martes, 23 de diciembre de 2014

Memorias del 2014: Nuestra verdadera lotería

 
Otro año más a tu lado, querido blog. Nos hacemos viejos de repente, ¿verdad? Ya ni recuerdo el momento en el que te conocí por primera vez y te dediqué todas estas palabras. Sin arrugas en la frente, aunque tampoco con ganas de morir. Queda demasiado para eso. Bueno, nunca es demasiado. Lo cierto es que lo único eterno son los recuerdos. Y es curioso, pero seguro que dentro de unos años vendrás a azotar mi memoria con las garras del olvido y ya ni siquiera podré leer en mi mente lo que ella misma imaginó. Y en verdad, ambicionamos ser mayores para poder comernos el mundo y cumplir nuestros sueños. Luego, con dos copitas de vino amargo, llegaremos a la conclusión de que todo tiempo pasado fue mejor, y que no aprovechamos nunca el tiempo en el que creímos que nos comeríamos el mundo que nos devoró. ¿Y en que fase estamos tú y yo, querido blog? ¿Tenemos fe o la perdimos? ¿Nos convencemos de vencer o de ser vencidos? ¿De derrotar o de ser derrotados?
 
Pero, ¿cómo medir el tiempo? ¿Y para qué? Podemos hacerlo en segundos eternos, en minutos infinitos, en días efímeros, en meses contrastantes, en años inolvidables... Optaremos por elegir la posibilidad más frecuente, la que nos dicta un número convencional. 2014 ha sido un año difícil, complejo. Felicidad total y tristeza profunda. Y muchos, muchos errores. Siempre he defendido que una persona jamás debe arrepentirse de sus acciones, independientemente de si sean acertadas o fallidas. Total, nadie sabe los caprichos del porvenir. Todos cuando hacemos algo creemos que es lo correcto en ese momento. Normalmente, el tiempo nos acaba quitando la razón, más todavía si eres un tipo de 15 años que no sabe absolutamente nada de la vida, pero maquilla todo con cuatro lindas y necias palabras.
 
No me engañaré, me he equivocado demasiadas veces, he sufrido demasiado. Supongo que es el precio que he de pagar por la sensibilidad. Pienso en repetidas ocasiones por qué sucedió todo aquello. ¿Qué hice mal? Es una pregunta que siempre retumba en mi cabeza. Todos nos lo planteamos más y muchas veces no encontramos respuesta. La distancia nunca fue una excusa, aunque reconozco que dificulta las cosas. Pero bueno, un amor sincero siempre supera las barreras. Quizás las excediera, los extremos nunca fueron positivos. Todo se perdió, se diluyó. ¿Cuánto daría por recpuerarlo? No lo sé, soy partidario de creer que todo pasa por algún extraño motivo, alguna circunstancia que motiva a regalarnos algo mejor. Pero, ¿y si eso es todo lo que queremos? ¿Por qué nos dicen 'mereces algo mejor' o 'conseguirás lo que te propongas' y huyen? ¿Por qué buscar algo distinto si lo mejor eres tú y todo lo que me he propuesto es amarte?
 
El amor es tan viejo como las excusas. Y por qué no decirlo, como las mentiras. ¿Por qué solo engañamos a las personas que más queremos? Es curioso, que a la única gente a la que somos capaz de tirarle todos los trapos sucios sin tapujos son las que más odiamos. Supuestamente, la mentira, el secretismo, no hacen daño. Tú no eres mi Muro de las Lamentaciones, querido blog, ni siquiera me he planteado pisar Jerusalén para contemplarlo, soy demasiado joven. Pero lamento profundamente haberme mentido a mí mismo creyendo en algo que no era certero, ocultando dentro de mí el dolor que me producía saber que no estaba actuando como debía, pero que no podía hacer algo diferente. La verdad nos abre los ojos, y con lo preciosa que es una mirada profunda... Ojalá dejaran de existir todos mis temores. Puestos a pedir deseos para año nuevo, y ya que seguimos siendo pobres en dinero y ricos en salud y alma, desearía recuperar todo aquello que se perdió por el camino y que a mis ojos merecía la pena. Porque, probablemente, no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Pero, aunque nada sea para siempre, merecemos disfrutarlo por efímero que sea. Y espero que como toda segunda oportunidad en la vida, en mis memorias de 2015 pueda decir, un año más junto a mi hermosa familia, que esta vez estamos todos juntos sin que nadie falte. Y que todo aquello por lo que peleamos ha merecido la pena. Esa es nuestra verdadera lotería, la de la gente que persigue sus sueños sin reparar en el esfuerzo que conlleva lograrlos. Feliz año para todos.


sábado, 13 de diciembre de 2014

Nunca volverá a ser para siempre

 
Y te encuentras aquí, solo, escribiendo unas líneas que caerán en el mar del olvido sin ser leídas. Llegas a ese país de ilusionismo, de sueños utópicos de adolescente informal que pretende comerse un mundo que acaba por devorarle. Un mundo que te pide la fidelidad de la que carece, un mundo que te jura lo que deseas sabiendo de su pecado consumado. Porque las palabras, las que siempre otorgan significado a lo que nos rodea, acaban por no tener nunca sentido en esta espiral de mentiras que nos sumerge. Una nebulosa tenaz, feroz, sin piedad ni compasión, que arrolla todo lo que un día fue el motivo para levantarnos a vivir la vida. Porque nunca es para siempre, y siempre es hasta nunca. Se diluyen como un azucarillo en el agua, se esfuman como el asesino del lugar del crimen. Huyen hacia su refugio de cobardía, el cobertizo donde mientras unos escriben versos o novelas, otros idean la misma excusa de siempre.
 
Porque las mentiras no cambian nunca. Los mentirosos, tampoco. Un sabio desconocido afirmó que todo era cíclico, que siempre cometeríamos los mismos fallos y tropezaríamos en la misma piedra sin saber que es ella la razón de nuestros males. Que los ignorantes creerían saber todo y los sabios desconocerlo. Nunca cambiaremos, ¿verdad? Nos corrompe el interés, la lujuria, nuestro propio beneficio. Al final, nacemos y morimos solos. No importa el beneficio común, ni las lágrimas que padezca el de al lado si disfrutamos nosotros. Siento muchas veces que perdimos el cargo de conciencia hace tiempo, que no conseguimos diferenciar el sentido del bien y el mal. Nos propusimos no ponernos límites, creyendo que aquello de "todo es posible" es lo mismo que "todo está justificado". Porque padecer y sentir las separan tres letras en el diccionario, y nunca serán sinónimos. Porque se puede morir viviendo. De dolor, de amor, de mentiras... Morimos en vida, y morimos matando. Nos consideramos los seres más sensibles del mundo sin conocer lo que es un "te quiero" con el corazón saliendo de su compás como Plutón desdoblando su órbita.
 
Nunca sabremos lo que es amar sin recibir puñaladas. Y sin darlas, claro está. Nunca habrá un ser humano sin corromper por la sed de venganza. Hambrientos de ambición, y sedientos de maldad. Dispuestos a todo para acabar sin absolutamente nada. Carpe diem, vive el momento, disfrútalo. El tiempo ya nos pondrá en su sitio, ¿no es así? Presumimos de la eternidad de nuestros actos mientras disfrutamos la efemeridad del presente. Predicamos un infinito sin pararnos a pensar que no somos ni una microscópica parte de él. Que un día dejaremos de respirar y de tragar saliva. Que nuestro corazón indefenso dejará de latir y nuestra existencia terrenal se diluirá en el tiempo como Macondo desapareció en Cien Años de Soledad. Paradójico, incomprensible, contrastante. Nos hacemos preguntas sin respuesta que respondemos sin preguntarnos antes por qué las planteamos. Una naturaleza demasiado compleja.
 
Y es que la vida son continuos tópicos, prejuicios, suposiciones sin razón de ser, pero que existen y se aceptan como la lluvia de otoño o el frío invernal. Collige, virgo, rosas. Juventud, belleza, presente. Coge, virgen, las rosas. Rosas con espinas, que agrietan los dedos y profundizan las heridas de la piel. Heridas que uno disimula como si no existieran, mientras se infectan y se intensifican por dentro, hasta hacerte agonizar. Heridas metafóricas, identificadas con las mentiras de personas para las que los principios son completamente secundarios, o terciarios. Qué demonios, inexistentes. Siempre la misma excusa, como si uno no lo supiera ya. Ni se es viejo ni se es diablo, pero tampoco idiota, ¿verdad? Y tienes que hacerte el ignorante, el inocente, como si no conocieras lo que ya sabe todo el mundo. Como si te sorprendiera lo que es una evidencia. Y callar en silencio, y curar tu propia hemorragia. Pero todo tiene un límite, por más que empeñemos en ocultar nuestra propia verdad. Y por duro que sea, las peores mentiras nos las cometemos a nosotros mismos. Y la hemorragia explota, las puñaladas se clavan como astillas al pecho y te desangran sin compasión, sin poder rendir pleitesía. Sin tiempo ni ganas para pagar el billete de vuelta de aquellos que se fueron, me retiro de la ventana que los veía pasar en busca de un retorno en el que te recordaran lo importante que eras cuando no tenían a nadie más que les dijera lo buenos que eran al reflejo de sus ojos. No pasan de una triste caricatura de lo que pretenden ser. Porque la mentira tiene las patas muy cortas como para llegar al fin del infinito, y se ven obligados a regresar. Luego se preguntan por qué. No hay respuesta. Lo que desconocen, como todo lo que creen saber, es que nunca volverá a ser para siempre.


martes, 4 de noviembre de 2014

Y entonces, la besé.

 
Fría noche de noviembre, de esas en el que el atardecer se convierte en un oscuro ocaso, en un gélido y opaco atardecer que reserva sus últimos alientos de calor y luminosidad a la soledad. No era nuestro caso. Un cielo amenazante, grisáceo, con ganas de guerra, ansioso de amor. Tan ambicioso como la finura de tu piel que recorría mi rostro. Con tu mirada, tan clara y transparente como la profundidad de mis sentimientos. Tu latido ensornecedor, que sonaba en forma de repicoteo. Y tus labios... Qué decir de ellos. Tenían el sabor dulce de tus lágrimas, nacidas en lo más hermoso de tus ojos y que desembocaban alrededor de tu brillante dentadura. Perlas ardientes de amor, de perfecta curvatura llamada sonrisa. Sí, todos hablan de ella en sus libros, todos la anhelan, todos la buscan, y nadie la muestra. Había encontrado el tesoro.
 
Tenía el grandioso talento de recorrer mi piel con lentitud, de conocer cada rincón de mi piel produciendo el escalofrío más penetrante que pude sentir nunca. Lo hacía con la sinuosidad del camino que sube hasta el cielo, o del que viaja al país de nunca jamás. Porque nunca jamás he sentido ni sentiré lo que ella me produjo aquella noche. Reconozco que su romanticismo no lo ponían las velas, ni siquiera un bonito amanecer. No era de esas. Su esbelta figura, delgada como un alfiler y pulida como el marfil, iluminaba por sí sola todo el oculto firmamento. Quizás su peor defecto era la lejanía, la maldita distancia. Sin embargo, por mí fue capaz de recorrer el infinito. Me susurró al oído con su voz penetrante que era capaz de bajar de los cielos solo para visitarme al infierno terrenal. Porque sí, ella era una caricia al cielo, un ángel que vuela en paracaídas, una oda al viento.
 
Desafiaba las leyes de la gravedad para bajar en mi búsqueda. Mi cuerpo temblaba de nerviosismo, aunque también puede que de frío. Ya sabes, mi dichosa manía de tiritar. Es lo que tiene andar escaso de abrazos, y añorarlos cuando nunca los has tenido. Tanta era mi nostalgia, que había olvidado la facilidad de ejecutar tan simple acción. Tampoco le daba mucha importancia. Yo olvidaba el acto, otros ni siquiera conocen su significado. Total, ¿qué importa? Debía pensar mi mente que no me hacía falta saber para conseguir abrazarla, y razón no me equivocaba. Vino a mí como una exalación, como la estrella fugaz que aparece en el universo y se disuelve como el azúcar. Como ese rayo que incendia al árbol y acaba por ser ceniza en el ardor del fuego. Como el candil que ilumina tu mesilla todas las noches y se apaga a la velocidad de la luz.
 
Me quedé perpetrado ante semejante hermosura. Su ternura y afinidad se hicieron a mí tan pronto como el amor pasa al odio. En un segundo paralizó toda la eternidad. El tiempo no corría, pero ella seguía recorriendo mi rostro, cada vez más cercana. Otra vez juntos, sin nada que nos perturbara. Ni el fiel solitario se detenía a observar ese culto al amor. Caricias que caían como flechas de Cupido, que no se clavaban como puñales por la espalda. Amor sincero y leal, infinito e inmortal. Como el que un día prometí a una ser terrenal. Queríamos serlo sin importar nada, queríamos cumplir sueños sin ni siquiera soñarlos. Sin embargo, todo había cambiado. Sentía cada vez más cerca el ardor de su presencia idealizada, el sudor se apoderaba de mi piel. Discurría como las lágrimas de amargura que antes habían amenazado con congelar mi corazón indefenso. Sentía que había llegado el momento. No podía esperar más. La miré a los ojos, y entonces, la besé. A ella, a la lluvia. Y la sed de los recuerdos pasó a ser el diluvio del olvido.
 

miércoles, 8 de octubre de 2014

Un juego de cartas

 
 
Sentóse la bella dama en su apero, esbelta y refinada como el cuero de su asiento. Preparó el mantel verde que cubriría toda la mesa como si de una alfombra roja se tratara. Por allí, entre el glamour de la baraja y la elegancia del croupier, desfilarían los ases que harían a su amado ganar la partida. Grandiosos, como los delirios de aquella princesa que de la modestidad había pasado a la realeza. Las camisetas de clase media daban paso a vestidos cuyas telas estremecían los dedos de cualquier terrenal con su suavidad. Su rostro, perfectamente maquillado y retocado, olvidaba a la adolescente quinceañera, rebelde en su timidez y desaliñada en su locura. Entre aquel juego de cartas y los tragos del vodka se encontraba la chica adulta, imponente y lucrada que ella siempre quiso llegar a ser.
 
Resulta complicado definir la lejanía que separaba al siguiente personaje de aquella dama de ensueño. La cercanía de la distancia no se correspondía con la lejanía de los sentimientos. Un criajo inmaduro, machacado por la dejadez del amor no consumado y apartado de todo vicio humano. Su adicción era ella, la chica que nunca se maquillaba. Ahora, la tinta de su pluma era la que perfilaba sinuosamente el contorno de sus hermosos ojos. Su mirada, la que no necesitaba de kilos de rímel para resaltar en la superficie cristalina del mar, solo se reflejaba en los excesos del alcohol. Y él, un tipo tímido, tristón y alejado de su magnificiencia, ocupaba aquel mantón verde de póker con dos folios tan desgastados como la piel de su cuerpo. No le acechaba la vejez, tampoco lo necesitaba. Su melancolía reemplazaba las arrugas del envejecido, su corazón indefenso sustituía la inoperancia del necesitado de un bastón. Hubiese dado su escasa e inútil fortuna por que el alzheimer acechara sobre su mente. Sin embargo, el dolor no carece de memoria. Así que su papiro, o su papel amarillo, empezó a deslizar tinta.
 
No tardó pues la dama de oro es desfilar sus dotes de baile al mismo compás. Ambos se compenetraban en perfecta sintonía, como si aquello que un día les unió no los hubiera separado nunca. Ella empleaba sus esfuerzos en borrar la historia que ambos escribieron con un rotulador permanente, mientras él descifraba su nueva novela. De repente, la doncella que desfilaba por su mansión lujosa dio un vuelco a su corazón. Un instante efímero, una señal divina, y un dolor para toda la eternidad. El tango y sus veinte años de nada no le trairían consigo más que cien años de soledad. Y no, lo suyo no era una obra maestra. El hielo que conoció un tal Aureliano Buendía no sería para ella la sensación de una pasión congelada. El croupier seguía deslizando las cartas, pero la princesa sin corona ni príncipe dejaría de creer en su cuento de hadas, en sus paseos por barca en las aguas de un mar de lágrimas, de un barco a la deriva.
 
No fue nadie a buscarla, ni siquiera el príncipe que le otorgó todos los privilegios y el dinero del mundo, sin caer en la cuenta de que las cosas más valiosas no tienen precio. Que todo lo que ella deseaba eran esas palabras que el hombre desahuciado de amor escribía. Que todo lo que ella leía eran los piropos de este adolescente con alma de adulto y sentimientos de anciano. Que el único lugar que deseaba eran sus brazos, y no la eterna espera en los devenires del azar. Que su plena felicidad no se encontraba al lado de aquel caballero trajeado y bien perfumado, pobre en espíritu y rico en apariencia. Porque de nada sirve mostrar lo que pretendemos ser en vez de lo que somos. Porque no sirve para nada añorar lo que nunca tuvimos, o despreciar lo mejor que tendremos siempre. Porque no merecía la pena desembocar sus lágrimas en chupitos, en lugar de besar la lluvia con sus labios. Porque lo único que a ella le apasionaba, era su juego de cartas. Sin ases, sin manteles, sin alcohol, sin fichas, sin dinero. Una pluma, un papel, la tinta derramada y la eterna espera del tiempo en recorrer la distancia. Eso era todo lo que ella quiso, y a lo que se atrevió a renunciar. Sonó entonces un estruendo en la puerta del desdichado. Dejó su pluma, dobló su papel y lo guardó en el bolsillo. Pero la puerta nunca se volvería a abrir. El tren había emprendido su viaje hacia nunca jamás. El as de corazones no volvería a ganar partidas. Y ella no se lo perdonaría.
 
 
 
 
 
 
 

martes, 2 de septiembre de 2014

Y, de repente, desperté

 
 
Me encontraba allí, en aquel lugar oscuro y siniestro, alumbrado por unas luces artificiales que me desconcertaban. Andaba perdido por ese camino que no llevaba a ninguna parte, y a la vez desembocaba en todos los lugares. Como ese río que muere antes de llegar a la mar, como aquel vagabundo que rema y nada hasta morir en la orilla. Sería quizás una lección de supervivencia la mía. En ese profundo estado de soledad, en aquella burbuja que me hacía estar frente al mundo desconocido. Andaba por ese camino empedrado, oyendo las voces de aquellos que madrugan más que el Sol para cabalgar hacia el cielo, ofreciendo todo lo que tienen, que es absolutamente nada. Y fue en ese profundo vacío, en esa nada donde encontré el brillo que dio sentido a todo. No podía ver, pero a la vez observaba todo. Vivía ciego mientras visualizaba un paraíso infernal. Y aquel lugar, el que ustedes ya conocen y por el que todos hemos paseado, se centró en un punto.
 
Ese destello que te ciega, ese sitio tan grande que está alrededor de un terrenal como vos, se encontraba al final del camino sin fin. Había llegado a mi destino, aunque en realidad ese camino llevaba a todos los lugares para terminar en ninguna parte. Todo era cíclico en esa paradoja llamada vida, la cual creemos eterna y acaba por ser tan efímera como nuestras presencias. Tan breve como ese instante en el que el tiempo inalterable se detuvo. En realidad nunca paró, lo único que hizo fue detenerse mi aliento. Quizá fuera un simple síntoma de daltonismo, pero prefería estar enfermo de la vista que curado de espanto en aquello que los humanos llaman amor. Lo que todos conocen y nadie ve, lo que todos sienten y ninguno reconoce padecer en silencio. Pero aquello no parecía un síntoma de enamoramiento. Era pura imaginación, imprevisible e impredecible. Soñaba despierto mientras dormía en mi propio sueño. Y entre tanto contraste, el verde que se reflejaba en mis ojos no paraba de postrarse en sus iris, las que me observaban fijamente clavando sus pupilas como las puñaladas que me hicieron desangrarme meses atrás.
 
 
Aquel cruce de miradas cicatrizó las heridas. La sangre dejaba de discurrir como el río que moría en la orilla, como el vagabundo ahogado entre las aguas del mar y el vómito del hambriento. Un profundo sudor congelaba mi cuerpo entre los nervios del momento y el calor de la noche. La Luna alumbraba el reflejo de las estrellas y visualizaba un firmamento tan hermoso con el infinito que un día prometimos los humanos, y que prometimos llevarlo hasta nuestras tumbas. Pero nada importaba. Ella, su mirada, estaba allí, cual Gioconda del mago Leonardo. Sabía que me observaba allá donde mi andar fuera, como el cuadro de Da Vinci. Inocente, tímida, apartaba la mirada cada vez que la observaba. Sin embargo, era inevitable que sus ojos cegados y los suyos, vivos ardientes, se encontraban. Blanco y negro siempre se fusionan. Las rectas paralelas siempre se cruzan, en ese infinito deseado. Y ella se cruzó, en mi camino hacia el país de nunca jamás. Donde en primavera las flores se marchitan, donde en verano los corazones se congelan para acabar ardiendo en invierno. Donde los humanos utilizaban su locura como la mayor de las corduras, donde el estruendo de los cañones no interrumpían los cantos de los pájaros en el Calvario, o de las sirenas en el Egeo. Donde el único muro que nos separaba era el roce de su piel silenciando mis latidos.
 
 

Quise pronunciar mi nombre y acercarme, o simplemente suspirar un poco. Pero, ¿qué demonios? No tenía nada de aliento. Solo podía seguir andando, mirando hacia atrás, hasta que esa presencia se difuminara en el horizonte. Quizás en el infinito nos volviéramos a cruzar. Quién sabe, nunca conocemos nuestras rectas paralelas hasta el final del camino. Pero, ¿y si era ese mi pequeño infinito? Siempre me dijo mi abuelo que en los pequeños frascos se encuentran las mejores fragancias, que con las cartas de Pedrete se puede ganar al mus. Que un dos de picas vale como un as de corazones. Incluso un peón puede comerse a la reina. Solo hace falta un poquito de magia para construir un castillo de naipes, y un poquito de suerte para que no lo vuele el viento, como arrasa el paso del mar por aquel castillito de arena que construímos en nuestra infancia, y que se ahogó como el vagabundo que venía siempre a mi cabeza, en el lugar oscuro y siniestro donde había empezado esta historia. Moría de dolor por alejarme de ese instante que vino a cambiarme la vida. Caí al suelo empedrado, volviendo a sangrar con aquellas puñaladas del pasado. Y, de repente, desperté.
 
 
 



jueves, 14 de agosto de 2014

Feliz cumpleaños, mi vida

 
Escribo esta carta visualizando a aquella hermosa doncella que conquistó mi corazón a 60 kilómetros de distancia. Tan cortos en el ayer, tan eternos en el mañana. Dedico estas líneas, que me hubiese gustado que llegaran por correo a la puerta de tu casa, a la mejor chica del mundo, la futura madre de mis hijos, la mujer de mi vida. Te he escrito tantas veces durante estos 11 meses, y de tantas maneras diferentes, que esto puede resultarte aburrido. Tampoco encuentro nada mejor que regalarte que la sinceridad de mi corazón plasmando en palabras mis sentimientos. Es la manera más especial de recordarte que eres la persona más increíble que he conocido nunca.
 
 
 
El tiempo pasa muy rápido, tan efímero, como estos 16 años desde que un 15 de agosto de 1998 vinieras al mundo con esos ojitos de princesa, azules como el mar, inmensos como el horizonte ficticio que lo bordea en la eterna distancia. Eternidad, la de nuestro pequeño infinito. Distancia, la que nuestros corazones desafían día a día. Con baches, errores e incluso decepciones, pero siempre ganando la batalla, o la guerra si hace falta. Jamás pensé que el cielo que hace un año mencionaba sería el que acariciaría con mis propias manos en ese rostro, pálido y blanco, suave y tierno, que tanto me encandila. Porque estar contigo ha sido, es y será la experiencia más intensa de mi vida. Tu aparición ante mis ojos parecía premonitoria, pero tú fuiste capaz de sacarme la mayor sonrisa en mi peor momento. Tú diste sentido a un remanso de tristeza y soledad. Y me hiciste feliz, me hiciste hombre.
 
 
A tu lado he aprendido a reír, a llorar, a sufrir, a disfrutar, a pasar del mayor éxtasis al más profundo de los sinsentidos. Contigo he sido un ser humano en su pura esencia. Y lo más importante: contigo he sabido lo que es estar enamorado. Quizás quede como un idiota repitiendo siempre lo mismo, pero los sentimientos son siempre similares. Solo cambia su intensidad, y es que cada día ensanchas tu hueco en lo más profundo de mis latidos. Convertiste a un enano de 14 años en un chico atrevido, seguro, valiente y ambicioso, que nunca dejará de pelear por su sueño: una vida en Madrid, y a tu lado. Algunos me llaman iluso, otros excesivo soñador, pero confío en nosotros. Confío en ese pequeño infinito en forma de 14 que nunca abandonará nuestros caminos, nuestros destinos.
 
 
 
Y es ese destino, casual o no, el que me ha llevado hasta ti. Puede que esta declaración de amor termine por resultarte empalagosa, pero podría tirarme días enteros demostrándome la infinidad de sensaciones que me produce mi mente al besar tus labios, acurrucarme en tus brazos, susurrarte al oído piropos o mirarte fijamente a los ojos. Solo tú eres capaz de conseguir hacerme sentir todo ello. Y vayas donde vayas, y estés donde estés, nunca voy a olvidar que en mí late el corazón de la mejor chica del mundo, la que hoy se hace mayor y cumple 16 años, ahí es nada. Te cantaría el "cumpleaños feliz" si mi voz fuera tan angelical como la tuya, tiraría de tus orejas si te tuviera cerca, te retaría a una guerra de almohadas para trasnochar. Pero la única manera de dejar huella entre todas tus felicitaciones es recordarte que en mi persona tú eres la figura más especial de todas. Porque te amo con locura, por siempre y para siempre, hasta que mi corazón se pare y el eco de mis latidos perdure en la posteridad, clamando a los cuatro vientos que, aunque te hagas mayorcita, siempre serás mi niña. FELIZ CUMPLEAÑOS, MI VIDA. TE AMO CON TODA MI ALMA =)
 
 
 
 



miércoles, 30 de julio de 2014

Carta de un corazón desahuciado

 
 
Corazón de nieve, congelado por sus sentimientos, derretido por las lágrimas de tristeza. Corazón de hielo, desahuciado de amor, vacío de cansancio, olvidado entre la arena del desierto o las cenizas de la hoguera. Corazón que hoy hablas en mí, que nadie te ve y solo yo te siento, que nadie piensa en tus pasiones y solo yo las padezco. Corazón de color rojo, como el ardor de los labios que hoy anhelo, azul en sus venas como la mirada que me enamoró un día. En aquel pequeño infinito que me prometiste y que no llegó a ser "para siempre", sino un "hasta siempre". Corazón callado, cuyo silencio dice más que cualquiera de mis palabras. Hoy vengo a hablar por ti, aquí, para que tú y yo desahoguemos nuestras penas, con esas líneas que perduran en el recuerdo de lo efímero, o en el olvido de lo eterno. En esta paradoja que es la vida, en la que juntos estamos destinados a sernos tan fieles como la soledad. Hoy vengo a escribir la carta de un corazón desahuciado.
 
Nada es para siempre, querido corazón. No llores más, tus latidos siempre irán más rápido que el aliento que hoy me falla. Sé que ya no sentiremos nunca más su piel, que aquellas veces en las que suspirabas por salir de mi pecho de lo rápido que ibas cada vez que la veías venir ya no van a volver. Que ese tren que llevaba a Madrid tiene como destino el país de nunca jamás. Habremos perdido, pero no por ello dejaremos de seguir peleando. Supongo que todo lo que se va regresa algún día, aunque no de la misma manera. ¿Recuerdas todo lo que vivimos bajo esas calles de la capital? Junto a ella nos hicimos mayores, maduramos, sufrimos, pero ante todo disfrutamos. Aunque no fuéramos tan bellos como ella, como esa musa que un día plasmó su mirada inmensa como el mar en mí y me abrazó tan fuerte que todavía siento su presencia. ¿Qué me dices de pasear por la Gran Vía a su lado? Tan grande era aquello, y tan pequeños nosotros, que su figura lo simplificaba todo. La inmensidad de Madrid y la simpleza de Guadalajara. 60 kilómetros de distancia fusionados en dos gélidos adolescentes, que se amaban con locura.
 
 
Pero volvamos al presente más cercano. Juntos creímos en el amor fraternal, pero esto no es Filadelfia. Ni siquiera las hermosas calles de París y su aroma a amor, a ese amor que ella me clavó en el pecho cual flecha de Cupido en sus mitológicas historias, o cual puñal ensangrentado por la consumación de una traición. Nos quedamos profundamente enamorados de su blanca y pura piel, de su linda mirada, de su suave pelo, de sus carnosos labios. La sentí como nunca antes había sentido a alguien. Pero no existen los infinitos más que en los cuentos de hadas. Esto es la realidad, la que te obliga a convivir con el dolor, o a quitarte las astillas clavadas. Me gustaría saber, querido corazón, qué sensación es peor: ¿vivir con miedos o la consumación de uno de ellos? Nosotros, valientes y aguerridos que somos, hemos vivido las dos cosas. Sin embargo, no has sido capaz de llevarlo muy bien. Te empeñabas en latir con más fuerza, en comprimir mi pecho para que dejar a mis pulmones sin aire, en apretar mi estómago hasta tener ganas de vomitar. Quisiste hacer físicos los complejos de nuestra paradójica mente, y me hiciste sufrir el doble de lo que yo merecía.
 
 
Pero no te culpo por ello, ambos hemos sido esclavos de nuestros sentimientos. Sé que te preguntas por qué ocurrió todo esto, solo que ya no tiene respuesta. El tren tomó su vía, y se despidió para siempre. Esa es la única eternidad que encontraremos. Podremos volver allí, a aquel lugar donde tantas veces la esperamos, pero ella ya no volverá a estar. Pasearemos juntos, y pisaremos la hierba que un día planchó nuestras espaldas, y las empapó de rocío con el frío. Pero ella no volverá a estar. Volveremos a Madrid, y quizás toquemos el cielo, pero nunca más pasando por sus labios. Ella no volverá a estar. Y quizás volvamos a coger las cartas que un día hicimos pedazos entre arrebatos de ira y llantos, pero ellá no volverá a escribirlas, no volverá a estar. Sé que anhelas tener una cara bonita, o quizás una personalidad más encandilante, pero somos lo que somos y estamos preparados para la derrota. Nos quitaremos las astillas, y clavaremos nuestra bandera en la eternidad. Tú y yo, siempre juntos. Con o sin ella, con o sin miedos. Nunca hemos sido vencedores, pero jamás seremos los vencidos. Estarás llorando en tus entrañas, lo sé, yo también lo hago al leer estas líneas. Pero nunca, nunca morirás por amor, como nunca morirá el recuerdo de aquella pequeña princesa que nos hizo sentir los más grandes. Nunca lo fuimos, pero siempre lo sentimos. Y siempre lo sentiremos, hasta que pares de latir para siempre. Hasta entonces, seguiremos escribiendo. Y hasta entonces, la seguiremos queriendo, convirtiendo aquel pequeño infinito en una gran eternidad.
 
 
 
 
 

miércoles, 2 de julio de 2014

Verano: El contraste del tiempo, la nostalgia de la vida

 
Y llegó verano, con la nostalgia de su recuerdo anhelado y su calor asfixiante. Y llegó verano, con su remanso de paz solitario, con los campos iluminados por el esplendor del Sol más puro, con el reflejo más brillante de sus rayos. Y llegó verano, cuya fugacidad no impide que me siente aquí, ante mi ventana, y observe en cada día, como el ocaso del atardecer tarda en llegar tanto el propio verano. Observo como los días se alargan, como el famoso solsticio hace de rogar la oscuridad de la noche, como las sonrisas se esbozan más que nunca. Y observo, como la tinta que impregna la pluma que se derrama en cada papel, en cada papiro, se derrite ante el achicharramiento del gigante solar. Así que, como toda palabra que se plasma en la vida ha de perdurar en la eternidad, acudo a ti, querido blog, para dedicarte unas hermosas palabras. Tan hermosas como el alba que saluda mi morada, tan hermosas, como esa dulce mirada azulada que intensifica su verde hasta lo más puro de la malaquita.
 
Hermoso y querido verano, que tanta gente te anhela en su soledad. En busca del calor que ningunos brazos otorgan, que el roce de ningún cuerpo les produce. Dichoso el sudor del Sol ardiente, que derrite cada milímetro de los poros de la piel, que desgasta la profundidad de los labios. Dichoso sudor, que discurre por cada centímetro del rostro como todo río que va a desembocar a la mar, y, lejos de congelarse, marca para siempre su cauce, perturbando el de las lágrimas invernales. Metáfora de la vida, tan fugaz y nostálgica como la época estival, pero tan apasionado y carnal como el amor de dos fértiles terrenales. Fertilidad, la de las plantas que decoran los campos previamente coloreados por la primavera. Pasión, la de la Luna en su puro esplendor, reflejando el brillo más grande de la estrella más brillante del firmamento, de nuestro firmamento. Paradojas humanas, aquellas que dicen que añoramos lo que nunca tuvimos, o que vemos lo que nunca se hizo visible ante nuestros ojos.
 
 
Tanto calor, para terminar congelado. Tanto derretirse bajo al Sol, para empaparse bajo la lluvia. Tanto destello de luz, para estremecerse bajo la oscuridad. Tanto remanso de paz, para perecer ante el estruendo de los truenos. Tormentas de verano, que contrastan con el tiempo, que reflejan la existencia del infierno. El silencio, perturbado por el ruido de los truenos; la oscuridad, reflejada en los destellos de las centellas. Y la soledad, detrás de la ventana, observando el cielo ennegrecido, furioso, abochornado, fusionando las gotas de sudor con las lágrimas de la lluvia, ardiente y feroz como el amor carnal veraniego. Puro verano, puro contraste del tiempo. Las agujas del reloj siguen moviéndose, en un constante tic-tac que ni la tormenta perturba, buscando la calma que ni en el amanecer estival se encuentra. La tormenta, fiel reflejo de los miedos, el crescendo de Vivaldi en su obra maestra.
 
 
Y ahí se encuentran las miradas, acompasando la fugacidad de la vida, buscando con sus ojos ese remanso de paz en el infierno venido del cielo, el exilio divinizado. Y llega la calma. No más trombones, no más sonidos graves. La obra maestra ha terminado, querido Antonio. Que llegue la cadencia, que llegue la calma. Y vuelta a empezar, en un proceso tan cíclico como la creación terrenal. Y ahí seguiré yo, solitario, mirando por la ventana como el cielo azul se ennegrece, como el Sol se esconde y aparece, como la luz batalla con la oscuridad, como el sudor sigue su pelea por el cauce de las lágrimas y la lluvia, como el calor busca congelar las almas, como los vecinos de al lado continúan su amor carnal, como los ojos azulados se fusionan con el verde malaquita, como el verano supone el contraste del tiempo y la nostalgia de la vida. Y así será, hasta la tormenta final, cuando el viento se lleve lo que la memoria de los humanos no alcance a recordar. "Porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad en la tierra". Suena Claro de Luna al piano, suenan los trombones de El Verano. La habitación se oscurece, todo parece haber terminado. Querido blog, que estas palabras perduren en ti por siempre en la posteridad, y que esta maldita locura que me persigue, estos celos por plasmar lo eterno, sean algún día la mejor forma de cordura. Y hasta la próxima, porque todo es cíclico en el contraste del tiempo. Hasta el último punto y final.
 
 
 
 

lunes, 19 de mayo de 2014

El próximo 8, tumbado a tu lado



Querida Vicky: 

Amor es el sentimiento máximo que todos los humanos podemos llegar a sentir. Una bonita mezcla de locura y razón, de utopía y realidad, de lógica y paradoja. Incluso, por qué no decirlo, de alegría y tristeza. Disfrutar con el sufrimiento, temer sonriendo y ser feliz llorando. El antídoto de las flechas de Cupido no es más que la simple rareza de estar enamorado. Muchas veces me paro a pensar lo que me ha costado a llegar a ser amado, y lo bien que creía hacer las cosas. Cierto es que todo lo superficial atrae, pero las almas unen, las miradas conquistan paraísos y las sonrisas una eternidad. No era cuestión de belleza, ni siquiera de indicaciones. La vida, como cualquier camino, suele llevarte hacia un destino que ni siquiera conoces. Miedo a lo desconocido, lo llaman.


Y entre ese pavor de soledad apareciste tú, la protagonista de esta novela interminable. Apenas tengo un simple borrador, pero mientras las palabras se carguen de la inspiración que una musa como tú desprende, lo demás vendrá guiado por las señales de la naturaleza. Señales, como el viento que azota tu esbelto cabello. Como la lluvia que cae del cielo en forma de lágrimas que brotan de mis ojos cuando no te tienen. Como las olas del mar, ése que es tan inmenso como tu mirada, tan tierno como tus abrazos, tan dulce como los ríos que desembocan en él formando una curvatura perfecta en forma de sonrisa. En forma de labios, los que anhelo en cada amanecer y cada anochecer, en cada mañana y en cada ocaso.


Hay días que siempre determinan la vida de alguien, días en los que el aliento no es más que una simple palabra. Aliento, como el que te faltaba a ti en aquel mágico 14 de septiembre del 2013 a las puertas del cielo, del Vicente Calderón. Me abrazaste tan fuerte que no quise soltarte nunca. Solo en ese breve instante, rocé tus labios con los míos. Tú, a cambio, me esbozaste la brillantez de tus perlas. Y aquí nos hallamos, entre la soledad del que sabe que existe alguien que suspira por él, entre el temor a la distancia que superamos juntos cada día, entre la llama de un amor que parece no encontrar un final. Seguramente he cometido muchísimos errores, pero quizá nadie es consciente de la dureza que supone para mí tenerte lejos, echarte de menos. No hay peor sensación que sobrevolar por mi cabeza la posibilidad de levantarme un día sin poder mimarte con mis palabras.



Quizá no tenga mucho más que ofrecerte, pero sé que es todo lo que necesitas. Siempre te lo he dicho, mi mediocridad como persona no es comparable al amor que siento por ti. Un sentimiento que nadie podrá equipararlo. Recuerdo el día que paseamos juntos por el centro de Madrid, el único lugar terrenal que te eleva al cielo de la eternidad. Desde entonces, estoy seguro de que he encontrado mi sitio en esta inmensidad de universo, solo equiparable a tu venerable rostro. Cómo olvidar también el día en el que te ofrecí mi primer regalo, aquel oso tan enorme que solo mi ilusión por hacerte feliz lo podría igualar. Puede sonar algo precipitado, pero todo Romeo tiene su Julieta, todo escritor tiene su doncella, y tú eres mi inspiración divina. Son más de 8 meses a tu lado, y quiero recordarte que el próximo 8 que cumplamos será tumbado. Hasta el infinito, y más allá. Te amo, mi vida. Mi Vicky :)



sábado, 3 de mayo de 2014

Un tren de ida y vuelta


"El secreto de una buena vejez no es otro que un honrado pacto con la soledad". Desde luego, no vengo a escribir un epitafio en mi vida, ni tampoco en este blog, enterrado desmesuradamente en las cenizas de un olvido que ni yo soportaba. Ni siquiera el bueno de Gabo utilizó su famosa cita como una bonita despedida. Donde quiera que estés, tu legado descansará en paz. Quizá han sido demasiados vaivenes en este refugio particular como para recuperar todo lo bueno que en antaño me hicieron sentir estas líneas. Pero, todo lo que se va siempre regresa en esta vida. ¿Por qué no volver a intentarlo? ¿Serás capaz de darme una nueva oportunidad? ¿De hacer mi esquizofrenia una bonita locura? ¿De convertir nuestra prosa en un hermoso cantar? ¿De plasmar nuestras ideas censuradas en un papiro de libertad? La vida es eso, un tren de ida y vuelta. Seguramente lo que un día era innovador pasó a estar oxidado, o lo que en su tiempo era admirado se convirtió en lo más odiado. Nadie comprende estas paradojas. 

Desde luego, las palabras de don Gabriel solo me hacen recordar que la paz consiste en un pacto sosegado con uno mismo, con su nostalgia y su aislamento de lo demás. Ni siquiera los más hermosos romances fueron fructuosos. A mí también me ha disparado Cupido, a mí también me ha hipnotizado Amor. Yo también estoy impregnado de su pócima. Y espero que sea por siempre, hasta la eternidad. Hay cosas que únicamente el destino te puede otorgar, y es el amor una de ellas. Pero, por desgracia, tenemos la tendencia de despreciar aquello que nos hace solitarios. Aquello que nos otorga un amor propio, una capacidad reflexiva que absolutamente nadie nos puede quitar. Y en un mundo donde avaricia, codicia y censura son los grandes ideales de la sociedad, conservar lo único que nos pertenece se me antoja esencial. La crítica a los problemas se ha convertido en una rutina en mi vida. Nunca escucho soluciones, ni siquiera propuestas. Únicamente entro en una espiral de razones y razones negativas que se sueltan y parecen no tener final. Como una lista de deudas. Sí Gabo, ahora se lleva la rutina del desdichado, sin darnos cuenta de los privilegios de la soledad. 


Gabo, ahora mi vida se reduce a conectarme a una espiral virtual de ondas que simplifican mi teléfono móvil. Nadie se da cuenta de que odio esa vida, de que odio combatir la distancia. Sí Gabo, ahora la sabiduría me la dictan unas bonitas notas. Nuestras vidas dependen de máquinas y papeles. Y por culpa de ellas, hay gente comiendo de mi imperio de basura. Y por culpa de ella, el resto de personas no lo vemos. Hemos perdido nuestra capacidad de observar lo que nos rodea, nos limitamos. Por eso me dirijo a ti, querido blog, para recordarte que eres quien plasma la esencia de mi esplendor. No volarán papeles, pero sí palabras. No soplará el viento, pero sí mi alma. Recuerdo mis inicios en la escritura. No soy el mayor de los lectores, simplemente lo hacía por placer. Pero todo tiene sus intereses ocultos. Cuando tienes una virtud, te la explotan hasta la saciedad, o simplemente buscan apropiarse de ellas. Solo que hay cosas que el dinero no puede comprar, tampoco el oportunismo. El éxito, la codicia... Siempre llevan al fracaso. Al igual que el ascenso a un cielo prematuro. Quizá cogí un camino equivocado, y dejé de disfrutar de mis palabras. Saludé a mis miedos, y no encontraba más que impotencia en lo que antes era calma y consuelo.


La pluma de mi tinta se secó, y te abandoné como las almas olvidan los cuerpos que las resguardaron antes de su muerte. Y el ocaso brillaba más que cualquier humilde alba. Las estrellas se hicieron opacas entre la oscuridad, y solo resaltaban las lágrimas de la lluvia. Cualquier metáfora quedaba enterrada. Cogí un billete hacia la nada, en busca de un mundo ficticio que no tenía realidad alguna, en busca de utopías que ni siquiera tenían un argumento escrito para convertirse en sueños alcanzables. Confiaba en amigos que no existían, en una fe que ni ella creía, en una compañía solitaria que ni mis ojos en mí postraba. Solo el tiempo aporta sabiduría, y es la experiencia la que me dice hoy día que viví en un mundo que ni siquiera comprendía. Porque ni siquiera Macondo dejará de ser ficticia en cien años de soledad, porque lo que no somos nunca lo podremos ser. Porque lo que no tuvimos nunca lo podremos añorar. Y ahora miro este papiro rasgado como mis manos, y observo en estas líneas que ese billete a nunca jamás incluía un viaje de vuelta. Y aquí estoy, mi querido blog, dispuesto a firmar contigo mi pacto honrado con la soledad. Hagamos otro trato: dame esa nueva oportunidad, unamos nuestro virtuosismo de nuevo y hagamos de la escritura nuestro camino placentero de la libertad. Sin intereses, sin concursos que nos coaccionen. Tú y yo, solo para disfrutar de nuestro arte. Y que el destino que busqué sin éxito un día, lo forjen nuestras letras en forma de vías, y que el tren que me llevó a la nada un día, sea movido por los aires de la libertad.


PD: Con esta entrada pretendo dar mi homenaje particular a Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura en 1982 fallecido hace unas semanas, además de recuperar un blog que tantas alegrías me ha dado. Mi ausencia se debía a un cansancio producido por el exceso de escritos (mayoritariamente obligados) que me privaron de mi tiempo y mi libertad por expresar la mejor de las artes, que es la escritura. Espero que os haya gustado, miraré y atenderé deseoso vuestros comentarios y críticas, positivas o negativas. He vuelto. Un abrazo a todos los lectores de este humilde blog.




viernes, 3 de enero de 2014

A mi manera


"Lo esencial es invisible a los ojos", recitaba el astuto zorro a un pequeño Principito que anhelaba la amistad de un ser tan ilusionado y solitario como él. Un chico tan ingenuo como ambicioso, cuya imagen representaba la inspiración de un terrenal al mundo entero. Inspiración, aquella alcanzable con una simple mirada, o intangible para el resto de los mortales. "Lo esencial es invisible a los ojos", se repetiría el Principito. Y sin embargo, todo delante de su espejo, el que cuidaba su apariencia exterior, su presencia ante los demás. La vida es la fiel muestra de un espejo. Todo lo que somos es uno mismo. No hay nada más. Nadie presencia nuestra anónima llegada, nuestros delirios de grandeza, ni siquiera nuestra marcha y viaje a la posteridad del olvido. Ni siquiera la soledad, fiel amiga de todo ser humano. No te invita a tomar un café, pero es leal cuando nadie está a tu lado. No te contesta, pero siempre te escucha. Y quizá, sus silencios dicen más que todas nuestras palabras. Palabras que ya no significan nada, y en el fondo tienen razón. ¿Para qué? Vuelan por el viento hacia un horizonte lejano, tan infinito como el ocaso del mar. Ni siquiera importa la forma, los papeles y las plumas se ahogaron en su tinta hace mucho, mucho tiempo, cuando la poesía comenzó a quedar impregnada con la sangre del enemigo. 

Adoro las paradojas, y esta es una de ellas. Lo importante no es lo que vemos, y todo lo que no vemos es todo lo que somos. Es tan complejo que para qué buscar una respuesta. Total, siempre habrá miles de preguntas aparentemente imposibles de explicar. No merece la pena pues que nuestro querido Principito observe su imagen al espejo, si nada de lo que vemos importa. Bueno, siempre quedarán nuestros queridos superficiales dispuestos a hacernos creer que es oro todo lo que reluce (y en verdad, lo consiguen). Pero hay miles de maneras de mirarnos al espejo, y todo depende de lo que se esconde detrás. Cada uno a su manera, con sus sentimientos. Curioso pues, que observando nuestros rostros veamos lo invisible, sintamos lo insensible. Vivimos en un mundo de contrastes, donde lo que se une termina por separarse, donde el traidor termina traicionado. No entraré a valorar si es justo o no, al fin y al cabo hay personas que piensan que la justicia es la muerte. Pero lo que si es cierto es que esto es todo lo que es. Son tan pocas las certezas y tantas las incertidumbres que nuestro ilusionismo nos lleva a imaginar y a cometer miles de errores. 


Ahora bien, tan malo es ver lo que no hay como no ver absolutamente nada. No hay más ceguera que una mente cerrada y pesimista. Paradójico también que los tontos crean saberlo todo y los inteligentes crean no conocer nada. La vida es compleja, pero quizá no tanto como lo imaginamos. Es esa falta de certezas, el hecho de vivir en el filo de lo desconocido, en las garras del azar, lo que nos incomoda. Y tan malo es el que ensalza sus capacidades como el que las limita. No soy partidario de arrepentirse de los errores ya que, al fin y al cabo, solo el tiempo sabe si las decisiones tomadas son las correctas, pero el arrepentimiento en los fallos es el único camino del perdón. Y es el perdón el valor más olvidado por los humanos. Tan complejo es pedir perdón como ser perdonado. Nunca entenderé cuál es la dificultad de buscar la armonía entre los terrenales. ¿Cuál es el interés de rehuir la complicidad entre dos personas? Perdonar es algo más que una palabra. Se puede consentir que las palabras pierdan su sentido ya que, a fin de cuentas, son puros elementos estéticos. La literatura es un arte formado por palabras, pero el perdón es un valor que jamás debería ser vacío. La única palabra que jamás debería descargar hipocresía alguna. 


Pero no es el perdón un valor encarnado en los hombres, capaces de lo mejor y de lo peor. Capaces de unir dos razas como de separarlas, capaces de elevar sus cimientos al cielo como de hundirlos al infierno. Al final siempre nos quedamos con el error. No importan las virtudes si siempre hay un defecto. No importa la perfección si todo es imperfecto. Siempre pagamos todos, el traidor y el traicionado. Y siempre, y solo siempre, hay una luz en nuestra oscuridad. Somos nosotros mismos, todo lo demás son puros espejismos. Y se mirará el Principito al espejo y comprobará que solo él comprende todo lo que hay tras de sí. No merece la pena compartirlo, porque la avaricia te lo acabará quitando, o la desidia lo acabará rechazando. Estas líneas no están hechas para ser comprendidas por nadie, porque nunca se detendrán a entenderlas. Solo uno mismo es capaz de ser feliz o triste, de reír o llorar, de creer o de ceder. Solo el que no teme a nada es tan poderoso como el que por todos es temido. Solo tú, Principito, tú solo. Mírate al espejo y observa más allá de lo que ves. Recuerda que "lo esencial es invisible a los ojos". Entre rayos de luz artificial reflejados en el cristal verás un camino real, un mañana de esperanza, un sendero de felicidad. Hay miles, millones, pero ese el tuyo. Eso es todo lo que es tu vida. Un horizonte falto de palabras dispuesto a ser rellenado por ellas. Ese es tu camino, Principito, y síguelo a tu manera. O como diría Frank Sinatra, a mi manera. 


PD: Aprovecho mi primera entrada de 2014 para desear un feliz año a toda aquella persona que se acerque a leer este modesto blog. Si bien está más inactivo de lo que a este humilde servidor le gustaría, espero que no perdáis la intriga de leerlo. Recordad que lo importante es tener salud, puesto que sin ella no se puede vivir, y ser feliz con uno mismo. Ser o no ser, esa es la cuestión. A fin de cuentas nosotros somos nuestro mejor amigo y nuestro peor enemigo, de nosotros depende todo lo que hagamos en la vida. Y seguro, que en algún momento del futuro, cada uno de nuestro aliento enterrado permanecerá en un eco aislado entre la eternidad.