martes, 10 de octubre de 2017

Héroe sin capa


Hacía mucho que no sentía esto. Quizás meses, quizás años. No te voy a mentir: no es dolor, ni siquiera nostalgia. Admito que, seguramente, los tiempos pasados siempre serán mejores. Asumo, no sin resignación, que el porvenir pocas veces vendrá acompañado de esperanza. Pero acepto que, sean cuales sean las vicisitudes del destino, nunca debí abandonarte. Al fin y al cabo, son palabras lo único que conservaré de mi existencia el día que me vaya. Créeme, no me resulta desalentador pensar en ello. Más bien, recibo eso como un suspiro de consuelo. No me importa si muero anónimo o admirado. Nací para ser un héroe. Sin capa ni poderes, ¿qué más da? Yo, al estilo de García Lorca. Papel y boli, y a luchar. 

¿Contra qué luchar? Sinceramente, no lo sé. Hay tantas cosas por las que merece la pena pelear... y a la vez tan pocas a las que podamos hacer frente. Es cierto. Necesito encontrarme en este libre discurrir de la conciencia. Estoy perdido, vacío. ¿Cuál es la siguiente meta? ¿Cómo voy a seguir el camino si no sé hacia dónde puedo llegar? Temo que el tedio me abrume en este texto impresionista que pinto ahora. Temo haber perdido la inspiración del niño que escribía magia. Todo es tan puro en la infancia... y eso que la vida es demasiado corta para odiar. La madurez está sobrevalorada. ¡Qué demonios! Es el suicidio del ser humano.

Madurar consiste en conocer la dimensión más vil del hombre. Madurar es mirar al odio, frente a frente. Madurar es ser abofeteado por la envidia con toda su crudeza. Madurar es ser traicionado. Madurar es dejar de confiar. Madurar es lo contrario a la felicidad. Y créeme, se puede ser feliz en la madurez. No me malinterpretes. Es cuestión de aceptar la realidad y seguir adelante. Como en las tragedias griegas. No lo olvides, nací para ser un héroe. Sin capa ni poderes. Yo, al estilo de Edipo. Aceptando lo inexorable del destino, pero viviendo al máximo cada segundo de nuestra existencia, incluido su dolor y su crudeza. Porque la vida es una droga. Cuanto más la consumes, más la necesitas. Y un día, acaba contigo. Pero, durante ese trayecto, deja tras de sí momentos de éxtasis tan efímeros como inolvidables. 

Está claro. La vida te quita la vida tan pronto como el hombre se mata a sí mismo. Estoy convencido de que la madurez es el peor crimen jamás perpetrado por el ser humano. Y lo hemos normalizado como si fuera un proceso convencional. Si los sabios viven todos sus días callados es para guardar un silencio eterno por el asesinato del niño que vive en nosotros. Un niño que no entiende de patrias ni fronteras. Un niño que no vive anclado en su egoísmo. Un niño que no conoce dios que domine su vida. Un niño teñido de blanco y negro, como el Guernica. Un niño acabado en a, que de lo único que abuse sea de su inocencia. Nietzsche, que alguna vez identificó al niño con su superhombre, olvidó que la esencia del hombre es su superniño. 

Y sí, hacía mucho que no sentía esto. ¿El qué? La incertidumbre de la nada. Fue allí, en el sordo rumor de los garitos de madrugada, cuando me abrazó un intenso escalofrío de amargura. Todo era tan esperpéntico, tan grotesco, que hasta el propio Valle Inclán se hubiera atemorizado al describirlo. Dudo si me engañaban los sentidos o si era el amargo elixir de la soledad. Pero en aquella tumultuosa oda a Baco me emborraché de tristeza. Algo estaba muriendo en mí. La inspiración que un día me rodeaba se apagaba como las hojas caen en otoño y las flores se marchitan en primavera. Quise cargarme de excusas para enterrarte, pero me llené de razones para conservarte. Razones, las de un corazón indefenso. Eso no cambiará nunca. Pero tan firmes e inquebrantables como mis convicciones.

Pese a todo, quiero rebelarme. Sé que todavía existe una mirada que pueda inspirarme. Sé que me quedan palabras que puedan conquistar la más bella de las almas. Sé que aún puedo ondear la bandera de la esperanza. Sé que mi imaginación aún puede volar alto sin saber dónde termina el cielo y dónde empieza la Tierra. Sí, lo sé. Estoy convencido. Por eso vivo, luego escribo. Porque escribir ya no es una cuestión de libre albedrío, sino de pura supervivencia. Palabra de Paul Auster. Palabra de héroe (sin capa).