miércoles, 1 de noviembre de 2017

Resiliencia


Resiliencia. Capacidad de hacer frente a las adversidades de la vida, de superar circunstancias traumáticas, de transformar el dolor en esperanza y salir del profundo pozo de la tristeza. Supongo que debe haber algo de cierto en esta palabra cuando me miro al espejo. A fin de cuentas, no soy socio del Atleti por mero masoquismo. Se trata de una razón de ser, de un modo de vivir. Sí, soy un tipo resiliente. Quién sabe si era una cualidad inherente a mí o fui adquiriéndola a medida que crecía. No lo sé, no me preocupa. ¿Realmente importa el porqué? Hasta cierto punto. Toda una vida esperando explicaciones para darme cuenta de que la vida se disfruta más en la incertidumbre del mañana que en los motivos del ayer. El pasado se esfumó, no quiso poner punto y final. Miré atrás y, como Orfeo, no te encontré. Desapareciste como Eurídice. Pero no, yo no soy el Fausto de Marlowe. No quiero hipotecar mi alma a un Cupido disfrazado de demonio. No quiero abandonar mi corazón indefenso a su propia (mala) suerte.

Pero créeme, no es simple vivir en la piel de Penélope. No es fácil esperar eternamente a un barco que no volverá. Aunque el mío ni siquiera partió. Y sin embargo, tejo. Y tejo. Y tejo. Y no dejo de tejer ni de deshacer cada escrito, cada palabra que susurro y flota en el aire del olvido. Me armo de paciencia para combatir el peso de la soledad en mis espaldas. Pero nunca llegas. Me volviste a abandonar. Apareciste cómo una Venus de Boticelli en mis sueños. Tus cabellos dorados se fundían con la luz del alba. El azul de tus ojos era tan transparente, tan profundo, que ningún mortal hubiera podido saber dónde acababa el mar y dónde empezaba tu mirada. Tu tez de mármol emulaba a la pureza de María en el alma de cualquier creyente. Tu voz de sirena acallaba los cantos de aquellas que ablandaron el corazón del mismísimo Ulises. Fuiste princesa de mi subconsciente, reina de mi mundo. Pero tampoco fue suficiente.

Me llené de grandes esperanzas, como Pip en la novela de Dickens. Hasta que consumí mi dosis diaria de realidad. Soy adicto a ella. Sin embargo, su efecto es tan efímero como tu presencia. Cuando desaparece, vuelvo a soñar. Vuelvo a tejer. Huérfano de amor y sediento de besos. Pero resiliente, siempre resiliente. Colecciono fracasos por doquier y tengo cuernos suficientes en mi cabeza para embestir a la tristeza. Detrás de cada golpe hay una herida que se cierra. Pero no hay baño en el Leteo que no las cure. Nadé tanto por el río del olvido, que me olvidé hasta de olvidar. Aunque el recuerdo, paradójicamente, siempre termina olvidando. Palabra de Benedetti. Y yo, mientras tanto, tejiendo mis cicatrices. Convirtiéndome cada vez en un ser más inquebrantable. Pura resiliencia.

Desconozco quién será la siguiente transeúnte que me conquiste con su andar. Quién será la siguiente que continúe sin mirar atrás. Pudimos ser y nunca seremos. Solo importa que cada uno, por separado, somos lo que somos. Únicos protagonistas de un teatro llamado vida. No importará el porqué. Ella se irá. Como tú te fuiste sin brindarme una mínima posibilidad. Allí estaré yo, escribiendo estas líneas para sobrellevar la fealdad que cada vez más me invade y el mal que marchita las flores de mi alma. Flores entre las que te fuiste, flores entre las que me quedo. Yo, como Miguel Hernández. Pues solo quien ama vuela. Y aunque la inmensidad de tus pupilas no se postren nunca sobre mí, jamás recorreré el Infierno de Dante para entregarle a Mefistófeles las llaves de mi destino. Sueño para vivir, vivo para soñar. Contigo. O sin ti. Seguiré tejiendo y deshaciendo, siendo un vulgar Calisto en vez de un seductor don Juan. Seguiré siendo una cutre Celestina en lugar del Romeo que siempre te quiso amar. Pero seguiré viviendo mi propia utopía. Esperando, algún día, que el barco que nunca partió llegue al puerto de mi corazón. Y que el río que surque desemboque en el océano de tus labios. Lo haré. Por puro masoquismo, por razón de ser, por forma de vivir. O, simplemente, por pura resiliencia.