viernes, 6 de diciembre de 2013

Hasta siempre, Madiba


Guadalajara, 6 de diciembre del 2013

Querido Nelson Mandela:

Sé que nunca podrás leer esto, quizá nadie lo haga, pero necesito darte las gracias. Como humilde anónimo que soy y que tú fuiste en su día, no puedo desahogar de otra manera mi gratitud hacia ti. No sé ni por donde empezar. Y es curioso porque, desde hace meses, supe que llegaría este momento. Pero aunque estaba predestinado que tu regreso al cielo sería inminente, me resigno a asumir tu ausencia en este mundo que, a pesar de que sigue siendo un lugar insensible y cruel, siempre será un poquito mejor con tu legado y tu imborrable recuerdo. Resulta triste que, en días como hoy, tenga que ser tu marcha la que nos recuerde que nada es imposible, a pesar de vivir acostumbrados a decir más fácilmente un "no puedo" que "voy a intentarlo". Porque, como gran líder que has sido y eres, sacrificaste incluso tu vida para otorgar libertad al pueblo. Ya no a la gente sudafricana, ni a la raza negra, sino a toda la población mundial. No eres su líder Madiba, eres nuestro líder, nuestro espejo en el que mirarnos. 


Casi un siglo de vida te sirvió para profesar el camino hacia un mundo mejor. Hubo gente como tú que murió en el intento de hacer de la paz algo más que una profecía. Costó sangre, sudor y quien sabe si más de una lágrima en aquel lugar de ira y llantos, que aprisionó tu envejecido rostro contra doce rejas que apenas dejaban al Sol alumbrar. Hubo que perdonar a unos cuantos torturadores, aquellos a los cuales el Sol iluminaba sus caras, pero nunca las oscurecía tanto como tu piel y tu celda, la del preso 46664 que derribó todas las murallas. 27 años de martirio que terminaron por hacerte el líder popular de todo un pueblo. Conseguiste cambiar toda una nación y serviste de inspiración a toda la población mundial. Demostraste que aquel que odia puede conseguir amar, que el racismo no es más que una palabra vacía, y que los sueños, por muy duros que sean, se hacen realidad. Sí, lo conseguiste. Con esa sonrisa imborrable que reflejaba a cada sudafricano al cual le habías salvado la vida. Ya eras eterno, Madiba. 


Seguro que hoy volverás al pasado y recordarás en tu lugar dorado del cielo aquel 24 de junio de 1995 en Johannesburgo. En aquella lección de unión y humanidad, cuando elevaste a Sudráfica al Olimpo, mientras François Pienaar alzaba el cetro dorado del rugby mundial. Venciste al pasado, derrotaste al racismo y lograste simplificar en la figura de François la huella imborrable de una leyenda que ni la mitología griega sabría relatar. De aquella gesta de los Springboks, del fin del apartheid, hasta hoy. Parece que por aquí algunos se han olvidado de tu nombre. O, simplemente, nunca han oído hablar de él. Nuestros "líderes" se han convertido en nuestros propios enemigos (algunos tiran hasta la toalla con su incuestionable gracia e ironía), el pueblo se divide entre ideales sin pensar en las consecuencias de un país unido, y otros, después de robar a sus propios compatriotas, lavan sus manos para enmascarar los indicios de una dictadura que llaman "democracia". 


Y es entonces cuando la población, coartada y suprimida, siente miedo. Un miedo que el Gobierno usa como arma frente al pueblo, en una división que nos hace sentir derrotados ante las circunstancias. Y en mi corta y melancólica memoria aparece tu recuerdo, el de una persona valiente que nos dijo un día que un valiente no es el que no siente miedo, sino el que sabe conquistarlo con sus armas. Armas que no hacen el mal, armas que salen victoriosas de su batalla ante la guerra. Armas como la educación, el diálogo o la palabra. Dirán que se las lleva el viento, pero jamás perderán su poder en el tiempo. Y volviste para recordarnos que siempre es el momento oportuno para hacer las cosas bien. Porque somos amos de nuestros destinos, capitanes de nuestras almas. Porque la gloria no es nunca caer, sino levantarse siempre. En la cárcel o en el cielo, pero siempre permaneciendo en el recuerdo. Y levantarse una, dos y las veces que haga falta. Todo para que un día, cuando hayamos cumplido con nuestro deber para nuestro pueblo y nuestro país, podamos dormir por siempre en la eternidad. Para que, en nuestro lecho de muerte, alcemos nuestras almas volando en dirección hacia el cielo. Así terminó tu historia ayer, así comenzó tu leyenda hoy. La de un ángel que casi un siglo después regresa a su cielo inmortal. Hasta siempre, Madiba. 

David Gómez Martínez



viernes, 1 de noviembre de 2013

Justicia Madrid Arena


Llega una nuevo alba y el Sol brilla por sus sonrisas, aparece el ocaso y el cielo llora por sus ausencias. Y entre tanto comienza un nuevo noviembre, pero sin ellas. Sin esas gotas de lluvia que un día reconfortaban, y que hoy solo congelan nuestros desdichados corazones. Sin esas cinco chicas que hoy observan desde el cielo como aquellos cobardes que se las llevaron siguen impunes ante los crímenes de este Gobierno, ante las injusticias de esta "Justicia" inicua. Porque pasaron doce meses y nada ha cambiado sin ellas. La nostalgia crece de manera proporcional a la impotencia, mientras los responsables se lavan las manos con dinero y ahogan su dignidad en las aguas de un spa. Bueno, y algunas nos humillan con sus particulares lecciones de inglés. Porque somos nosotros mientras, los humildes ciudadanos, los que nos ahogamos entre el llanto generalizado de una sociedad que vive unida entre tragedia y tragedia esporádica mientras se separa por las estúpidas ideologías que representan miles de farsantes que ocultan sus vergüenzas entre trajes y corbatas (regalados, qué duda cabe). Porque ellos, los que se arman de valor para darnos ensayos de ética y moral, creen que el tiempo cura y olvida todos los males. Pero ahí están ellas para recordarnos que, por fallecidas que estén en carne y hueso, nunca serán enterradas bajo las cenizas del olvido. 

Ni perdonamos ni olvidamos. Estamos hartos de vivir coartados al miedo. Es lo único que sentimos con estos ladrones de guante blanco. Roban dinero, roban sueños y roban vidas. Y lo peor de todo, te roban las palabras. Por miedo. Por puro miedo, como en las dictaduras. Dictadura que ellos llaman "democracia". Dictadura que ellos llaman "justicia". Aquella que juzga de distinta manera a una madre que utiliza una tarjeta de crédito encontrada por la calle para comprar pañales a su bebé que a una terrorista que ha asesinado a 28 personas o a un violador de 72. Sollozar y callar, indignarse y rabiar. Y si una mente desconsolada se rebela, hiere y sangra en el suelo que ellos pisan con sus zapatos resplandecientes y de marca, limpiado y besado por sus súbditos que camuflan su dignidad tras los cristales ennegrecidos de una limusina rumbo a Suiza o Qatar. Malditos sean ellos, tan pobres que solo tienen dinero. Nunca irán rumbo del cielo como ellas, las que descansan con la paz que no tuvieron en su marcha de la vida. Las privaron de su regalo, de su libertad. Porque los trajes tienen su precio, al igual que los sobresueldos de ciertos presidentes gloriosos y transparentes, o que las donaciones que recibían un tal duque solidario y formal. Pero... ¿cuál es el precio de una vida? ¿De cinco vidas? 


Habría que preguntarle a la señora Botella ya que, viendo sus poco virtuosas dotes en inglés y en ética y moral, supongo que tendrá reservadas algunas neuronas para manejar los números con facilidad. O bueno, sino contará con la ayuda de su profesor de Soto del Real, que de cuentas sabe mucho. Sea como fuere, la rabia me invade por dentro, y es difícil soportar sin que resbale por mis mejillas alguna lágrima tan fría como ardiente, tan desconsoladora como esperanzadora. Porque si se aprecia mi dolor, el de una persona ajena a esta tragedia, imaginen el de las familias afectadas. El de todas aquellas personas que guardan todavía ese perfume de cada una de esas chicas que aromaban sus hogares. El de esa gente que todavía mantiene intacto las arrugas que cada una de esas chicas dejaban en sus deshechas camas. Esas fotos con amigas, esos recuerdos de la infancia con los padres y los hermanos y hermanas... ¿Cuál es el precio de toda esa soledad y nostalgia que el negro adorna 365 días después? ¿Quién paga todo ese sufrimiento? Seguramente nadie pueda hacerlo, y de hecho, condenar a los culpables no curará la tristeza de añorar a quien se marchó hacia el Elisio. Pero, al menos, la esperanza de que se puede creer en este injusto mundo, por mínima que sea la súplica, aliviará las almas de centenares de íntimos angustiados por la gratuidad de un crimen que no merece dejar al pecador sin pecado ni al justiciero ajusticiado. 


Desde luego que no es mi intención, como humilde anónimo que soy, otorgarme una importancia por estas sinceras palabras. Pero considero justo y necesario animar, en este 1 de noviembre, a crear un aliento de esperanza para todas aquellas víctimas de la injusticia. Porque el tiempo no cura las heridas, aunque sí te ayude a convivir con ellas, pero pone a cada uno en su sitio. Ajusticia al criminal y penaliza al mentiroso. Porque a pesar de todo, en este mundo lleno de imperfecciones, existe justicia. No la que predican aquellos magistrados que, con un libro en mano, denominan ley. Hablo de la justicia de la vida. Porque la justicia, como bien afirmó Horacio, aunque anda cojeando, nunca deja de alcanzar al criminal en su carrera. Y es ella, la justicia, la que ensalzó el alma de estas cinco maravillosas chicas. Porque solo los buenos mueren jóvenes. Dejan pronto su vida para permanecer por siempre en la eternidad. Aquella que más tarde que pronto enterrará a los responsables del fallecimiento de estas chicas en el infierno del olvido. Hasta entonces seguiremos rezando cada año por vuestros indefensos corazones al grito de "¡Justicia Madrid Arena!". Vosotras propagaréis el eco, nosotros os tendremos presentes en la posteridad.


PD: Me duele escribir esta entrada, pero me reconforta saber que ante las tragedias, siempre existirá la unión del humilde pueblo en busca de una justicia que la alta nobleza no alcanza a lograr. ¿Por qué? ¿Quién está detrás de todo esto? Todos lo sabemos, pero no interesa sacarlo a la luz. Ya sabemos que vivimos rodeados de mentiras y que, por desgracia, la única verdad es que ninguna de ellas están entre nosotros. Pero entre el consuelo del desamparado siempre nos quedará la tranquilidad de saber que ellas estarán disfrutando del cielo. De ese cielo del que nunca nadie podrá echar. Hasta entonces descansen en paz, y más tarde que pronto el tiempo ajusticiará sus felices almas. Por siempre, para siempre. 





sábado, 19 de octubre de 2013

La vida en rosa


"La vie en rose". Tan simple como complejo, tan insignificante como significativo. "La vida en rosa" que recitaba Édith Piaf en su exitoso intento de embellecer el hermoso lenguaje que originó la Galia en forma de música. En un canto de amor hacia el hombre por parte de la mujer, bajo la atenta mirada de la inmensidad de su natal París, esa mujer de mirada penetrante, de voz tierna y expresiva, de sonrisa hermosa y lágrima desconsolada, así como de presencia imponente, deslumbraba a Francia olvidando sus penas en el amor de su humilde y anónimo caballero. Una forma de entender el mundo, una percepción de los valores de la vida. "La vie en rose" que lo llamaba la hermosa Édith. Ella se fue, como otras muchas mujeres, víctimas del maldito cáncer. El suyo no era de mama, pero de la misma manera que millones de doncellas, apagó su voz y elevó su alma al cielo. Lo regaló, mejor dicho. Eterna bondad la suya. Principio que cualquier ser humano está dispuesto a mostrar ante la mayor dificultad. Juzgados y deshonrados, pero no hay mayor grandeza que la del propio humano. Unido en la adversidad, mirando en la misma dirección. Todos con un mismo destino, pero empeñados en crear un hermoso final. Y todos en el mismo camino, en la misma filosofía, nos agarramos al camino de la vida. "La vida en rosa" que diría nuestra querida Édith.


El color rosa, el rojo vivo aclarado. Referencia de felicidad y alegría en las creencias cristianas. Ejemplo de vivacidad en cualquiera de las entes terrenales humanas, ya sean ateas o seguidoras de las eternas divinidades. La vida, el regalo con más defectos que jamás la ciencia, o Dios (quién sabe el cómo, el cuándo y el porqué), pudieron crear. Hambre, guerras, enfermedades, odio, lujuria, avaricia, pobreza, muertes, traiciones... Dichoso el creador de este infierno en forma redonda, elíptica, achatada, o lo que sea. Pero ya pueden ser infinitos los problemas, que a pesar de todo, sigue siendo un regalo. Ni se puede devolver prematuramente ni se debe tirar sin compasión por vicisitudes del destino. Como buen regalo que es, se ha de aceptar, se ha de disfrutar. Y como un regalo, por malo que sea, no se ha de regalar a nadie, hemos de luchar por quedarnos lo que es nuestro. Sea cual sea el ladrón y sea cual sea la lucha,  nadie ha de quitarnos lo que nos pertenece. De eso entiende poco el cáncer, cruel fiera que el destino cruzó en nuestros caminos. Maldito impostor que humilla los mitos divinizados de las bestias diabólicas de Grecia. Imparable, letal, insaciable. Benditas las almas que nos robaste por el camino, y dichoso el sufrimiento que les causaste gratuitamente, sin beneficio alguno. Que alguien te haga pagar algún día tanto dolor en forma de desaparición.


Algún héroe con capa en forma de bata blanca, con kriptonita en forma de invenciones químicas y científicas llamadas medicamentos, con su centro de magia en forma de laboratorio, acabará algún día contigo. Tarde o pronto, pronto o tarde. A pesar de que ciertos crueles hipócritas disfrazados con corbatas y trajes adinerados limiten sus posibilidades. Ese día llegará, y ese héroe se alzará a los cielos como hicieron miles de terrenales. Sin ser dioses, fueron divinizados. Sin ser inmortales, fueron eternos, como la vida. Eterna es ella, la querida y amada vida, no como tú. Una simple lacra inoportuna que viene a sustituir a la peste negra como una cruel moda. El tiempo es justiciero, y acabará honrando a todas esas almas que hoy al fin descansan en paz. No importarán los actores, simplemente el acto. Ellos sonreirán, porque nunca se fueron. Y ellas, las guerreras, esas 185.000 mujeres que cada año te cobras como víctimas de tus caprichos, te habrán vencido. Porque, permitidme queridas damas, recordaros que no hay un sexo tan fuerte como el vuestro. Vosotras creáis la vida, y sois muchas de vosotras las que lucháis por ella. Por ellas, por esa mujer de cada once que padece esta cruel enfermedad, y por cualquiera de las hermosas doncellas que pueblan nuestro mundo, que nadie os borre la sonrisa y que nadie os quite las ganas de vivir. 


Mientras tanto, no queda otra que seguir mirando "La vida en rosa". Recordando que la vida es un regalo por el que luchar, y que cuando deseemos la temida muerte, recordemos a aquellas personas que murieron sin desearlo. Uniéndonos en seguir un solo sendero, aquel que nos guía al amanecer rosado, el que representa la prosperidad y la fe en un objetivo, y ante el cual no importa cuán duro sea el camino ni los castigos llevados a la espalda (hasta aquí eres eterno, Mandela). Mirándonos al espejo y contemplando la inmensidad de nuestras miradas. Y sin olvidar, queridas chicas, que vivir feliz es mucho más bello que aparentarlo. Sea en un prototipo de físico tan falso como ideal, o en un mar de lágrimas que se traga a vómitos miles de sonrisas. Porque no hay mayor arma que el optimismo, el que supera calamidades y otorga oportunidades. La oportunidad de seguir viviendo, de seguir luchando. De seguir disfrutando de la brisa del amanecer en nuestros hermosos rostros. De seguir despertando por un sueño por el que luchar. De seguir viviendo "La vida en rosa".


PD: En esta post-data final, quiero realizar mi mención especial a todas las personas que padecen esta cruel enfermedad. A los que se fueron y a los que siguen entre nosotros, porque todos siguen viviendo en nuestros corazones. Cada año las recordaremos y las seguiremos teniendo presentes, luchando ante esta lacra que opaca nuestras inicuas vidas. Para todas estas personas va mi más humilde y sincera dedicatoria. Espero que las personas que puedan leerlo se conciencien a seguir luchando para que el cáncer se convierta al fin en un simple signo del zodiaco (y en concreto el de mama) y disfrutando de nuestras vidas, nuestros regalos. Finalmente, os dejaré una versión de la canción de Édith Piaf "La vie en rose" mediante la cual he inspirado este texto. Ella vino al mundo un día 19 (de diciembre, concretamente) y ella también nos dejó en este mes de octubre. Para ella y su eterna voz mi más sentido homenaje. Un saludo y ser felices.


viernes, 4 de octubre de 2013

Y por favor, una sonrisa


Quién no sabe cuán caprichoso es el destino, que en este 4 de octubre tan feliz y especial, despierta con un cielo ennegrecido  por órdenes del inframundo y con los destellos de los relámpagos como única iluminación de nuestros días. Destellos, sonrisas, que decoran u ocultan en cierta medida las frustraciones de nuestras vidas. Sonrisas que ejemplifican mares de lágrimas. Rayos que magnifican millones de gotas de lluvia como si formasen un mar de sentimientos y penas. Otoño lo llamaría Vivaldi con sus maravillosos acordes. Melancolía lo califica cualquier terrenal más preocupado de aparentar ser feliz que de serlo realmente. Es el cielo, entristecido, el que saca a relucir en una mañana tenue de tempestad que la vida es un regalo envenenado, un castigo injustificado. Es él, quien evita que en el día que homenajea el mejor maquillaje de cualquier doncella (ese eres tú, querida sonrisa), podamos disfrutar de los permanentes rayos del Sol, de la brillantez de aquellas estrellas que decoran el visage nocturno de la Luna. Y es él, el cielo, el que muchos suspiramos por tocar, el que simplificamos en las pequeñas cosas que dan sentido a nuestro mundo (como las letras a las palabras y las palabras a estos párrafos), el que cruel como pocos nos recuerda que en el Olimpo no solo dominan las fuerzas divinas de Apolo, que la perfección no existe en el caos de nuestras vidas rutinarias y monótonas, repetitivas y frustradas.

Pero la madre Naturaleza, controladora del tiempo y más sabia que el destino, encuentra en los tristes acordes de mi piano un motivo para cambiarlo todo. Calma entre la tormenta, piedad dentro de la anarquía, paz en la guerra. El ser humano, tan simple y tan complejo, suspira por un deseo que su mente no es capaz de creer ni en sus sueños más utópicos que se hará realidad. Desliza sus primeras lágrimas por la mejilla, que se congelan entre la frialdad de la maldad. La maldad que padecieron millones de judíos en el Holocausto, los negros en el Apartheid, el poeta solitario, el vagabundo hambriento y desahuciado, así como el enfermo torturado y maniatado por caprichos del azar. Por todos ellos, Orfeo pide pleitesia con su lira. Contagia al mismísimo Satanás de su cordura, la mayor de las locuras, y el Universo conspira en favor del desolado. Caprichos del destino, inexplicables en horóscopos y Alquimias. Ni Paulo Coelho y su querido Alquimista podrían hacerse pájaros para volar, ni transformarse en viento para soplar en las arenas movedizas del desierto. Como tras toda tempestad siempre llega la calma, el cielo se abre, como si de un acto divino se tratara. Divina sea la vida, que muestra en un simple acto de bondad, que a pesar de lo ennegrecido que esté nuestro cielo, que a pesar de toda calamidad, siempre existirá una oportunidad, una puerta que nos induzca en la escalera que lleva al cielo. No necesita los acordes de la guitarra de Jimmy Page ni la voz de Robert Plant para decorar su bendita ascensión, pero la vida, detallista como pocas, alcanza la perfección de su infinito deslumbrando con sus primeros rayos de Sol.


Vuelven a brillar los mares, vuelven a brillas las perlas. Ojos llorosos que convierten sus lágrimas en preciosos arco-iris reflejados en esas gotas llorosas que todavía la mejilla no ha secado. Dientes blanquecinos que se muestran ante el mundo ejercitando los trece músculos más benditos de todo terrenal. Porque entre la depresión otoñal, los lloros permanentes del firmamento, los árboles desnudos en sus copas, las hojas descompuestas en el suelo que descienden lentamente por el aire que se lleva cualquier recuerdo del caluroso verano, porque entre todo eso, la madre que todo lo creó, la Naturaleza fusionada con la vida sabe dar su bendito homenaje. Da la oportunidad a aquellos que, maniatados por sus caprichos avaros, muestren su belleza conmoviendo lo inconmovible. Y ni siquiera fue la belleza del arte de las Musas, o el virtuosismo de Orfeo con su música lo que sensibilizó a las divinidades que rezan a Atenea en las puertas del Partenón. Fue la sonrisa de aquel anónimo humano, aquellas perlas brillantes que se formaban en su boca, aquella obra de arte que ni un cuadro podría enmarcar, lo que hizo a la vida reinventarse. Mostrar felicidad ante lo temeroso, desafiar a los límites ilimitados, conmover a los dioses y mortalizarlos, todo ello con una sonrisa. 


Porque es ella, la sonrisa, la que nos exilia de las penas por profundas que sean. Porque es ella la que nos enamora, la que convierte nuestros indefensos corazones en juguetes maniatados por la belleza que nos encandiló. Porque es ella la que cura miles de enfermedades, por duras que sean, puesto que sin fe no hay gloria. Porque es esa gloria, esa felicidad, la que la simplifican esos trece músculos que nos elevan a la perfección (maldita sea el que considere el número trece como desgraciado, pues no es más que una bendita bendición). Y porque es ella, esa sonrisa, la convierte a los silencios en un mar de expresiones y a las palabras en marionetas que vagan sin sentido alguno por las rutas de la vida. Porque es de la vida su esencia. Porque esa es la sonrisa. Y todo esto es un simple homenaje, como el que todo el firmamento quiso darle en esta tarde de viernes. Quizá esto sea algo temporal, pero su expresividad seguirá perdurando en la eternidad. Su lucimiento seguirá siendo la mayor meta de los hombres, y su resplandor el mejor maquillaje de cualquier mujer. Porque mañana volverán las lluvias de octubre, tristes y melancólicas como pocas (aunque nunca comparables a la lluvia de noviembre que tanto me excita), pero nosotros, los diminutos y simples humanos, seguiremos luciendo nuestras hermosas sonrisas. No como destellos del relampagueo, sino como los rayos del Sol permanentes que nunca dejan de alumbrar. Pidamos entonces un deseo ante el valeroso cielo, que nos permita deslizarnos por el camino de la felicidad a nuestro antojo. Sin limitaciones, sin complejos. Y por favor, una sonrisa.


PD: No podía dejar pasar la oportunidad de escribir en un día tan especial como este así que puse todos mis esfuerzos en realizar una hermosa entrada a la altura del día. Solo espero que os haya gustado. Me ilusiona poder volver a este maravilloso blog y plasmar en unas cuantas líneas la belleza de la vida. Sí, un regalo complejo y con problemas, pero un regalo. Hoy más que nunca espero haberos hecho felices sacando emociones y alegrías. Y por favor, una sonrisa =D



domingo, 29 de septiembre de 2013

Una añorada vuelta


Dicen que todo en la vida vuelve, aunque los pesimistas cuentan que las segundas partes nunca fueron buenas. Vuelven las melancólicas tardes de domingo, la rutina que todo lo coarta, la lluvia otoñal que enfría la brillantez del Sol, la caída de las hojas que abandonan las copas de los árboles, la soledad y nostalgia del poeta. Y como todo tiene que regresar, ¿por qué no tú, querido blog, que abandonado a tu suerte te dejé, fruto de la decepción y el desengaño, de la penumbra y de un pozo en el que no encontraba salida? Has de saber que hay cosas que no cambian, los problemas seguirán siendo problemas y todos encontrarán diversas soluciones. Todos tenemos problemas, solo que no todos aprenden a convivir con ellos. Y me incluyo en ese grupo de personas que se han sentido superados por las adversidades. No siempre es la palabrería la arma más fiable para el hombre, aunque realmente nunca falla. Pero los hechos pesan más que las palabras, aunque son estas la que dan significado a los mismos. Ese viento frío que sopla en la ventana es quien se lleva el sentido de todo lo que un día afirmamos, eso no varía. Al fin y al cabo, el mundo en el que vivimos sigue siendo el mismo, querido blog. Ni siquiera los actores de esta película cambian sus papeles, para desesperación de algunos. Actores de pacotilla, que se autoproclaman héroes del pueblo cuando sus acciones no las vigila ni la mirada del Padre. 

Solo cambia el contexto de la película. Nada es como hace un mes, cuando te dejé prematuramente. Siempre es bueno abandonar para reinventarse y volver a adornar la vida de nuevo. Sin embargo, reconozco abiertamente que te dejé por pura frustración. Yo no quería, o quizá no sentía que era lo que deseaba. Pero fue lo mejor, paradójicamente. No me arrepiento de este tiempo sin ti pero, si volviese atrás no te hubiese dejado. En la vida uno ha de hacer lo que desea, y realmente en ese momento solo fue un arrebato de rabia. Pero tomé una decisión que buena o mala cambió el contexto de mi vida. Juntos vivimos el lado amargo del amor, el fracaso de un viaje tan deseado como frustrado. Demasiado influyente en mi estúpida marcha. Todo el que gana debe conocer la derrota primero, y no aprendí a asimilarlo. Hay más oportunidades que fracasos, pero estas tampoco se cuentan con más dedos que los de una mano. Quizá me faltaba madurez y experiencia, la que posee ahora un todavía novel chaval de catorce años como yo. No es cuestión de comerse la cabeza por lo que pudo ocurrir y no pasó, por lo que ocurrió y se perdió en el olvido. El caso es que pasé de mendigar como Orfeo por el desierto a conocer a la chica que me hizo enamorarme de nuevo. No puedo decir que no me había enamorado de verdad antes porque cierta doncella abulense me hizo perder la cabeza por un fuerte sentimiento, pero fue esa la experiencia definitiva que cambió el contexto de todo esto.


Todo, es lo que revolucionó una tarde de sábado el 14 de septiembre. Pasé de amar a ser amado, de sentirme vencido a ser el vencedor. Fue en Madrid, a orillas del Manzanares, en mi segunda casa. No creo en las casualidades del destino. Ese lugar posee un emocionante aroma para mí. Allí he reído, he llorado, he gritado, he sufrido en silencio, me he hundido del éxtasis al infierno, me he elevado al mayor de los cielos... Y algo me decía que allí debía encontrar mi amor ideal. Solo el tiempo sabrá si es otro espejismo pero lo cierto es que mi situación cambió. Los lamentos eran alegrías, los sollozos eran sonrisas y la soledad pasaba a las caricias. Pero la situación no cambia la vida, de hecho nada cambia este mundo. Los problemas siguen siendo problemas, siguen existiendo y nunca se marchan. Los pobres siguen siendo pobres y el desdichado sigue siendo desdichado. Y yo, humilde caballero desconfiado, idiota como pocos, amante como ninguno, mantuve y mantengo mis inquietudes. Las que un día me mataron como pretendiente y las mismas que me matan como presunto pretendido. Las que hacen que suspire por no perder esos ojos azulados como el mar que miraban mis labios con el mismo deseo que tengo yo a no perderla. Y es el miedo el que vuelve a coartar mi alma, el que me hace rememorar fantasmas del pasado que retumban en el presente.


Fantasmas que me han hecho cometer errores, que me han hecho que el temor en mi cuerpo vaya en aumento. Quizá el hecho de no haberme manejado en este contexto de la vida me esté llevando por una senda errónea. Nadie lo sabe, pero de las experiencias nuevas solo se puede aprender. Pero no quiero aprender solo. No quiero volver a ser traicionado, no quiero volver a sentirme solitario, no quiero volver a ser ese postre de un menú que ni siquiera leíste. Son aires de cambio, los que esa famosa balada de Scorpions resalta, los que me hacen desenvolverme en un camino de la vida inexplorado por mi corazón indefenso. Y es tal mi incertidumbre que siento que hago daño. No solo a mí sino a aquellas personas que sufren en silencio, que ni siquiera mencionan su nombre por miedo a ser rechazadas. Morir matando, qué sensación más dolorosa. Y mientras la distancia, aquella que te impide ver lo que deseas, te come de inquietud por no saber si el día de mañana volverás a caminar en la senda del Elisio. Solo, como Orfeo sin su musa inspiradora. Melancólicas, como las tardes de domingo, la rutina que todo lo coarta, la lluvia otoñal que enfría la brillantez del Sol, la caída de las hojas que abandonan las copas de los árboles, la soledad y nostalgia del poeta. Y como no, inmortal, fiel e inseparable como tú, querido blog. Que en una añorada vuelta nunca me volverás a dejar. Desafiemos nuestros miedos, traicionemos a nuestras inquietudes, mintamos al odio y los celos, y sonriamos juntos, a tu lado. Sea el contexto que sea, sea el lugar que sea. Volvamos a estar juntos de nuevo.


PD: Espero que me hayáis echado de menos por aquí, porque eso será señal de que hice las cosas bien en su día y queréis volverme a leer de nuevo. Y siento en el alma no haber podido volver antes. Pido perdón por ausentarme de esta manera, aunque lo necesitaba, nunca fue a favor de mi voluntad. Deseo que sea un regreso agradable para todos y que mi yo expresivo vuelva a gustaros y a favoreceros la lectura como siempre antes había logrado. Como siempre, me encanta que comentéis y reflexionéis para compartir vivencias juntos. Es un bendito placer. Recupero el blog con toda la ilusión del mundo. Gracias y un abrazo enorme =)

lunes, 19 de agosto de 2013

Hasta pronto, querido blog


Querido blog, querido amigo, es hora de despedirme temporalmente de ti. Como buen amigo tan ficticio como la vida, me has sido fiel, has sido quien ha reflejado todos mis estados de ánimos, todas mis ideas que se convirtieron en hechos que, a pesar de no ser muy exitosos, fueron arriesgados y gratificantes. Todo lo que empieza tiene un final. Quizá ciertos errores me han llevado hasta esto, pero quien sabe, uno toma decisiones equivocadas permanentemente, pero ha de defenderlas sin saber los caprichos que el destino tiene preparado para él. Ciertamente he perdido la magia de las palabras, las que nunca pierden su poder, las que hacen que todo cobre sentido. Siempre hay destellos, arrebatos pasionales y creativos que nos permiten inspirarnos en un visage nocturno conmovedor y penetrante. Pero guiándonos por las generalidades rutinarias de nuestras vidas, he cometido muchos más fallos que aciertos, he vivido momentos más tristes que alegres. Y a toda persona le pasa igual, con 13 años como yo, con 44, con 70... Toda persona encuentra en los momentos de felicidad pequeños destellos de una rutina diaria que nos desgasta, que nos encierra en cuatro paredes de las cuales dependemos y ya no podemos salir. Y cuando tomamos la decisión de desafiar a la distancia, esa que rompe tantos amores, esa que sirve de excusa a cualquier ser querido que no corresponde a su amante, nos topamos con la indiferencia, el desconocimiento de una tierra y la puerta de la casa de la persona por la que tanto has esperado, como Don Quijote y Sancho toparon con la Iglesia. 

A nadie le gusta reconocer los errores, mucho menos rectificarlos, pero peor todavía es no saber en qué has fallado. Querido blog, que tantas historias tan imaginarias como imposibles soñamos e imaginamos en aquellos tiempos donde mi inspiración literaria era similar al crescendo  de los violines que interpretan El Invierno de Antonio Vivaldi. Pura pasión, pura expresión, puro corazón. Como cambian los tiempos, las estaciones, que de toda la expresión tensa y nerviosa, sentimental del invierno, se ha quedado enterrada en esas cenizas del temido olvido que vuelve a llamar a mi puerta. O en la nieve del invierno, o quien sabe si tras las tormentas veraniegas, o bajo los pétalos rosados de las flores de primavera. O peor todavía, en la angustiosa y fría lluvia otoñal que inunda las calles en septiembre, octubre y el frío noviembre. El virtuosismo del violín fue sustituido por un nuevo impostor, desconocido enmascarado que interpreta los graves y monótonos acordes del contrabajo. Así, la expresión de las palabras quedaron en el mismo lugar donde cayó el cadáver de Moisés en Sinai, bajo las arenas del desierto. En un mundo donde la electrónica y las máquinas predominan por encima de la pluma y el papel, donde la justicia reivindica al mentiroso y al estafador antes que al virtuoso y valeroso caballero, prefiero ignorar lo que ocurre a mi alrededor. Prefiero sacarte vivo de las miserias e injusticias de esta maravillosa (pero también injusta) vida.


Siento que estoy recuperando recuerdos del pasado, cuando te expresaba todo sin tapujos y con toda la vitalidad para escribir y maravillar al que me leía. Demasiado tarde, puesto que a los amigos fieles se les ha de defender y proteger. Cuando odio, rencor, envidia, rabia, ira y soledad llaman a mi puerta para que me una a su pandilla de amigos, siempre fieles y que nunca se olvidan de ti, nunca te dejan tirados, están ahí cuando menos los necesitas y cuando más los esperas, siempre te he tenido a ti. Pero ya sabes que en esta vida no importa el camino, sino la meta. Y nadie valora todo lo que hubo detrás para cometer cada una de las locuras que imaginamos. Quién me iba a decir a mí que iba a ir a Ávila solo por amor, quién me iba a decir a mí que iba a decir que iba a estar tan cerca de Londres como la Armada Invencible, pero mientras ellos iban con una flota enorme como arma, yo solo necesitaba un bolígrafo y tres folios para luchar por ese destino. Y un poco de pasión y de corazón. Pero ya sabes amigo mío, querido blog, que el tamaño del motor de nuestros estereotipados cuerpos no tiene ningún valor, puesto que no es más que una mera anécdota de hipocresía para crear el prototipo de una personalidad aparentemente perfecta. ¿O acaso alguien se fija en el corazón y la bondad de las personas? O en el tamaño de la cabeza, tan poco cultivada últimamente como los campos de trigo arrasados por las tenebrosas tormentas. Seguramente el tamaño de ciertas partes sean más gratificantes, tú ya me entiendes. Tanto yo como los hombres de Felipe II sucumbimos ante las puñaladas del azar al rozar las calles británicas que conducen hacia el Parlamento o Trafalgar Square. Ellos lucharon contra el temporal tormentoso que tanto miedo produce en mi cabeza. Yo no peleé con nadie, simplemente fui yo mismo. Y ya sabes querido blog, que en esta vida triunfa más el que se preocupa más por aparentar lo que no es que en ser quien realmente es.


Pero bueno, Londres así como el amor, se quedaron en el camino. Como la Armada que naufragó en el Canal de La Mancha. Yo, perdido por tierras castellanas, rozando la comarca manchega, no tuve más que girar mi mano para ratificar mi despedida. Estar lejos no significa no echar de menos, estar lejos no significa querer menos. Y estar lejos, no significa que los sueños como el amor sean imposibles. Pero bueno, Dios me otorgó salud, sabiduría, humildad, honestidad e inteligencia a cambio de la belleza. Valores que hacen de mí una persona, no un disfraz. No soy yo mucho de Carnavales, pero conozco personas que van disfrazadas los 365 días del año natural, o los 366 del bisiesto, con maquillajes que superan los límites de la normalidad, y el caso es que triunfan, consiguen lo que se proponen. Y tú, querido blog, sufres conmigo, expulsas de tus ojos irreales lágrimas tan bellas como las de San Lorenzo, ante la impotencia de lo inexplicable. ¿Qué más da que me frustre a tu lado, si todos pagan un precio por aquello que posee un valor incalculable: la dignidad? En fin, como buen amigo, no te queda otra que escucharme y aguantarme, lo que pocas personas hacen, o al menos tratan de hacerlo, ocultándote miles de veces una verdad existente y que es bien sabida aun prometiéndote que te contarán todo y que les importarás para siempre. En fin, quería despedirme de ti a lo grande, como bien mereces, porque no importa cuán duro haya sido el camino ni la eternidad de la distancia, porque como humilde inquilino seré habitante en tu ficticia alma. Algún verso bonito tenía que surgir cuando se trata de algo tan especial para mí (tiene tela que lo más abstracto sea lo más sincero). Pero bueno, esto es lo que es y lo que nos toca vivir. Esta es mi vida, feliz a pesar de todo, y no la cambio por nadie en el mundo. Y a ti tampoco, y por eso te dedico esta carta, y te protejo y protegeré. Seguiré leyendo cada línea que se nos ocurrió juntos y que, con éxito o no, me hicieron sentirme una persona feliz y útil, como Kurt Cobain junto a Boddah en su día. Ahora es momento de dejarlo, porque como bien sabrás, no volveré a ser el mismo escritor, quizá porque nunca lo haya sido. Hasta luego querido blog, pero jamás adiós. 


PD: Por ciertas circunstancias que no merece la pena mencionar, creo que es el momento de dejar este blog durante un largo tiempo. Quizá un mes, un año... El tiempo que haga falta. Pero necesito recuperar esa inspiración que tan escasa se me presenta últimamente, necesito buscarme y volver a sentir esa satisfacción que me ha llevado a luchar por conseguir todo. Y en esta vida todo no se puede lograr. Que el tiempo cure todo lo que tenga que curar, que la tormenta pase, y en el remanso de calma y paz del Elisio de la felicidad, todo vuelva a ser como antes. Sin engaños, sin mentiras, sin decepciones. Creí que tener talento servía para escribir, pero ni siquiera consigo inspiración. Es un bloqueo permanente. Creí también que cometer locuras amorosas por alguien, que desafiar la distancia de manera sorpresiva, era necesario para ganarse la estima de una persona, pero tampoco es así. Así que como buena persona, como uno más, he de valorar las pequeñas cosas que hacen de mi sencilla vida una vida feliz y no buscar las grandes gestas que por suerte o por desgracia no están hechas para mí. Solo quiero dar las gracias a todas y cada una de las personas que han leído este blog alguna vez, en parte siempre conseguí inspiración por ellas. Escribir sigue siendo mi pasión, pero todo tiene un final o un punto y aparte, quizá este sea el momento adecuado. El tiempo lo dirá... Hasta pronto.




viernes, 2 de agosto de 2013

Orgullo: El triste consuelo del atormentado


Era una mañana de lunes, soleada como cualquier día del tranquilo y apaciguado verano. Marchaba al psicólogo dispuesto a superar el ya conocido miedo a las tormentas que poseo. Inquietud sentía por ser la primera vez que contaba mis problemas a una persona anónima que mis ojos jamás habían visualizado. Quería sentirme preparado para cada una de las cuestiones que pudiese realizarme, pero fue entrar en esa pequeña habitación y quedé descolocado. Nada de tormentas, nada de miedos. "Ese no es tu problema" comentaba aquella sabia persona, cuyos ojos se dilataban de admiración cada vez que le hablaba de mi persona. Los míos, lejos de abrirse, se cerraban buscando evitar los sollozos del hombre que recuerda sus penas. ¿Cómo podía esa persona, que de nada me conocía, expresar en simples palabras lo que yo había sentido durante años? Complejo, timidez, pavor... Finalmente, Isabel (que así se llama la protagonista de esta curiosa anécdota inicial) me propuso una cuestión: ¿qué crees que hay detrás de la tormenta? De repente, toda mi mente se paralizó. Era un reto para mí averiguar el porqué de mis miedos, y todo lo que escondía mi temor hacia ellos. Y así comencé a reflexionar, porque ella supo que escribiría, y aquí estoy, haciéndolo sobre ello. Porque ella supo que lo pensaría, y aquí estoy, pensando en ello. 

Pero sobretodo, ella sabía todo lo que escondía tras de sí esa pregunta. Porque no todo es tan evidente como lo vemos, ni tan complejo como nos lo cuentan. Buen ejemplo son Los Borrachos de Velázquez, porque de borrachos, nada de nada. "Reflexiona por tu cuenta", me decía. ¿Qué es la tormenta sino la similitud de una mente desdichada, frustrada y sin rumbo, caótica como el ruido de los truenos, y oscurecida como el cielo ennegrecido durante los destellos de furia de cada relámpago que desciende del Olimpo de los dioses contra el mundo terrenal? ¿No puede ser la tormenta solo una prolongación de mi mente en la Tierra? Quizá sea casualidad, pero yo no creo en ellas. Puede ser paradójico, pero el destino conspira para hacer miles de ellas por alguna razón desconocida. Sin embargo, nadie necesita echar mano de la Alquimia para saber todo lo que rodea a una mente atormentada: miedo, cobardía, odio, envidia y solo un consuelo, un triste consuelo: el orgullo. "Si no se modera el orgullo, él será tu mayor castigo", afirmó sabiamente el escritor italiano Dante Alighieri. Castigo transformado en tormentas que esconden los complejos de aquel que ve la vida pasar tras la ventana, solitario, simplemente por amar el orgullo. Rayos que iluminan los sollozos y truenos que rompen el silencio de aquella soledad profunda del desconsolado, aquel que decidió ser orgulloso y olvidó que solo el orgullo nos mantiene sumergidos en nuestros problemas.


Y todo viene de muy atrás, cuando el cielo era azul como aquella mañana de lunes y el amor dominaba en el corazón de aquel hombre. La tormenta por entonces estaba tan lejos que ni siquiera las predicciones se atrevían a llevar la contraria la armonía del celeste que decoraba la cima del Olimpo. Tan simple fue el camino de la felicidad, como la llegada de la tristeza. Poco a poco, entre los deslizamientos del viento, van llegando las nubes así como los problemas. Y el cielo se ennegrece y el orgullo nos hace abandonar a quien amamos. Que el alcohol nos consuele las penas y que la desoladora lluvia veraniega sustituya a la fría y enternecedora lluvia de noviembre. Pero ni una gota de whisky puede sustituir el cariño de la mujer que amabas, ni el pasajero granizo tormentoso de agosto puede reemplazar la ternura de la lluvia otoñal, la que decoraba Slash con su guitarra, la que homenajeaba Axl Rose con su voz, la que enamoraba Guns 'n' Roses con su música. Por entonces las nubes desatan su furia, y el orgullo, complemento perfecto de la ignorancia, dejará al hombre visualizando la tormenta en su ventana. Temeroso y acomplejado, como la mujer que olvida lo que realmente le hace especial y deja de comer para buscar una felicidad que jamás existirá. Al igual que el hombre, ningún cuerpo estereotipado podrá cambiarse por el valor y la belleza de la sincera sonrisa de cualquier doncella. Pero es la tormenta, imparable y furiosa, la que divide ambos corazones, deseosos de cariño, pero consolados por el orgullo que les hizo egoístas, atormentados y solitarios. Mal de pocos, consuelo de tontos.


Por tanto, ¿qué crees que hay detrás de la tormenta? Vuelvo a escuchar miles de veces esa pregunta en mi cabeza, la que esa psicóloga disfrazada de mentalista me propuso en aquella soleada mañana de lunes, y encuentro que yo temo al miedo, al orgullo, al odio, a la envidia, a mí mismo, no a las tormentas. Es lo que hay tras bambalinas lo que forma el teatro, es lo invisible lo que hace este mundo observable, es lo utópico lo que hace de los complejos sueños una realidad. Por tanto, es lo que hay detrás de la tormenta lo que hace que las tema. He perdido (y seguiré perdiendo) muchas personas por orgullo. Quizá mío, quizá de ellos, seguramente de todos. Pero lo perdido pocas veces se puede recuperar, y solo añoramos lo que tuvimos cuando se marcha. No quedará otra que dejar pasar la vida tras la ventana, como la tormenta que trae consigo la calma, para volver a rugir cuando nadie menos lo espera. Volverá el ego, volverá el odio, y la tormenta seguirá sembrando el miedo. Por entonces únicamente tendremos el orgullo, el triste consuelo del atormentado. 


PD: Espero que os haya gustado esta entrada bastante personal y basada en esa fobia que he comentado inicialmente. No espero que os sintáis identificados con mi miedo, sí al menos con el tema a tratar, bastante delicado y que todos hemos sufrido en alguna que otra persona alguna vez. Nosotros mismos incluso, aunque no lo veamos. tenemos orgullo, el que nos impide aceptar verdades y nos aísla de una evidente realidad. Intentemos cambiar, ser comprensivos y escuchar a los demás para aprender. Toda persona tratará de ayudarnos, asumamos nuestros errores y consigamos ser mejores personas. No podemos cambiar a nadie, pero al menos sirvamos como ejemplo de como debe ser uno mismo. Finalmente, os quiero dejar la reflexión que me hizo la psicóloga este pasado lunes y podéis responderme en los comentarios. ¿Qué creéis que hay detrás de la tormenta? Un saludo y ser felices. 


jueves, 25 de julio de 2013

Dedicado a las víctimas del accidente de Santiago: Por vosotros, para vosotros.


Paz entre el bullicio de un Alvia lleno de ilusionadas y felices personas. Santiago espera impaciente, bajo su maravillosa y enorme Catedral, para celebrar las festividades del apóstol que da nombre a la capital gallega. Y, de repente, en esa negra curva, cuando el tren supera los límites de la velocidad, descarrila. Se oye un estruendo terrible, como si la tempestad hubiese llegado a esa zona que pronto se convertiría en el centro de atención de todo un país. Vagones destrozados, humo inundando un cielo cada vez más ennegrecido, sangre entre los raíles que tan pronto inundaban paz como se convertían en artífices de esta tragedia, móviles sonando y gente angustiada. Era el comienzo del fin, la crónica de una tragedia consumada. Policía, bomberos, ambulancias y vecinos tratan de rescatar a los que todavía sobreviven por las garras del azar, aquel que quiso llevarse a 78 personas en cuestión de segundos. Y entre esos restos de vagones desconsoladores, un policía encuentra una de las víctimas, ya en el otro mundo, con su teléfono sonando. Llora, como haría cualquier terrenal impotente e indefenso ante los caprichos del destino. Sollozos que ahogan a todo humano por escasos que sean, lágrimas que se entremezclan con el poderoso rojo de la sangre derramada en ese tenebroso lugar.

Y entre todos ellos, comienzan a aparecer héroes. No llevan capa ni espadas, ni son capaces de volar. Ni siquiera tienen poderes sobrenaturales. Pero hay algo que les hace distintos, inmortales e incluso, divinos. Siempre están cuando se les necesita, nunca fallan, por mucho que se les critique. Lloran como los centenares de personas que allí se congregan, pero tienen muchas vidas que salvar. De héroes se llenan los hospitales y centros de transfusión de sangre de toda Galicia. Entre esas heroicas personalidades se encuentra gente que lucha cada día por lograr un trozo de pan que poder llevar a la boca de sus hijos y por sacar este hundido país adelante. Hoy se congregan para luchar contra las puñaladas del destino. Así es el ser humano, despreciable como pocos cuando lo tiene todo, unido como nadie en la desgracia. Parecía que solidaridad, unión y lucha eran valores enterrados en las cenizas del tiempo. Nada más lejos de la realidad, todos somos uno. Todos somos mortales, pero todos podemos, unidos, ser más grandes que el inmortal e inalterable universo. No hay nada más grande que la calidad humana, la que nos hace hermanos a todos. Sin villanos no hay héroes, pero hoy no había ningún Joker que amenazase nuestra existencia, ni ningún Batman que nos protegiese del antagonista. Hoy todos éramos uno, unidos por un mismo objetivo.


Y mientras ahí estaba yo, helado como un esquimal sin hogar. Perplejo, incrédulo e impactado, el silencio apodera mi casa. Solo el sonido de la televisión con periodistas cubriendo la tragedia se atrevía a desafiar esa penetrante melancolía que rodea mi hogar. De mis ojos comenzaban a partir suavemente lágrimas que recorrían mi mejilla como en los peores momentos de soledad. Hoy sentía una lástima profunda. Impotencia, ira, frustración... Y enfado. Todo sentimiento negativo se juntaba entre las penas, mientras el silencio seguía siendo tan profundo como espeluznante. Tres, quince, veinte, treinta y cinco, cincuenta... Los muertos subían y el nudo que mi estómago formaba era cada vez mayor. Incapaz de pronunciar palabra, guardaba un aliento en mí para preguntar: "Papá, ¿cómo ha pasado?". Él lo explicó por encima, sin ganas de conversar, y salió a la terraza, en busca del aire que llevará consigo las cenizas de los fallecidos, que perdurarán en la eternidad, como en su día ocurrió con los muertos del atentado de ese terrible 11 de marzo del 2004. Nueve años después no es en Madrid, sino en Santiago, donde la desgracia quiso volver a dejar a toda España en silencio. Esta vez sí tengo uso de la razón, y no recuerdo hecho más espeluznante y desolador en mis retinas. 


Por entonces el anochecer ya había caído en Santiago. Ni siquiera la Luna decoraba esta desgraciada velada. Solo las luces de las sirenas de ambulancias, bomberos y policías se atrevía a alumbrar la tragedia. La capital de peregrinación de todo buen cristiano estaba de luto. Pero como dicen los sabios proverbios, "Dios aprieta pero no ahoga", ni siquiera cuando cualquier lágrima amenaza con hacerlo a cada sollozo angustiado y desconsolado. 78 almas no llegarían a ver el sepulcro del querido apóstol de Cristo, pero emprenderían el prematuro viaje que todo humano hará cuando acabe su ficticia vida: el viaje de sus almas hacia el cielo. Allí no volverán a escuchar ningún estruendo, ningún tren descarrilado, ni verán sangre derramándose por los suelos. Descansarán con la paz que no pudieron vivir en el segundo más trágico de su vida. Antes de eso, eran personas felices e ilusionadas. Cambian las formas, pero no la función. Cambiaron el cuerpo por el alma, pero nunca cambiaron la felicidad. No la podrán expresar en Tierra, así que pasado estos días de luto tan tristes como necesarios, vivamos con la felicidad que ellos no pudieron expresar en la festividad de Santiago. Pensemos que cuando solo nos quede desear nuestra muerte, recordemos a los que murieron sin desearlo, y cumplamos los sueños de esas personas que se fueron demasiado pronto, pero no por ello más infelices. Al fin y al cabo, el ser humano es solo uno. Por vosotros, para vosotros: ¡Forza Galiza!


PD: En esta post-data final y en una valoración más personal, quería dar el más sentido pésame a todas las familias de las víctimas y mostrar mi respeto y admiración a todos esos héroes (policías, médicos, ambulancias, bomberos, donantes, vecinos...) que están contribuyendo a salvar decenas de vidas y a ayudar a quien más lo necesita. No tengo palabras para expresar mi gratitud hacia ellos. Yo, por desgracia, no puedo ir a donar sangre, ni me encuentro en situación de poder visitar Santiago para mostrar mis condolencias a todos los gallegos. Por ellos he escrito estas líneas, es la mínima muestra de afecto y apoyo que puedo realizar. Mucho ánimo a todos.

domingo, 14 de julio de 2013

Amor y felicidad, tan opuestos y tan unidos


Querido blog, he sentido nostalgia por ti durante estas breves vacaciones en el pueblo. Maravilloso y relajante lugar, pero no podía evitar añorar tus escritos, cada palabra que plasmaba en ti. Tú eres quien le da sentido a todo esto. Contigo he sido feliz, he amado, he reído, he llorado... Eres lo que más quiero, salvando a mi inigualable familia. Ya sabes que el amor de un padre, una madre, un abuelo o un hermano es insuperable. Pero eres todo lo que necesito, eres lo que me haces feliz. Y, sin embargo, no te amo. No te amo como hice con aquellas chicas que me hicieron daño, solo por la diversión de utilizarme como la colección de muñecas que posee una niña en su infancia. Otras lo hicieron por ocultarme sentimientos, simplemente por miedo o por indiferencia. A todas ellas las aprecio por aportarme experiencias que ni la propia Alquimia con sus señales podría dar. No fui feliz amando, soy feliz apreciando. El amor no hace a la felicidad, y viceversa. Pero son tan opuestos, y a la vez están tan relacionados, tan unidos... 

"Felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace", afirmaba el sabio escritor francés Jean Paul Sartre. Hubo un tiempo no muy lejano en el que me sentía avaro, egoísta por añorar lo que no nunca había poseído y no apreciar lo que más tenía a mi lado. Me convertí en uno más. Quería amar como aman los demás, y quería ser correspondido. Me sentía solo tras la tormenta, como si los rayos me destrozasen sin compasión. Merecido lo tenía. Amar... ¿Para qué? Amar tuvo sentido cuando los humildes caballeros conquistaban el corazón de sus princesas, cuando los juglares recorrían ciudades y ciudades cantando para encandilar las sonrisas de las doncellas. Amar... ¿Qué es amar ahora? Presumir de un chico o de una chica, de haberte besado dos veces con esa persona y fingir que quieres a ese ser durante una o dos semanas hablando del infinito y del "para siempre". Eso es lo que llamamos felicidad y por consiguiente, amor verdadero. Así pues, Filadelfia quedó conquistada por los narcotraficantes y París por los magnates rusos y jeques árabes. Dinero es la palabra clave en esta sociedad. Qué tiempos aquellos cuando no existía ni el trueque, cuando una obra de Shakespeare no tenía valor alguno porque era incalculable. Tiempos en los cuales no se hablaba de lo eterno sabedores que ni siquiera nuestros corazones permanecen en la inmortalidad. Filadelfia era conquistada por la música de Bruce Springsteen y París era el paraíso de cualquier enamorado. 


Así el amor como el arte, evolucionaron de lo más bello a lo más abstracto e insignificante. Ni las pinturas negras de Goya se encontrarían tan perturbadas en la ceguera del amor. Ciego sí, de hipocresía y lujuria. A punto estuve de contagiarme de ello, hasta que ayer la tormenta despertó mi mente atormentada. La tormenta perfecta que dirían algunos, y no fue una película precisamente. Recordé que la desesperación hay que dejarla ir para ir aprendiendo de cada fracaso. Churchill, todavía me inspiras. Tanto como Mandela, al que siempre recuerdo con sus maravillosos versos que no me dejan solo ni en la noche oscura que me envuelve y que alumbran los imponentes relámpagos ni ante las puñaladas del azar. Recordé que la felicidad depende de lo que soy y no de lo que tengo, que no merece la pena suspirar por quien no te desea, que es injusto llorar penas ficticias mientras otros sonríen ante problemas reales mientras sufren en su agonía. Y me prometí ser feliz. Por mí, y por aquellos que se fueron sin desearlo. No por amor, sino por orgullo y satisfacción.


Y es que no es más feliz el que bebe para ocultar ser un borracho, o el que sonríe para ocultar sus lágrimas, o el que dice amar para ocultar que siente un vacío terrible en su solitario e indefenso corazón. Nada de hipocresía, nada de mentiras. La felicidad es un polo opuesto al amor. En ella no caben traiciones ni mentiras. En ella no caben miles de "para siempre" o millones de "te quiero". La felicidad es sincera, es no sentirse perdido entre su alma, es un estado de ánimo, una forma de ser. Podemos estar felices, pero podemos serlo, que es totalmente diferente. Y creerme, que no hay nada como tener en la felicidad una forma de vida. Y ver una oportunidad en cada calamidad y no una calamidad en cada oportunidad. Optimismo lo llaman también. En eso no tiene cabida el amor, puesto que solo existe felicidad con cualquier mujer mientras no se ame a la misma. ¿Alguien se atreve a cuestionar a Oscar Wilde, mientras ponemos más empeño en fingir ser felices que en serlo realmente? No estoy dispuesto a ser uno más, no estoy dispuesto a ser uno de ellos. No voy a ser uno de esos hipócritas con pareja, no pienso ver al amor de frente. Me reiré de ti con una sonrisa picaresca y feliz, y te llevará el viento como se llevó las palabras de todas esas chicas que un día me engañaron o me ocultaron su supuesta pasión por mí. Como se llevó la desesperación y tristeza que sentí un día por todo ello. No te olvidaré amor, pero jamás te echaré de menos. Nada es para siempre, y a ti solo puedo decirte que hasta nunca... Mientras sea feliz con lo que soy y no con lo que tengo.  Amor y felicidad, tan opuestos y tan unidos. 


PD: Espero que os haya gustado esta entrada diferente, puesto que se trata de una confesión personal. Inspirada en mí, busco como siempre que os identifique también a vosotros, o a alguna parte de quien me lee. Está claro que todos no vivimos las mismas situaciones pero así como hablamos del amor, podemos contar con cualquier otro problema de ejemplo, y recordad que nada es imposible, y que ningún problema aleja la felicidad. No la dejéis marchar, porque como bien dice uno de los versos de la canción de Passenger Let her go, "solo la quieres cuando la dejas marchar". Con ella os dejo, un saludo y ser felices, merece la pena.




jueves, 4 de julio de 2013

Alcohol, drogas y tabaco: Nuestra muerte prematura


"El alcohol provoca el deseo pero frustra la ejecución", afirmaba William Shakespeare. Suena el Claro de Luna de Beethoven a escasos metros de mi ventana. La tormenta se acerca, los truenos afinan sus atronadores sonidos, el piano no deja de tocar, mis lágrimas no dejan de escapar, como mis sueños. ¿Dónde estás, princesa? ¿Dónde estás, Londres? ¿Dónde estás, querida mente cuerda? Vómitos esparcidos por el suelo, mi cuerpo tirado sobre una mesa rasgada de madera, empañada por las gotas derramadas de una botella de Jack Daniels, cuatro pastillas y un cenicero ensuciado por las miles de cenizas esparcidas por decenas de cigarros. Sangre que se derrama al son de las lágrimas, y Beethoven que sigue interpretando virtualmente su sonata al lado de esa escopeta que lo terminó todo. Beber para olvidar, drogarse para subir al éxtasis que no pudimos alcanzar en tierra, fumar para esparcir el humo de la rabia y frustración que sienten nuestras ennegrecidas almas. Así acabaste tú, Kurt Cobain. Así acabaste tú, John Bonham. Tirados por el suelo, ahogados en vuestra propia sangre, en vuestro propio vómito. Solo para olvidarlo todo, para daros cuenta de que acabasteis con dos genios en vida, solo para elevaros al cielo que os bajó a los infiernos. Nuestra muerte prematura, eso son los vicios. Eso es la adicción. Te creías el mejor, te sentías el mejor, y acabaste sumergido en las cenizas del olvido. Y tú, alcohol, eres la medicina para olvidar las penas. No hay ojos que vean en una mente ciega, ciega de melancolía. Y es la melancolía, la que nos conlleva a humillar nuestros cuerpos ante los elementos del azar. Eso eres tú, alcohol. Azar, lotería. Quisiste acabar con la vida de los humanos sin saber el cómo y el cúando, ni siquiera el porqué. Maldita sea tu crueldad. 

Otros creen que el alcohol, así como las drogas y el tabaco, son la mejor muestra de madurez. Esos son los jóvenes. Los que piensan que es como el sexo. No conviene obsesionarse con él tan temprano, como bien afirmaba Margaret Atwood. Muestra de madurez, que se lo digan a aquellos que con veinte acaban bajo un puente, buscando una salida para empezar de nuevo, o un final para viajar al Elisio de la otra vida. El alcohol te hace realmente más maduro, más viejo. No hay mayor soledad que la producida por una entristecida vejez, y el alcohol envejece cualquier alma, cualquier corazón indefenso. Creíste ser amado por todo el mundo, incluso por esa botella de JB que te hundió la vida, cuando solo te querían para ser maniatado como el 'malote' de turno. Y es el chulesco y creído el que bebe para mostrar sus intenciones de madurez. Y es el tímido, inocente y humilde, el que bebe por su soledad y melancolía. Todo lleva al alcohol, todo por el maldito azar de no saber dominar nuestras mentes. Esclavos de nuestros sueños, presos de nuestros sentimientos. Triste depender de quien nos hizo llegar al éxtasis, de quien nos llevó al más profundo infierno y de quien terminó por destrozarnos. Maldita droga, maldito alcohol, maldito tabaco. Estúpidos nosotros por depender de él.


Me tacharon de cobarde por no probar ni una gota de alcohol en mis 13 años de vida. Me tacharon de formalito y desconfiado por no suspirar ni una calada de un cigarro desgastado, ni por probar la cachimba. Pero creo que no hay mayor muestra de cobardía que ocultarse tras un cubata, o unos gramos de cocaína. Bebes para ocultar que eres un borracho, fumas para ocultar que eres un fumador, te drogas para ocultar que eres un drogadicto. Todo porque no puede volver atrás en el tiempo y porque no puedes cambiar la decisión que tomaste, aquella que te animó a ser un valiente, a probar esa calada que acabó haciéndote adicto a esos paquetes de Camel Marlboro, aquel trago que te convirtió en alcohólico y en adicto a esas botellas de Ballantines, aquella hoja que te hizo adicto a las plantaciones de marihuana. Valiente idiota, arrepentido por tus acciones, sigues tu adicción, o directamente sucumbes ante ella. Preso de tu cuerpo, esclavo de todas y cada una de las enfermedades más crueles que existen, cierras los ojos. En tu última voluntad, en tu último sueño, te arrepientes de lo realizado. Como Don Quijote en su vuelta a la cordura antes de morir, te acuerdas de todas las personas que hiciste sufrir, de todos los que lo pasaron mal aguantándote. Recuerdas todos tus paseos por los callejones oscuros mojados por la lluvia desprendida en cada tormenta que representaba tu mente. No puedes reír, ni siquiera puedes llorar. Todo acaba, como si de una tragedia de Shakespeare se tratase. 


Y pensar que vivimos en un mundo donde mientras hay gente que suspira por morirse, otros luchan por agarrarse al regalo de la vida día a día. Por eso, cada vez que deseamos morirnos, recuerdo a los que lo hicieron sin desearlo. Por eso pienso en esas personas que lucharon cada segundo de su vida por ver libres el amanecer el Sol, y jamás lo consiguieron, presos del cáncer o del SIDA. Por eso pienso que somos unos monstruos incontrolables, capaces de destrozarnos entre nosotros sin escrúpulos, invitando a los más locos a volar hacia el éxtasis, sin saber que se hundirán en la tortura del infierno. Por eso lloro por aquellos que un día decidieron introducirse por el pasadizo oscuro del laberinto del alcohol, y ahora se encuentran sumergidos en esos cubatas que ahogan su propio vómito. Por eso recuerdo a esa chica que amaba, la que fumó su primera calada para terminar olvidada en las cenizas de cada uno de esos cigarros que ella fumó. Por eso te odio, Kurt Cobain. Te odio por matar un genio, por no pensar en esas personas que murieron sin evitar su triste desenlace, mientras tú te destruías sin ser consciente de lo que eso significaba. Por eso te odio, princesa. Te odio por amarte tanto, te odio por hacerme adicto. Te odio por no dejarme ser libre en vida, por no dejarme expresar todo lo que siento. Por eso te adoro, querido blog. Por hacerme libre sin necesidad de pisar el Elisio de la muerte. El que pisó el bueno de Kurt hace 19 años, y el que no ha dejado de pisar desde aquel fatídico 5 de julio de 1994. Y volvemos a aquella escena, con la escopeta en el suelo, la sangre derramándose al son de las gotas de whisky, con la tormenta atronando las ventanas de esa casa de Seattle, y el Claro de Luna expresando las notas desgarradoras de esa famosa sonata de Beethoven. Culpa del azar, culpa del maldito alcohol, de las drogas, del tabaco: nuestra muerte prematura. 


PD: Después de unos días en los que me replanteé escribir de nuevo, y gracias a numerosas personas que me animaron a continuar, quise escribir una entrada impactante y dura. Considero que estas líneas han de ser dolorosas e impactantes, y ese es el objetivo. Espero que os haga reflexionar, y haceros ver que no es la adicción al alcohol, a las drogas y al tabaco el camino de la felicidad. Necesitaba hacer algo relativamente duro y diferente, por la decepción que ha acontecido en mí estos días debido a diversos acontecimientos. Deseo que me leáis, y atenderé cualquier comentario o sugerencia que queráis dejar en la entrada del blog. Saludos y ser felices sin necesidad de recurrir a los elementos del azar. Buscad vuestra propia suerte, y disfrutadla.