece a cualquier ser terrenal. Puro sentimiento, pura sensibilidad, puro amor. Como Romeo sin su Julieta, como Don Quijote sin su Dulcinea. Ambos seres no se sienten sus pieles, pero los pensamientos se besan en la distancia. La grandeza de la mente, bendita locura la suya. 


"Solamente pasaba diez minutos con el amor de su vida, y miles de horas pensando en él", contaba Paulo Coelho en su obra Once Minutos. Cuántos daríamos lo que fuera por volver a atrás en el tiempo, regresar al pasado, y rememorar situaciones similares a esos diez minutos. Miradas, sonrisas, besos, sueños... nada. Está soplando el viento en mi ventana, que pretende llevarse esos recuerdos rumbo al tenebroso olvido. Habría que decirle al bueno de Bob que se lleve el aire de mi alma, no quiero enterrar en las arenas movedizas del desierto los recuerdos, donde descansan las palomas blancas después de surcar los mares. Escuchamos el silencio, hasta que ese viento permanente sigue golpeando nuestra ventana. Parece una llamada, un mensaje. Quizá sea ese alma que desde tan lejos nos añora. O quizá nos olvida, porque el cielo se nubla y derrama gotas de agua como si de lágrimas se tratase. En ocasiones expulsa granizo y relámpagos, quizá por la ira de una traición cometida. Señales de la Alquimia que a veces nos muestran con claridad lo que ocurre. Otras veces nos desconciertan. Porque es lo malo de la distancia: nunca sabes si la persona que añoras te echa de menos o simplemente ni te recuerda. Duele esa angustia, ese miedo a perder a quien queremos. Duele mucho, quizá demasiado para un corazón indefenso. Noches en vela, preguntas sin respuesta. Silencios que nos dicen todo, palabras que no nos cuentan nada. Todo por la distancia. 


Y mientras tanto aquí sigo, esperando alguna respuesta, o alguna situación imposible para cualquier mente cuerda. Pasan las nubes, sale el Sol, mueren los hombres, resucitan las almas... y aquí sigo. Yo y mi música, yo y mis libros, yo y mis diplomas, yo y mis escritos. Y el viento que sigue soplando en mi ventana. Quizá quiera consolarme, quizá quiera crear más nostalgia. Frustración, como la de Bob Dylan al relatar la letra de su maravillosa canción en Nueva York. Por entonces, en la ventana de Bob también soplaba el viento. Por entonces, él también buscaba que alguien le consolase escuchando su música, como yo busco que la gente lea estas humildes líneas, estos melancólicos párrafos, que buscan consuelo entre la tempestad, alegría entre la tristeza, una luz entre la oscuridad. Todo artista tiene su sueño, todo humilde escritor tiene su princesa imaginaria, todo poeta la busca entre la soledad por los aeropuertos de París. Quizá nunca se encuentre, pero que lo que no mate el alma que no nos prive al menos de la inspiración. No creo que el desconsolado alma de un soñador permanente pueda consolarse con estas palabras, simplemente es capaz de llevar el dolor infinito de la distancia consigo mismo. Porque no hay nada más difícil que olvidar lo que un día te hizo feliz, por mucho que quieras. Todos los días vivimos con dolor, simplemente aprendemos a convivir con él. Y a mirar hacia delante, hacia el horizonte infinito. Aquel que lo separa la distancia: la que crea nostalgia por añorar lo que nunca hemos tenido. 


PD: Deseo que estas líneas hayan servido para tocaros un poco más el corazoncito y que os hayáis sentido identificados con estas palabras. Creo que esta entrada sirve un poco como identificación a la situación que varias personas hemos vivido alguna vez. Sea por amor, por familiares o por amigos, todos sentimos añoranza a través de la distancia. El caso es saber disfrutar de esas imaginaciones que nuestra mente es capaz de recrear ante la lógica y la cordura. Para finalizar, os dejo con esta maravillosa canción de Bob Dylan, Blowin' in the wind, mediante la cual he inspirado esta entrada. Un saludo y ser felices. 






jueves, 16 de mayo de 2013

Amor de Abuelo: Latente en el alma de la eternidad


Tarde del 15 de mayo. Ayer era San Isidro, y no era madrileño, pero festejaba como nadie esta fecha. Ayer era San Isidro, y mi corazón se alegraba tanto como el de las mocitas madrileñas que recorren desde Carabanchel hasta La Castellana. Ayer era San Isidro, y otro año más se cargaba en las espaldas de mi abuelo. Mi gran abuelo,  aquel que me cuenta cada misterio de esta historia llamada vida. Aquel que se desvive orgulloso por contarme sus andanzas del pasado. Aquel que vive alegre el presente con sus nietos, conmigo. Aquel que posee un amor latente en el alma de la eternidad. Son casi siete décadas de vida, de vivencias inalterables en la historia. De momentos complejos, también felices, en los cuales dejaste todo por conseguir el ansiado camino de la felicidad. Por ti, por tus hijos, por tus nietos. Por mí, por las primas, por la tía y el tío, por mi padre. Por todos ellos, gracias abuelo. Esto va para ti, y espero que lo guardes en un rinconcito de tu enorme y rejuvenecido corazón. 

Qué lejos queda ya aquel mes de mayo de mediados de los '30, cuando viniste al mundo, mientras España se dividía en rojos y azules, mientras las tierras de Castilla se convertían en rojas por los montones de sangre derramados en cada ser terrenal que moría en la desgraciada Guerra Civil. Tanto has vivido, que podrían hacerte un altar en el cielo directamente. Tanta es tu vitalidad, que podrías vivir otros setenta y pico años más. O no morir nunca, como tu alma inmortal. Como tu amor de abuelo. Ese que me muestras cada segundo de tertulia contigo en Cuenca, en cada conversación en el pueblo. Ese que muestran tus orgullosos ojos cada vez que te hablo de mis notas, o cada vez que te llamo para compartir un poco de mi tiempo contigo. Habladurías que no cambio por nada en el mundo, porque no tienen precio. No hay nada más grande que las enseñanzas de un sabio señor, y en sabiduría no te gana nadie. Ya sabes que el diablo sabe más por viejo que por diablo, y nadie está tan curtido como tú. Y nadie está más orgulloso de ti que yo, y que mi hermano Javi. 


Setenta y tantos años de esperanza y amigo de tus amigos como diría Perales. Setenta y pico años levantándote cada día para que el Sol alumbre tu arrugado rostro, para trabajar y traer el pan de cada día. Humilde, como cualquier campesino de La Mancha. Honesto, como cada hombre agradecido al regalo de la vida. Así eres tú abuelo. Y colchonero, que no se me olvide. Junto a ti nacieron mis primeros sueños. Ilusiones utópicas que uno intenta convertir en realidad mediante su alocada mente. Sueños, como ver a nuestro Atleti ganar un título juntos. Benditos Atleti que une nuestras almas, ¿verdad? Charlas de horas y horas por el equipo de nuestros amores, el que tú inculcaste a mi grandioso padre cuando el rojiblanco se instauraba en las inmediaciones del Estadio Metropolitano. Cómo hemos cambiado también. Ya no están los Peiró, Collar, Adelardo, Luis, Gárate, Leivinha, Luiz Pereira y compañía que tantas alegrías te dieron, mientras yo solo era puro ilusionismo del futuro. Tú has sido el inicio de todo, de que yo pueda disfrutar de ese cielo tan inalcanzable para los humanos y tan posible para lo eterno, lo que solo puede equipararse a tu amor y bondad. 

Podría morir aquí presente si escribo todas mis muestras de agradecimiento y cariño hacia ti, pero no se trata de eso. Se trata de que te llegue al alma, abuelo mío. Ahora, con una vida bien intensa y compleja, es turno de que lo dejes todo, te sientes frente a la ventana y llueva, nieve o salga el Sol, guardes estas palabras y las recuerdes siempre. Porque vayas donde vayas, siempre estará el amor de un nieto. Porque estés donde estés, siempre habrá, al menos, dos mentes que te tengan presente. Porque cada logro que consiga, siempre tendrá tu espíritu presente. Porque permanezcas lo que permanezcas en este mundo terrenal, siempre recordaré el 15 de mayo como el cumpleaños de una de las personas más grandes que jamás conoceré, no por la festividad de tu santo tocayo. Y siempre poseerás, pase lo que pase, el orgullo de unos familiares que solo podrán decirte gracias por todo, gracias por tu amor, gracias por ser así, abuelo. Ojalá sigamos cada año brindando en cada Navidad por nosotros, por nuestro cariño, por el Amor de Abuelo: latente en el alma de la eternidad. Espero que disfrutes de esta carta cada día como si fuese el último ¡¡¡Feliz cumpleaños!!!




martes, 14 de mayo de 2013

Traición: La mentira que nunca proviene del enemigo


Quizá todos la hayamos sentido alguna vez, seguramente por ir excesivamente aliados al corazón del traidor. Seguramente todos la hayamos rehuido cuando sospechábamos de ella. Seguramente a todos nos hayan clavado ese puñal oculto después de haber esquivado las millones de flechas que nos lanzaron alguna vez. Es la traición, la que nos mira con esa sonrisa malvada que nos llena de impotencia y rabia. Es la gran mentira que nos hemos creído millones de veces en forma de engaños menores. Es aquella que, por desgracia, nunca proviene del enemigo, sino del "aliado" más íntimo. Siempre por detrás de sonrisas malvadas, sin compasiones ante la honestidad de los sentimientos. Venganza, odio, envidia... todas conforman la traición. No hay precios que pagar ni orgullos que defender. Solo hemos de sufrirla para comprender el daño que provoca. Y jamás, jamás ninguna disculpa ni los arrepentimientos podrán superar esta farsa. Quería hablaros de la estafa más cruel entre los humanos, porque lo he sentido muy de cerca. Promesas que se lleva el viento sin compasión alguna, como en el ennegrecido día de hoy, donde parece que los dioses del Olimpo no tienen más que ira guardada en su interior. Lo noto en mi cara, lo nota mi acomplejado y temeroso cuerpo temblando. La traición está cerca, y no hay nada más que apreciar las señales de la vida. 

Debilidad, rabia, desesperación, complejo... Nos mata por dentro. ¿Dónde está nuestra cordura, aquella que nos controla? ¿Por qué la perdemos y pasamos del éxtasis glorioso a la miseria en cuestión de segundos? No es el alcohol lo que nos hunde, no es la droga quien nos destroza, es la sed de venganza, es el gen de querer terminar con quien nos hace mortales. Y sentimos la necesidad de traicionar. Solo el hecho de pensar en la traición ya es consumar la misma. Y, paradojas de la vida, no hay persona más traicionada que la que traiciona. Roma como la vida no paga a los traidores, ni siquiera los recompensa con las migajas. Tampoco al que es traicionado. Víctima desconsolada, como William Wallace cuando descubre el rostro de Robert Bruce tras su batalla con los ingleses en Braveheart. Dolorida, como Máximo Décimo Meridio al recibir la puñalada oculta del emperador Cómodo antes de su batalla en el Coliseo en Gladiator. Resignada, como Jesús al ser capturado preso tras el beso de su íntimo apostol Judas. Lloras de incredulidad, te arrodillas buscando respuestas a esas antiguas promesas... ¿Qué fue del honor del hombres? ¿Dónde estaba nuestra amistad? Decepción es lo que rodea a la traición. También arrepentimiento, pero suele ser demasiado tarde en nuestros actos. Las piernas no sujetan nuestros cuerpos, nuestros indefensos corazones se desangran de manera ficticia, nuestras almas no quieren permanecer en lo inmortal del cielo. ¿Qué más da, si ni siquiera podemos creer en algo o alguien? ¿Qué es de la fe, la que mueve sueños y montañas? Todos necesitamos creer en algo, soñar con la posibilidad de cumplir algo utópico en real. Y los sueños solo se hacen realidad con alguien al lado. Alguien en quien realmente se pueda confiar. 


Pero, ¿podemos confiar en alguien que vivió de nuestro amor, de nuestra confianza, solo para traicionar? Todo por no tener el privilegio de poseer una conciencia honrada y pura. Todo por el dinero, las tierras, los sobornos, los sucios pactos... todo por nada. Ningún valor tiene un precio determinado, porque es infinito. Ningún valor tiene una etiqueta con un número determinado, porque define la leyenda de un ser terrenal. Si alguien es capaz de entender eso, será inmortal. Si alguien es capaz de comprender que la vida conlleva una grandeza mayor de la establecida, entenderá lo doloroso que es traicionar. Y si alguien comprende el valor del honor y la lealtad, existiría un mundo libre y en paz. Sin nada que ocultar, sin nada de lo que avergonzarse. Fuera miedos, fuera complejos, fuera mentiras. Menuda farsa esto, ¿verdad? La única verdad de este mundo es que todo es una gran mentira. Muchos fueron los que lucharon por desmantelar la realidad. Ninguno sobrevivió a ello. El propio Wallace, Gandhi o Luther King son un ejemplo. Luego están los que se desvivieron por un mundo de transparencia, y días posteriores fallecieron asesinados entre la oscuridad de la incógnita y la mentira. Quién no conoce a John Fitzgerald Kennedy, carismático por sus discursos y su misteriosa y desconocida muerte hasta en Estados Unidos. Volvemos al inicio del ciclo, la confianza, la fe. ¿Quién cree en poder cambiar el mundo con estas palabras, o en concienciar a los farsantes de la lealtad y la sinceridad? Ni siquiera un adolescente con esa mentalidad ambiciosa de comerse el mundo, que con el paso del tiempo se va diluyendo, puede tener fe en cambiar el corazón vendido de los traidores. 


Sin embargo, al igual que ellos pudieron ver la cara de incredulidad y desolación del traicionado, toda víctima pudo comprobar el dolor del traidor. Vi su cara, y lloré. Lloré porque vi arrepentimiento en su cuerpo. Lloré porque él no era el gran culpable de esta mentira. Lloré porque vi que él tenía un corazón leal. Pero los remordimientos del traidor nunca se marchan, aunque su mente aparente ser de un psicópata de primera. No hace falta ser un mentalista para comprobar el arrepentimiento de un traidor ante sus actos. Cuestionar al culpable es mejor que preguntar a la víctima. Quizá no disfrutemos con el miedo del hombre que erró gravemente al traicionar, pero sí nos quedará el consuelo de que, en todo hombre, por mucho intento de ocultar sentimientos que haya, siempre habrá un lado de miedo y de remordimientos. De un porqué no haber elegido la felicidad y no ser un vendido, de un porqué no haberse decantado por amar al prójimo en vez de destrozarle. Todo por el podrido dinero, por la podrida venganza, por las podridas estafas que mueven este mundo lleno de mentiras. Porque dentro de una traición, no hay mayor engañado que el que traiciona, y no hay mayor dolor que en el hombre que erra en sus actos. Porque los remordimientos, como el recuerdo, permanecen. Es lo que tiene que la traición nunca venga del enemigo. 


PD: Espero que una vez más hayáis disfrutado con mi entrada. Quiero remarcar que en varias partes de la entrada se hace referencia a citas de la película producida por Mel Gibson en 1995, Braveheart. Deseo que sirva un poco de homenaje también a esta maravillosa filmación que tanto me marcó y en el que este tema está tan presente. Solo quiero destacar el hecho de que os hayan llamado la atención estas humildes palabras con las que ojalá os hayáis sentido identificados. Me encantaría que dieseis vuestra opinión en algún comentario y alguna que otra reseña sobre estos párrafos. ¡¡¡Gracias y un saludo cariñoso a todos!!!



martes, 7 de mayo de 2013

Amor de Madre: La mayor maravilla de la creación


Hubo un tiempo en el cual las constelaciones se juntaron para crear lo más parecido al paraíso. Hubo un tiempo en el cual Dios quiso crear durante siete días una perfección con pequeñas imperfecciones. Y en uno de esos días, el más grande de los fenómenos inmortales nos creó a nosotros, las personas. Todas teníamos una vida, un destino por recorrer, un cuerpo y unos ojos para desafiar y observar la grandeza de la Naturaleza... Pero todos teníamos algo muy grande en nuestro interior y que solo unos seres muy especiales podíamos poseer. Eso tan grande se llamaban sentimientos. Sentimientos contradictorios que nos podían hacer pasar de la cordura a la máxima cordura, de la tristeza al éxtasis, del cielo al infierno. Amor y odio, envidia y admiración, egoísmo y solidaridad... Tantas y tantas sensaciones unidas en un solo corazón, que nació de lo más esencial que tiene la vida de cualquier hombre: el Amor de Madre. Hablé días atrás de lo que era un padre para un hijo, pero si el padre es el firmamento que posee todas las estrellas brillantes que iluminan la oscuridad, una madre es la Luna, el centro de todo. Hace un par de días, un domingo especial, se celebraba el día de todas las mamás, así que esta entrada quiero dedicársela a todas las mujeres heroínas que han sido capaces de engendrar una vida en sus cuerpos, y de dar el amor más grande que un ser terrenal puede recibir. Así es el Amor de Madre: la mayor maravilla de la creación. 

"Muchas maravillas hay en el Universo; pero la obra maestra de la creación es el corazón materno". Así lo afirmaba en su día el filósofo francés Ernest Bersot. Y bien es cierto lo que afirmó el galo, puesto que existen tantas y tantas maravillas en el mundo que nunca valoramos quién nos hizo disfrutar de todo esto. Humillamos y tratamos de acomplejar a las mujeres con ofensas sin sentido ni argumentos, con agresiones y chantajes psicológicos creyendo que cualquier hombre idiota es dominante. Pero, ¿cuántos de nosotros seríamos de capaces de aguantar el dolor de sangrar sin parar durante días o de tener la responsabilidad de formar una vida en nuestro interior? Resulta que visto así los machistas ya no son tan fuertes. ¿Qué es la fuerza: la capacidad de recibir miles de golpes sin caerse o esos mismos golpes cayéndose y volviéndose a levantar con constancia? Fuerza maternal lo llaman. Esa que hace de las mujeres individuos diferentes, especiales. Todo por sentir el latido del corazón de otro ser en nuestro interior, todo por la vida que vamos a traer al mundo. Son las madres quien lo inician todo, y son ellas a quienes les debemos ese regalo de la vida. Pero no hay ternura mejor y más desinteresada que la de una madre. Nunca nos pedirá nada, solo nuestro cariño y afecto, que se quedará corto siempre y cuando seamos los más agradecidos de este planeta. 

Los grandes tesoros son aquellos que están mejor escondidos. Bien lo sabía Dios cuando decidió crear este imperfecto mundo, puesto que habló de la creación de las personas, de los animales, del agua... pero nunca del Amor de Madre. Observaba el Sol que le homenajeaba en la Tierra, y se sonreía a sí mismo, en silencio, porque hay silencios que lo dicen todo y palabras que no dicen nada. Sabía que la mayor maravilla de la creación estaba escondida en la propia creación. Qué decir del Amor de Madre, aquel que no entiende de distancias ni edades, aquel que permanece siempre en cada uno de los corazones. Vivamos o muramos, siempre estará la huella de nuestras mamá. Esa huella que comenzará al nacer, cuando su pecho y su dulce sonrisa calmen nuestros permanentes llantos. Seguirá con esos primeros días de nervios en el colegio, continuará con nuestra adolescencia, nuestros cambios, nuestros distanciamientos... Pero, ¿y el final? No, no existe final en un amor eterno y fraternal como el de las calles de Filadelfia. El Amor de Madre perdura siempre, desde el rincón más pequeño del planeta hasta las inalterables Pirámides de Egipto, pasando por París, Roma y la inmortalidad de los dioses del Olimpo ateniense. Esas caricias y besos que marcarán por siempre nuestras mejillas cada vez más arrugadas y desgastadas, que vivirán del maravilloso recuerdo que es tener a la mejor madre de todas. Porque todas son magníficas, pero ninguna como la nuestra. Verdad absoluta que ningún ser, por hipócrita que sea, sería capaz de negar. Por dignidad, por vergüenza, por amor... pero a una madre jamás se la puede negar, como hizo Pedro con Jesús en su día.


Maravillas, elementos bellos e inmortales que los humanos tratan de mantener e imitar hasta la eternidad. Pero, paradojas de la vida, lo más precioso es lo que nunca nuestros ojos pueden apreciar, sino lo que nuestro corazón puede sentir. Por una vez en la vida, seré esquivo al refranero español y diré que ese dicho, aquel que afirma que "Ojos que no ven, corazón que no siente", es completamente erróneo en este caso. Porque la excepción confirma la regla de que ninguna verdad es absoluta, salvo que el Amor de Madre es una excepción. Es único, inimitable, imposible de repetir. Dios sabía lo que semejante sentimiento escondía y a quién debía otorgárselo. A quién sino, a cada una de las princesas que abarrotan este mundo. Una de ellas es mi madre, la única que tengo, la que más quiero y a la que dedico estas humildes palabras. Tenemos nuestras discusiones, nuestro buenos y no tan buenos momentos, pero solo hay una verdad y es que te quiero con toda mi alma, con ese Amor de Madre que te caracteriza. Por eso tú y tu amor hacia mí formáis parte de la mayor maravilla de la creación, la que Dios realizó con una leve sonrisa en su inobservable rostro. 

Quizá todo lo que pueda decir o hacer sea poco para agradecer todo el cariño que una madre puede llegar a dar, no hay grandeza que pueda igualar este sentimiento, esta pasión tan maravillosa. Creo que en esta vida podemos vivir sin dinero, sin objetos materiales pero nunca sin el amor de quien nos trajo a la vida. Saber que siempre tendremos un cuerpo a quien acudir para abrazarnos, no tiene precio. Saber que tendremos siempre una mente dispuesta a escuchar nuestras tristezas y ayudarnos a superar nuestras adversidades con una tranquilizadora sonrisa, tampoco. Amor de Madre lo llaman, maravilloso, inmortal. Simplemente sentirlo y devolver con cariño todo este amor es lo mejor que un humilde hijo puede hacer, al grito de ¡¡¡Felicidades mamá!!!


PD: Me encantaría como siempre que estas sinceras y humildes líneas os hayan gustado, para eso escribo con más ímpetu y ánimo cada día. Esto, como ya dije, va para todas las madres, puesto que el domingo 5 de mayo fue el Día de la Madre. Por falta de tiempo, he tenido que escribir esta entrada hoy, aunque eso espero que no sea impedimento para que la disfrutéis. Por supuesto, la persona esencial para escribir esto ha sido mi mamá, a la que le dedico un beso enorme y todo mi cariño del mundo. Por eso es mi madre, por eso la quiero tanto. Apreciar a las vuestras como merecen, porque el Amor de Madre no tiene precio.





domingo, 5 de mayo de 2013

Volver a soñar en un mágico lugar: Fuente Las Tablas



Tarde soleada en un lugar perdido por la Serranía de Cuenca. No corre el tiempo en este remanso de paz y tranquilidad, como si de repente nuestra vida se detuviese en uno de esos momentos que nos dejan sin aliento. Silencios imperturbables que lo dicen todo, palabras y más palabras que se las lleva el viento y no dicen nada. Y solo la música, el dulce sonido de los pajaritos al cantar, es capaz de dar colorido a este lugar que mezcla el Sol con las nubes, la paz con la armonía y cordialidad. Así es este peculiar lugar desde el cual os escribo, un oasis en el desierto, un paraíso entre el infierno de la ciudad. Un pacto de paz entre la guerra, entre el amor y el odio. Una maravilla de la madre Naturaleza donde olvidar todos nuestros problemas, todos nuestros miedos, solo en busca de nuestra paz interior. Quería destacar este fantástico lugar que es Fuente Las Tablas, por hacer de esta escritura unos párrafos peculiares. No me centraré en un tema en concreto, ni en Alquimias que expliquen la soberanía de este territorio, ni en historias de desengaños y complejos que busquen reflexiones o análisis en nuestras mentes terrenales. Hablaré de mí, reflexionaré sobre mi vida. Así me lo pide el corazón, nunca vienen mal una serie de confesiones ante vosotros para reinventarse y romper con lo modélico o habitual. No solo me lo pide el cuerpo, me lo pide este mágico y fantasioso lugar.

Porque fue ayer cuando sentí una sensación que hacía mucho que no notaba con tanto ímpetu en mi alma. Era una hora relativamente tempranera, mientras la noche había caído ya sobre este paraíso, cuando decidí adentrarme en la habitación nº15 de este albergue. Solo, sin compañías, como ahora. Quería leer, quería soñar. El corazón me pedía anhelar viejos tiempos que solo los mágicos lugares pueden recuperar. No duré mucho leyendo con mi revista, puesto que en apenas un cuarto de hora los párpados ya me pesaban. Así que bajé de mi litera, dejé la revista en la mesa y apagué la luz que alumbraba esta pequeña habitación. Mi cuerpo, agotado por la rutina que tantas veces reconcome mi cabeza, me dijo que era hora de tumbarse y cerrar los ojos. Daba igual que no hubiese nadie con quien estar o que apenas fuesen las 23:00 de la noche. Las piernas no me sujetaban, mi cabeza quería estallar y yo solo quería como terapia dormir. Pero un aliado me acompañó en este viaje ininterrumpido de once horas de silencio. Soñé, como nunca antes lo había hecho. Sentí paz en mi cuerpo como nunca antes, ya que la rutina esta vez no podía suponer ningún impedimento.


Todo esto vino precedido por una reflexión previa en mí. Leer me hizo sentir una profunda impotencia, de querer imaginar ese mundo ideal al que pocos pueden llegar. Leí las gestas de mis grandes héroes pensando en si yo sería capaz de emular semejantes hazañas. Mi cuerpo quería crecer y simular los hitos que estaba dispuesto a cumplir. Pero no podía. No quiero crecer, pero mi ambicioso corazón quería viajar al futuro y probar lo que es triunfar. “Porque si no soy yo, quién” me preguntaba. Pero todo tiene su tiempo, su época. Puede que ahora quiera comerme el mundo y no pueda. Puede que cuando sea la hora de cambiarlo todo, no lo aproveche y sea demasiado tarde. El caso es que me fui desilusionado a la cama, sumergido en mis situaciones embarazosas que tantas veces invaden mi cabeza. Pero bendito lugar, bendita magia la de estos parajes que hicieron que ese viaje que no pude realizar en vida se diese lugar en uno de los mejores sueños que he sentido. Mejor dicho, que he vivido. Los sueños se viven, no se sueñan. Parecía que durante esas horas de sueño que tuve en esta noche el tiempo había vuelto a pararse, como en esos cuatro minutos en los que Máximo, moribundo, recuerda a su familia antes de morir tras su pelea con el emperador en la legendaria película de Gladiator. “Ahora somos libres”, se decía a sí mismo el gladiador hispano tras su colosal batalla en el Coliseo Romano. Libertad, es lo que siento en este lugar. Nadie me impide hacer lo que quiero, nadie me limita a realizar ciertas acciones que yo no quiero cumplir. No tengo deberes, todo son derechos. Puede ser que no vuele como los halcones de por aquí, pero tengo la misma sensación que ellos. Apenas son dos días los que pasaré aquí, pero cuentan como miles, porque la libertad es lo que hace a los hombres inmortales e invulnerables. O, al menos, soñamos con serlo.


Soñé con recorrer el mundo olvidando todas las dificultades que se impusieron en mi camino. Soñé con ser feliz al lado de esa princesa que todos quieren y todos añoran, recorriendo el Universo sin  que exista la soledad. Soñé con la felicidad que a veces es tan rutinaria y otras tan inalcanzable (cuestión de segundos que cambian la vida de un hombre). Soñé con ser grande, eterno como las Pirámides de Egipto tan mencionadas siempre en este blog. Soñé lo que nunca antes había conseguido sentir. Quizá esto quiera decirme que hemos de reinventarnos para ser felices. No sé, la Alquimia ya me dará una respuesta. El caso es que, vaya donde vaya, perduren o no estas líneas, ayer pude sentir en mí las mieles de la libertad que no entiende de problemas ni preocupaciones. Quizá todo sea una patraña provocada por la magia de la hipnosis, pero todo sea por una sonrisa. La que no me olvidará cada vez que recuerde estas palabras, cada vez que pise este maravilloso lugar: Fuente Las Tablas. 






jueves, 2 de mayo de 2013

Felicidades papá


"Un padre no es el que da la vida, eso sería demasiado fácil, un padre es el que da el amor", afirmó Denis Lord en su día. Hoy es 2 de mayo, y no celebro el levantamiento de los españoles ante los tiranos franceses en el siglo XIX. Hoy es 2 de mayo, y no me enamoro de los cuadros de Goya y Sorolla. Hoy es 2 de mayo, y no es un día especial porque Madrid celebre su festividad. Hoy es 2 de mayo, y si este día es realmente bonito, emotivo y diferente para mí es porque cumple años mi padre. 43 primaveras no son nada, por mucho que tu alma y corazón sientan que envejecen. Es la flor de la vida, la que nunca deja de producir frutos y semillas, la que nunca deja de dar color a los campos. Sé que no son los juveniles '80 o los rebeldes '90, pero cada época tiene sus momentos y emociones. El caso es saber disfrutar de cada etapa de la vida. Seguramente, la tranquilidad de estos años, la serenidad y la madurez conseguida, unida a tu experiencia, no te la diesen esos años de fiesta y rebeldía, que no por ello fueron más felices. Ahora tienes unos hijos, yo soy uno de ellos, y que como ya sabes, estamos orgullosos de ti. Así que hoy, en otro 2 de mayo más, estoy dispuesto a regalarte lo que mereces. No unas zapatillas, no una sudadera, sino mis sinceras y humildes palabras. Van por ti, papá: felicidades. 

Ya hablé en este blog de lo que significa el amor de un padre. Cada vez que me leo y que busco a ciencia exacta las palabras precisas para seguir expresando ese sentimiento, no puedo comprenderlo. Siempre me has dicho que ser padre es algo que hemos de vivir, al igual que ser hijo. Pero el amor entre ambos individuos es inalterable. Es la única verdad absoluta. Los sentimientos de una persona, a fin de cuentas, son inexplicables. Momentos de pasión que nos dejan sin adjetivos, sin palabras... Para qué pronunciarlas, ¿verdad? Digamos que una simple sonrisa nos delata. Pero bueno no hablemos de sentimientos ni amores, que de eso hay mucho tiempo. Esto es única y exclusivamente para ti. Es como si quitamos a William Wallace de protagonista en Braveheart o a Humphrey Bogart en Casablanca. No habría entrada, no habría historia. ¿¡Qué demonios!? Sin ti nada de esto hubiera tenido un comienzo, como el que tuviste en aquellos dorados '70, cuando el mundo te recibió con los brazos abiertos, como un ser terrenal más. Con tus defectos y virtudes, pero sabio como pocos. Y no, no hace falta haber sido licenciado en derecho o en medicina para ser la persona más sabia que he conocido. Sabiduría no es poseer conocimientos, sabiduría es aprender a vivir. Eso es saber, eso es vivir. Y puedo decir que con todo lo que has pasado, con todo lo que has sufrido, eres una persona sabia. La sabiduría no la da la inteligencia, solo la experiencia. Y de eso andas sobrado. 


Has sonreído en los momentos felices a mi lado, has sufrido solo en silencio. Duro, ¿verdad? La grandeza de un hombre no se mide en las veces que no has llorado, sino en las veces que has sabido secarte esas lágrimas para sonreír. No todo ha sido un camino de rosas en tu vida, como en la de cualquier individuo. Esa larga adolescencia solitaria añorando ese amor de padre que tantas veces echamos de menos cuando no lo tenemos cerca, o esos momentos en los que la angustia nos impedía perdonar, o realizar ciertas cosas que nuestras almas se morían por hacer. Siempre hay remordimientos en el corazón de un hombre. Simplemente, convivimos con ellos. Lo único, que hay otros momentos que los eclipsan. Momentos felices, como conocer el amor de tu vida. O momentos felices, como sentir en tus carnes el amor de un padre. Crecer poco a poco con tus descendientes, inculcándoles las ideas que pretendes que ellos aprendan de ti, intentando sentir su cariño en tu necesitada mente de amor, que a veces se siente tan melancólica y envejecida. Esas noches en vela con los biberones, esas mañanas interminables con las papillas, esas películas en familia, esos problemas de matemáticas, esas vacaciones en la playa o en la montaña, bajo el deslumbrante Sol o la permanente lluvia... Siempre juntos, recordando que todo, tantos las buenas como las no tan buenas experiencias, siempre permanecerán en nuestro recuerdo con un mismo resultado: la emoción y la sonrisa. 

Ahora los tiempos han cambiado, todos envejecemos, ya no somos tan pequeños ni tan monos, pero sí más razonables y comprensivos. Más especiales e independientes. Cada etapa tiene su encanto, cada etapa tiene sus virtudes y defectos, solo hay que saber disfrutar de lo mejor, como ya he dicho antes. Solo hay algo que no va a cambiar, estemos donde estemos y pasen los años que pasen. Nos amaremos, viviremos y moriremos juntos desde el primer día en el que nuestras pieles se juntaron. Un tal 6 de septiembre de 1999 en el cual las Pirámides de Gizeh tenían ya más de tres mil años. No importa, no serán más eternas que nosotros. ¿Qué tendrán los faraones que no tengamos nosotros? Sí, tendrán oro, diamantes, rubíes y tumbas tremendamente adornadas. Pero jamás tendrán el amor fraternal que da nombre a cada una de las calles de Filadelfia. No serán como nosotros, no serán tan inmortales como nuestra familia. Es lo que tiene que durante mis 13 años de vida, no hayas sido un padre, sino un amigo. Mi mejor amigo, mi mejor consejero. Mi ídolo, mi héroe. La persona a la cual quiero imitar de mayor. Es lo que tiene ser un padre ejemplar. Hay muchos y nadie coincidirá conmigo, pero eres el mejor padre del mundo. Y eso nada ni nadie me lo va a cambiar. Esté donde esté, viva donde viva. Te quiero papá.