viernes, 1 de noviembre de 2013

Justicia Madrid Arena


Llega una nuevo alba y el Sol brilla por sus sonrisas, aparece el ocaso y el cielo llora por sus ausencias. Y entre tanto comienza un nuevo noviembre, pero sin ellas. Sin esas gotas de lluvia que un día reconfortaban, y que hoy solo congelan nuestros desdichados corazones. Sin esas cinco chicas que hoy observan desde el cielo como aquellos cobardes que se las llevaron siguen impunes ante los crímenes de este Gobierno, ante las injusticias de esta "Justicia" inicua. Porque pasaron doce meses y nada ha cambiado sin ellas. La nostalgia crece de manera proporcional a la impotencia, mientras los responsables se lavan las manos con dinero y ahogan su dignidad en las aguas de un spa. Bueno, y algunas nos humillan con sus particulares lecciones de inglés. Porque somos nosotros mientras, los humildes ciudadanos, los que nos ahogamos entre el llanto generalizado de una sociedad que vive unida entre tragedia y tragedia esporádica mientras se separa por las estúpidas ideologías que representan miles de farsantes que ocultan sus vergüenzas entre trajes y corbatas (regalados, qué duda cabe). Porque ellos, los que se arman de valor para darnos ensayos de ética y moral, creen que el tiempo cura y olvida todos los males. Pero ahí están ellas para recordarnos que, por fallecidas que estén en carne y hueso, nunca serán enterradas bajo las cenizas del olvido. 

Ni perdonamos ni olvidamos. Estamos hartos de vivir coartados al miedo. Es lo único que sentimos con estos ladrones de guante blanco. Roban dinero, roban sueños y roban vidas. Y lo peor de todo, te roban las palabras. Por miedo. Por puro miedo, como en las dictaduras. Dictadura que ellos llaman "democracia". Dictadura que ellos llaman "justicia". Aquella que juzga de distinta manera a una madre que utiliza una tarjeta de crédito encontrada por la calle para comprar pañales a su bebé que a una terrorista que ha asesinado a 28 personas o a un violador de 72. Sollozar y callar, indignarse y rabiar. Y si una mente desconsolada se rebela, hiere y sangra en el suelo que ellos pisan con sus zapatos resplandecientes y de marca, limpiado y besado por sus súbditos que camuflan su dignidad tras los cristales ennegrecidos de una limusina rumbo a Suiza o Qatar. Malditos sean ellos, tan pobres que solo tienen dinero. Nunca irán rumbo del cielo como ellas, las que descansan con la paz que no tuvieron en su marcha de la vida. Las privaron de su regalo, de su libertad. Porque los trajes tienen su precio, al igual que los sobresueldos de ciertos presidentes gloriosos y transparentes, o que las donaciones que recibían un tal duque solidario y formal. Pero... ¿cuál es el precio de una vida? ¿De cinco vidas? 


Habría que preguntarle a la señora Botella ya que, viendo sus poco virtuosas dotes en inglés y en ética y moral, supongo que tendrá reservadas algunas neuronas para manejar los números con facilidad. O bueno, sino contará con la ayuda de su profesor de Soto del Real, que de cuentas sabe mucho. Sea como fuere, la rabia me invade por dentro, y es difícil soportar sin que resbale por mis mejillas alguna lágrima tan fría como ardiente, tan desconsoladora como esperanzadora. Porque si se aprecia mi dolor, el de una persona ajena a esta tragedia, imaginen el de las familias afectadas. El de todas aquellas personas que guardan todavía ese perfume de cada una de esas chicas que aromaban sus hogares. El de esa gente que todavía mantiene intacto las arrugas que cada una de esas chicas dejaban en sus deshechas camas. Esas fotos con amigas, esos recuerdos de la infancia con los padres y los hermanos y hermanas... ¿Cuál es el precio de toda esa soledad y nostalgia que el negro adorna 365 días después? ¿Quién paga todo ese sufrimiento? Seguramente nadie pueda hacerlo, y de hecho, condenar a los culpables no curará la tristeza de añorar a quien se marchó hacia el Elisio. Pero, al menos, la esperanza de que se puede creer en este injusto mundo, por mínima que sea la súplica, aliviará las almas de centenares de íntimos angustiados por la gratuidad de un crimen que no merece dejar al pecador sin pecado ni al justiciero ajusticiado. 


Desde luego que no es mi intención, como humilde anónimo que soy, otorgarme una importancia por estas sinceras palabras. Pero considero justo y necesario animar, en este 1 de noviembre, a crear un aliento de esperanza para todas aquellas víctimas de la injusticia. Porque el tiempo no cura las heridas, aunque sí te ayude a convivir con ellas, pero pone a cada uno en su sitio. Ajusticia al criminal y penaliza al mentiroso. Porque a pesar de todo, en este mundo lleno de imperfecciones, existe justicia. No la que predican aquellos magistrados que, con un libro en mano, denominan ley. Hablo de la justicia de la vida. Porque la justicia, como bien afirmó Horacio, aunque anda cojeando, nunca deja de alcanzar al criminal en su carrera. Y es ella, la justicia, la que ensalzó el alma de estas cinco maravillosas chicas. Porque solo los buenos mueren jóvenes. Dejan pronto su vida para permanecer por siempre en la eternidad. Aquella que más tarde que pronto enterrará a los responsables del fallecimiento de estas chicas en el infierno del olvido. Hasta entonces seguiremos rezando cada año por vuestros indefensos corazones al grito de "¡Justicia Madrid Arena!". Vosotras propagaréis el eco, nosotros os tendremos presentes en la posteridad.


PD: Me duele escribir esta entrada, pero me reconforta saber que ante las tragedias, siempre existirá la unión del humilde pueblo en busca de una justicia que la alta nobleza no alcanza a lograr. ¿Por qué? ¿Quién está detrás de todo esto? Todos lo sabemos, pero no interesa sacarlo a la luz. Ya sabemos que vivimos rodeados de mentiras y que, por desgracia, la única verdad es que ninguna de ellas están entre nosotros. Pero entre el consuelo del desamparado siempre nos quedará la tranquilidad de saber que ellas estarán disfrutando del cielo. De ese cielo del que nunca nadie podrá echar. Hasta entonces descansen en paz, y más tarde que pronto el tiempo ajusticiará sus felices almas. Por siempre, para siempre.