miércoles, 30 de julio de 2014

Carta de un corazón desahuciado

 
 
Corazón de nieve, congelado por sus sentimientos, derretido por las lágrimas de tristeza. Corazón de hielo, desahuciado de amor, vacío de cansancio, olvidado entre la arena del desierto o las cenizas de la hoguera. Corazón que hoy hablas en mí, que nadie te ve y solo yo te siento, que nadie piensa en tus pasiones y solo yo las padezco. Corazón de color rojo, como el ardor de los labios que hoy anhelo, azul en sus venas como la mirada que me enamoró un día. En aquel pequeño infinito que me prometiste y que no llegó a ser "para siempre", sino un "hasta siempre". Corazón callado, cuyo silencio dice más que cualquiera de mis palabras. Hoy vengo a hablar por ti, aquí, para que tú y yo desahoguemos nuestras penas, con esas líneas que perduran en el recuerdo de lo efímero, o en el olvido de lo eterno. En esta paradoja que es la vida, en la que juntos estamos destinados a sernos tan fieles como la soledad. Hoy vengo a escribir la carta de un corazón desahuciado.
 
Nada es para siempre, querido corazón. No llores más, tus latidos siempre irán más rápido que el aliento que hoy me falla. Sé que ya no sentiremos nunca más su piel, que aquellas veces en las que suspirabas por salir de mi pecho de lo rápido que ibas cada vez que la veías venir ya no van a volver. Que ese tren que llevaba a Madrid tiene como destino el país de nunca jamás. Habremos perdido, pero no por ello dejaremos de seguir peleando. Supongo que todo lo que se va regresa algún día, aunque no de la misma manera. ¿Recuerdas todo lo que vivimos bajo esas calles de la capital? Junto a ella nos hicimos mayores, maduramos, sufrimos, pero ante todo disfrutamos. Aunque no fuéramos tan bellos como ella, como esa musa que un día plasmó su mirada inmensa como el mar en mí y me abrazó tan fuerte que todavía siento su presencia. ¿Qué me dices de pasear por la Gran Vía a su lado? Tan grande era aquello, y tan pequeños nosotros, que su figura lo simplificaba todo. La inmensidad de Madrid y la simpleza de Guadalajara. 60 kilómetros de distancia fusionados en dos gélidos adolescentes, que se amaban con locura.
 
 
Pero volvamos al presente más cercano. Juntos creímos en el amor fraternal, pero esto no es Filadelfia. Ni siquiera las hermosas calles de París y su aroma a amor, a ese amor que ella me clavó en el pecho cual flecha de Cupido en sus mitológicas historias, o cual puñal ensangrentado por la consumación de una traición. Nos quedamos profundamente enamorados de su blanca y pura piel, de su linda mirada, de su suave pelo, de sus carnosos labios. La sentí como nunca antes había sentido a alguien. Pero no existen los infinitos más que en los cuentos de hadas. Esto es la realidad, la que te obliga a convivir con el dolor, o a quitarte las astillas clavadas. Me gustaría saber, querido corazón, qué sensación es peor: ¿vivir con miedos o la consumación de uno de ellos? Nosotros, valientes y aguerridos que somos, hemos vivido las dos cosas. Sin embargo, no has sido capaz de llevarlo muy bien. Te empeñabas en latir con más fuerza, en comprimir mi pecho para que dejar a mis pulmones sin aire, en apretar mi estómago hasta tener ganas de vomitar. Quisiste hacer físicos los complejos de nuestra paradójica mente, y me hiciste sufrir el doble de lo que yo merecía.
 
 
Pero no te culpo por ello, ambos hemos sido esclavos de nuestros sentimientos. Sé que te preguntas por qué ocurrió todo esto, solo que ya no tiene respuesta. El tren tomó su vía, y se despidió para siempre. Esa es la única eternidad que encontraremos. Podremos volver allí, a aquel lugar donde tantas veces la esperamos, pero ella ya no volverá a estar. Pasearemos juntos, y pisaremos la hierba que un día planchó nuestras espaldas, y las empapó de rocío con el frío. Pero ella no volverá a estar. Volveremos a Madrid, y quizás toquemos el cielo, pero nunca más pasando por sus labios. Ella no volverá a estar. Y quizás volvamos a coger las cartas que un día hicimos pedazos entre arrebatos de ira y llantos, pero ellá no volverá a escribirlas, no volverá a estar. Sé que anhelas tener una cara bonita, o quizás una personalidad más encandilante, pero somos lo que somos y estamos preparados para la derrota. Nos quitaremos las astillas, y clavaremos nuestra bandera en la eternidad. Tú y yo, siempre juntos. Con o sin ella, con o sin miedos. Nunca hemos sido vencedores, pero jamás seremos los vencidos. Estarás llorando en tus entrañas, lo sé, yo también lo hago al leer estas líneas. Pero nunca, nunca morirás por amor, como nunca morirá el recuerdo de aquella pequeña princesa que nos hizo sentir los más grandes. Nunca lo fuimos, pero siempre lo sentimos. Y siempre lo sentiremos, hasta que pares de latir para siempre. Hasta entonces, seguiremos escribiendo. Y hasta entonces, la seguiremos queriendo, convirtiendo aquel pequeño infinito en una gran eternidad.
 
 
 
 
 

miércoles, 2 de julio de 2014

Verano: El contraste del tiempo, la nostalgia de la vida

 
Y llegó verano, con la nostalgia de su recuerdo anhelado y su calor asfixiante. Y llegó verano, con su remanso de paz solitario, con los campos iluminados por el esplendor del Sol más puro, con el reflejo más brillante de sus rayos. Y llegó verano, cuya fugacidad no impide que me siente aquí, ante mi ventana, y observe en cada día, como el ocaso del atardecer tarda en llegar tanto el propio verano. Observo como los días se alargan, como el famoso solsticio hace de rogar la oscuridad de la noche, como las sonrisas se esbozan más que nunca. Y observo, como la tinta que impregna la pluma que se derrama en cada papel, en cada papiro, se derrite ante el achicharramiento del gigante solar. Así que, como toda palabra que se plasma en la vida ha de perdurar en la eternidad, acudo a ti, querido blog, para dedicarte unas hermosas palabras. Tan hermosas como el alba que saluda mi morada, tan hermosas, como esa dulce mirada azulada que intensifica su verde hasta lo más puro de la malaquita.
 
Hermoso y querido verano, que tanta gente te anhela en su soledad. En busca del calor que ningunos brazos otorgan, que el roce de ningún cuerpo les produce. Dichoso el sudor del Sol ardiente, que derrite cada milímetro de los poros de la piel, que desgasta la profundidad de los labios. Dichoso sudor, que discurre por cada centímetro del rostro como todo río que va a desembocar a la mar, y, lejos de congelarse, marca para siempre su cauce, perturbando el de las lágrimas invernales. Metáfora de la vida, tan fugaz y nostálgica como la época estival, pero tan apasionado y carnal como el amor de dos fértiles terrenales. Fertilidad, la de las plantas que decoran los campos previamente coloreados por la primavera. Pasión, la de la Luna en su puro esplendor, reflejando el brillo más grande de la estrella más brillante del firmamento, de nuestro firmamento. Paradojas humanas, aquellas que dicen que añoramos lo que nunca tuvimos, o que vemos lo que nunca se hizo visible ante nuestros ojos.
 
 
Tanto calor, para terminar congelado. Tanto derretirse bajo al Sol, para empaparse bajo la lluvia. Tanto destello de luz, para estremecerse bajo la oscuridad. Tanto remanso de paz, para perecer ante el estruendo de los truenos. Tormentas de verano, que contrastan con el tiempo, que reflejan la existencia del infierno. El silencio, perturbado por el ruido de los truenos; la oscuridad, reflejada en los destellos de las centellas. Y la soledad, detrás de la ventana, observando el cielo ennegrecido, furioso, abochornado, fusionando las gotas de sudor con las lágrimas de la lluvia, ardiente y feroz como el amor carnal veraniego. Puro verano, puro contraste del tiempo. Las agujas del reloj siguen moviéndose, en un constante tic-tac que ni la tormenta perturba, buscando la calma que ni en el amanecer estival se encuentra. La tormenta, fiel reflejo de los miedos, el crescendo de Vivaldi en su obra maestra.
 
 
Y ahí se encuentran las miradas, acompasando la fugacidad de la vida, buscando con sus ojos ese remanso de paz en el infierno venido del cielo, el exilio divinizado. Y llega la calma. No más trombones, no más sonidos graves. La obra maestra ha terminado, querido Antonio. Que llegue la cadencia, que llegue la calma. Y vuelta a empezar, en un proceso tan cíclico como la creación terrenal. Y ahí seguiré yo, solitario, mirando por la ventana como el cielo azul se ennegrece, como el Sol se esconde y aparece, como la luz batalla con la oscuridad, como el sudor sigue su pelea por el cauce de las lágrimas y la lluvia, como el calor busca congelar las almas, como los vecinos de al lado continúan su amor carnal, como los ojos azulados se fusionan con el verde malaquita, como el verano supone el contraste del tiempo y la nostalgia de la vida. Y así será, hasta la tormenta final, cuando el viento se lleve lo que la memoria de los humanos no alcance a recordar. "Porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad en la tierra". Suena Claro de Luna al piano, suenan los trombones de El Verano. La habitación se oscurece, todo parece haber terminado. Querido blog, que estas palabras perduren en ti por siempre en la posteridad, y que esta maldita locura que me persigue, estos celos por plasmar lo eterno, sean algún día la mejor forma de cordura. Y hasta la próxima, porque todo es cíclico en el contraste del tiempo. Hasta el último punto y final.