martes, 14 de mayo de 2013

Traición: La mentira que nunca proviene del enemigo


Quizá todos la hayamos sentido alguna vez, seguramente por ir excesivamente aliados al corazón del traidor. Seguramente todos la hayamos rehuido cuando sospechábamos de ella. Seguramente a todos nos hayan clavado ese puñal oculto después de haber esquivado las millones de flechas que nos lanzaron alguna vez. Es la traición, la que nos mira con esa sonrisa malvada que nos llena de impotencia y rabia. Es la gran mentira que nos hemos creído millones de veces en forma de engaños menores. Es aquella que, por desgracia, nunca proviene del enemigo, sino del "aliado" más íntimo. Siempre por detrás de sonrisas malvadas, sin compasiones ante la honestidad de los sentimientos. Venganza, odio, envidia... todas conforman la traición. No hay precios que pagar ni orgullos que defender. Solo hemos de sufrirla para comprender el daño que provoca. Y jamás, jamás ninguna disculpa ni los arrepentimientos podrán superar esta farsa. Quería hablaros de la estafa más cruel entre los humanos, porque lo he sentido muy de cerca. Promesas que se lleva el viento sin compasión alguna, como en el ennegrecido día de hoy, donde parece que los dioses del Olimpo no tienen más que ira guardada en su interior. Lo noto en mi cara, lo nota mi acomplejado y temeroso cuerpo temblando. La traición está cerca, y no hay nada más que apreciar las señales de la vida. 

Debilidad, rabia, desesperación, complejo... Nos mata por dentro. ¿Dónde está nuestra cordura, aquella que nos controla? ¿Por qué la perdemos y pasamos del éxtasis glorioso a la miseria en cuestión de segundos? No es el alcohol lo que nos hunde, no es la droga quien nos destroza, es la sed de venganza, es el gen de querer terminar con quien nos hace mortales. Y sentimos la necesidad de traicionar. Solo el hecho de pensar en la traición ya es consumar la misma. Y, paradojas de la vida, no hay persona más traicionada que la que traiciona. Roma como la vida no paga a los traidores, ni siquiera los recompensa con las migajas. Tampoco al que es traicionado. Víctima desconsolada, como William Wallace cuando descubre el rostro de Robert Bruce tras su batalla con los ingleses en Braveheart. Dolorida, como Máximo Décimo Meridio al recibir la puñalada oculta del emperador Cómodo antes de su batalla en el Coliseo en Gladiator. Resignada, como Jesús al ser capturado preso tras el beso de su íntimo apostol Judas. Lloras de incredulidad, te arrodillas buscando respuestas a esas antiguas promesas... ¿Qué fue del honor del hombres? ¿Dónde estaba nuestra amistad? Decepción es lo que rodea a la traición. También arrepentimiento, pero suele ser demasiado tarde en nuestros actos. Las piernas no sujetan nuestros cuerpos, nuestros indefensos corazones se desangran de manera ficticia, nuestras almas no quieren permanecer en lo inmortal del cielo. ¿Qué más da, si ni siquiera podemos creer en algo o alguien? ¿Qué es de la fe, la que mueve sueños y montañas? Todos necesitamos creer en algo, soñar con la posibilidad de cumplir algo utópico en real. Y los sueños solo se hacen realidad con alguien al lado. Alguien en quien realmente se pueda confiar. 


Pero, ¿podemos confiar en alguien que vivió de nuestro amor, de nuestra confianza, solo para traicionar? Todo por no tener el privilegio de poseer una conciencia honrada y pura. Todo por el dinero, las tierras, los sobornos, los sucios pactos... todo por nada. Ningún valor tiene un precio determinado, porque es infinito. Ningún valor tiene una etiqueta con un número determinado, porque define la leyenda de un ser terrenal. Si alguien es capaz de entender eso, será inmortal. Si alguien es capaz de comprender que la vida conlleva una grandeza mayor de la establecida, entenderá lo doloroso que es traicionar. Y si alguien comprende el valor del honor y la lealtad, existiría un mundo libre y en paz. Sin nada que ocultar, sin nada de lo que avergonzarse. Fuera miedos, fuera complejos, fuera mentiras. Menuda farsa esto, ¿verdad? La única verdad de este mundo es que todo es una gran mentira. Muchos fueron los que lucharon por desmantelar la realidad. Ninguno sobrevivió a ello. El propio Wallace, Gandhi o Luther King son un ejemplo. Luego están los que se desvivieron por un mundo de transparencia, y días posteriores fallecieron asesinados entre la oscuridad de la incógnita y la mentira. Quién no conoce a John Fitzgerald Kennedy, carismático por sus discursos y su misteriosa y desconocida muerte hasta en Estados Unidos. Volvemos al inicio del ciclo, la confianza, la fe. ¿Quién cree en poder cambiar el mundo con estas palabras, o en concienciar a los farsantes de la lealtad y la sinceridad? Ni siquiera un adolescente con esa mentalidad ambiciosa de comerse el mundo, que con el paso del tiempo se va diluyendo, puede tener fe en cambiar el corazón vendido de los traidores. 


Sin embargo, al igual que ellos pudieron ver la cara de incredulidad y desolación del traicionado, toda víctima pudo comprobar el dolor del traidor. Vi su cara, y lloré. Lloré porque vi arrepentimiento en su cuerpo. Lloré porque él no era el gran culpable de esta mentira. Lloré porque vi que él tenía un corazón leal. Pero los remordimientos del traidor nunca se marchan, aunque su mente aparente ser de un psicópata de primera. No hace falta ser un mentalista para comprobar el arrepentimiento de un traidor ante sus actos. Cuestionar al culpable es mejor que preguntar a la víctima. Quizá no disfrutemos con el miedo del hombre que erró gravemente al traicionar, pero sí nos quedará el consuelo de que, en todo hombre, por mucho intento de ocultar sentimientos que haya, siempre habrá un lado de miedo y de remordimientos. De un porqué no haber elegido la felicidad y no ser un vendido, de un porqué no haberse decantado por amar al prójimo en vez de destrozarle. Todo por el podrido dinero, por la podrida venganza, por las podridas estafas que mueven este mundo lleno de mentiras. Porque dentro de una traición, no hay mayor engañado que el que traiciona, y no hay mayor dolor que en el hombre que erra en sus actos. Porque los remordimientos, como el recuerdo, permanecen. Es lo que tiene que la traición nunca venga del enemigo. 


PD: Espero que una vez más hayáis disfrutado con mi entrada. Quiero remarcar que en varias partes de la entrada se hace referencia a citas de la película producida por Mel Gibson en 1995, Braveheart. Deseo que sirva un poco de homenaje también a esta maravillosa filmación que tanto me marcó y en el que este tema está tan presente. Solo quiero destacar el hecho de que os hayan llamado la atención estas humildes palabras con las que ojalá os hayáis sentido identificados. Me encantaría que dieseis vuestra opinión en algún comentario y alguna que otra reseña sobre estos párrafos. ¡¡¡Gracias y un saludo cariñoso a todos!!!



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