martes, 27 de enero de 2015

En el cielo siempre brillarán las estrellas

 
Escribo esta carta a la nada para expresar todo lo que siento en este momento. Mi destinatario no vive en este lugar, quizás en algún momento lo hizo, pero este no es su sitio. Se trata de algo mucho más espiritual que material, de esos sentimientos utópicos y abstractos que dan sentido a la vida real. Una vida efímera, terrenal, en muchas ocasiones compleja y siempre con un punto y final. Odio las despedidas, nadie está preparado para ellas. Y, probablemente, llegan cuando menos las esperamos, y cuando menos estamos capacitados para afrontarlas. Caprichos de un cruel destino. Dicen que las personas aprendemos a ser personas en las despedidas, en esa mezcla de dolor y orgullo, cuando todos los recuerdos y momentos vividos se funden en un breve segundo. Un flashback que perdura siempre en la mente humana, esclava de sus sentimientos.
 
Nadie elige las vicisitudes del destino. Nadie se libra de las garras de las circunstancias. Aunque la vida es caprichosa y se ceba más con unos que con otros. Sin embargo, muchas veces encontramos ese destino en los caminos que tomamos para evitarlo. Volamos hacia un infinito que no lleva hacia Roma. Que se lo digan a Orfeo y su hermosa lira. El infierno decidió llevarse a su musa, a su Eurídice inmortal. Solo que ella no estaba hecha para el mundo terrenal. Bajó a lo más profundo el inframundo, pero la presencia de su amada se desvaneció en las cenizas del olvido. Llantos de agonía que entrecortaron su maravillosa voz. Lágrimas de amargura y penuria que componían un canto a la soledad. Has de entender, querido Orfeo, que lo que un día fundimos en nuestra piel no era más que un ángel buscando la hora de subir al cielo. No te tortures en tus pesadillas, todos vivimos con dolor. Pero debemos de saber llevarlo.
 
Los ángeles son eternos, no están hechos para una vida efímera como la nuestra. Lo suyo es contemplar las sonrisas de aquellos que un día viajarán con ellos al cielo. Lo suyo es reflejar la belleza de una dulce mirada con el brillo de su luz. Porque una estrella es el reflejo del alma, el destello que ilumina la opacidad de la noche. Allí residen los ángeles. Como un destello bajan a la Tierra y nos encandilan. Como un destello desaparecen y vuelve a su hogar. Nosotros vivimos enamorados de esos ángeles, subimos a lo más alto de aquel cerro lejano que contemplo en mi ventana solo para observarlas. Se colocan, formas figuras, constelaciones... Y sonrisas. Sonrisas que parecen puros espejismos. Destellos terrenales que desaparecen cuando esa luz se apaga, cuando el ángel vuela para nunca volver a aterrizar a nuestro lado. Cuando la estrella nunca volverá a brillar.
 
Pero no es así, nunca lo será. El dolor no evita que el mundo siga su curso y que el Sol ilumine cada alba y decore cada ocaso. Y el angelito cogerá su escalera hacia el cielo, la subirá hasta alzar el vuelo, y allí reposará en la eternidad, en el infinito que soñamos y que siempre nos dijeron que no podremos alcanzar. Entonces, ese ángel que voló hacia la inmortalidad congeló nuestras lágrimas de tristeza, y las transformó en un espejo donde plasmar su eterna sonrisa. Y te eligió a ti, tan dulce, decaída y abatida por los golpes. Te eligió a ti para esbozar su hermoso rostro. Ahora, tú eres ese ángel. Y volarás, volarás alto. Pero mientras tengas un motivo para vivir, lograrás miles para soñar. Y él, el que tantas veces reía ante tu rostro terrenal, te esperará con la mano tendida mientras observa lo que él siempre tuvo en vida. Ahora lo contempla desde su firmamento, en el que estarás un día cuando tus huesos se fundan en cenizas y tu alma siga reflejando las razones de tu corazón indefenso. En él reside el ángel que ahora controla el compás de tus latidos, la estrella que controla tu destino. Laterá al son de la Luna, se unirá a los millones de astros que componen las galaxias. Pero siempre buscará iluminar tu sonrisa. Porque en el cielo siempre brillarán las estrellas.

jueves, 22 de enero de 2015

Cuestión de fe

 
 
"Si el hombre vive es porque cree en algo". Creer, vivir, soñar. Detrás del reflejo de esa ventana existe un lugar plagado de sueños, más allá de la incandescente atmósfera de nuestro planeta. Una espiral de pensamientos, de ideas que fluyen como los griegos afirmaban. Todo está escrito, solo falta alguien que lo plasme. Solo falta alguien que crea en esas ideas, o que apoye sus convicciones. Porque aquel que tiene fe nunca está solo. Creedme, es cierto lo que digo. Detrás de un solo motivo para vivir hay miles para soñar. Y si los sueños, por imposibles que sean, pueden llegar a cumplirse, es porque estamos capacitados para llevarlos a cabo. Algunos escépticos pretenden justificar la fe como una cualidad otorgada por el creador que guía el camino de la vida eterna. Religión lo llaman. Quizás habría que crear otra corriente filosófica, otro sendero entre los miles de cruces que guían hasta Roma. Porque quizás sea el hombre su propio Dios, el creador de su destino. Cuestión de fe.
 
Fe, creencia en algo sin necesidad de que haya sido confirmado por la experiencia o por la razón, o demostrado por la ciencia. No soy más que un escritor, o un simple intento de ello. Pero me permitiré discrepar y aplicar aquello que está tan de moda y que muchos quieren enterrar. Libertad de expresión, fe absoluta en mis convicciones más allá de los prejuicios y temores. ¿Acaso no existe razón en la mente de un loco? ¿No es cierto que la cordura es la mayor de las corduras? Cierto, que mi mundo interior busca siempre lo más contrastante. Pero tengo razones, ¿no? Las de un corazón indefenso, las que convierten en claro lo que no desprende ninguna nitidez, lo que convierte en cristalino la pared más opaca. Cuestión de fe.
 
Todos creemos en algo, por inverosímil que sea. Por miedo al rechazo, por temor a lo que digan o dejen de decir, nos resguardamos en nuestro mundo interior con esos secretos que llevaremos juntos a nuestra tumba. Pero no nos engañemos, son esas utopías ilusionistas las que nos hacen vivir una vida tan certera. ¿Realidad o ficción? Simplemente, nuestra fe. La fe del desahuciado, del que vive de la caridad ajena, del que daría toda su fortuna por un poquito de felicidad, o del que creía haber encontrado el amor de su vida y ahora es un recuerdo difuminado de esa ventana que miraba al inicio y reflejaba mi rostro, más entero que nunca. Ese rostro jovial, con los ojos menos hinchados que estos tiempos pasados y con el cauce de las lágrimas más seco que un verano en el Sahara. Porque la travesía en el desierto terminó hace tiempo. Cuestión de fe.
 
Porque los tiempos donde nada era posible terminaron cuando el hombre se sentó ante sí mismo y se dijo que quien pierde su fe no puede perder más. Que nunca habrá que tener fe en aquel que la perdió. Palabra de Shakespeare, palabra de humano. Porque todos los caminos se desvían, pero siempre convergen en el mismo destino. Así que a todos aquellos que partieron, que decidieron olvidar las huellas que trazaron a mi lado en busca de un porvenir más ameno, les mandaré un fuerte saludo con el estruendo de mi andar. Nos vemos en la eternidad. La que empieza en tu mirada y acaba en lo más profundo de tus labios. Qué demonios, esto dejó hace tiempo de ser una carta de amor. La eternidad la dicta nuestra mente, la que guía nuestras manos atadas y nuestras piernas esposadas. No importa cuánto nos coaccionen nuestros propios sentimientos, somos libres de pensamiento. Porque aquel que cree nunca conocerá la soledad, se tendrá a sí mismo. Y los trenes que parten siempre regresarán a la misma estación, mientras la puerta del solitario retumbará afuera. Es, simplemente, cuestión de fe.
 
 

domingo, 4 de enero de 2015

Un hermoso lugar

 
Existen muchas palabras para definir la belleza. Algo bonito, esbelto, excelso, maravilloso, primoroso, apuesto, vistoso... Infinidad de metáforas y piropos, incluso de tópicos. Locus amoenus, nuestro paisaje idílico, nuestro paraíso de evasión. Hablemos un poco de belleza, de nuestro jardín de las delicias. ¿Qué es la belleza para nosotros? ¿Qué consideramos bello? Supongo que todos pensamos en algo superficialmente llamativo para nuestros ojos, o simplemente una sensación que altera positivamente nuestros sentimientos. Un estímulo en toda regla, al que reaccionamos con mariposas que revolotean nuesto estómago. Ups, estoy hablando de amor y deliro. No confundamos, aunque la música de las esferas de Pitágoras quiera relacionar los sentimientos en una proporción perfecta. Me atreveré a discutirle, por muy anónimo que sea. De valientes está lleno el mundo, y los cementerios. Aunque eso es otra historia.
 
Lo cierto para alguien como yo es que las palabras fluyen por sí solas, como los ríos de Manrique que mueren a orillas de la mar. Un cauce perfecto de letras combinadas, de sentimientos que se elevan hacia lo más puro del cielo, del éxtasis, del corazón. Soy de lo que piensa que esos momentos breves, instantes efímeros ni siquiera plasmados en los libros de historia que nos vuelven locos de atar, forman parte del pasado. Sí, todo lo que sucedió ayer fue mejor que lo de hoy pero peor que lo de mañana. Esclavos de nuestros pensamientos, presos de nuestros sentimientos. Demasiado paradójico para no ser un delirio de amor desahuciado, de corazón indefenso. Yo, como tantos otros, fui víctima de esa medicina que no cura pero alivia, que no es más que un parche entre tantos pinchazos. Porque sí, el pasado es un hermoso lugar. Pero, ¿es realmente un lugar para vivir?
 
Sospecho que los problemas nunca se solucionan lamentando nuestra suerte, sino aceptando y asimilando que están ahí. Muchas veces, por no decir siempre, sentimos nuestros problemas en vez de padecerlos. Los lloramos en vez de afrontarlos, los lamentamos en vez de aceptarlos y pensar que están ahí, pero que se tienen que marchar. Sé lo que es mirar a los ojos del pasado, lo que es encontrarte en ese lugar en el que siguen marcadas nuestras huellas y donde ya nada es igual. Esos lugares maravillosos donde hicimos los recuerdos del ayer, las memorias del mañana. Entiendo lo duro que es asimilarlo, que te fundes en un mundo retrospectivo donde la vida te abofetea con una dolorosa dosis de realidad. Pero, dejadme que os pregunte algo. Si los recuerdos del ayer fueron un presente donde paralizamos el tiempo, ¿por qué no hacemos del hoy los recuerdos del mañana? ¿Acaso no podemos parar el tiempo de nuevo?
 
Nadie contabiliza el tiempo de manera exacta, es una abstracción, algo relativo que no podemos concebir. Nuestra naturaleza humana nos obliga en cierto modo a contabilizar las cosas. Pero no siempre sale el Sol a la misma hora y en el mismo lugar. Porque no en todos los lugares existe un ocaso tan bello como las estrellas de la noche que reflejan la luz del día en la otra punta de nuestro planeta. Porque incluso el destino es caprichoso y la estrella más vital de nuestro firmamento deja de brillar un día donde las flores decoraban el camino del cielo o donde las arenas del desierto acompasaban el sendero del infierno. Quizás todo sea tan complicado de entender que la búsqueda de respuestas, de certezas, sea el mártir de mi alma. Sin embargo, mis palabras no tendrían sentido si nada fuera de esta manera. Si consiguiera evadirme del dolor por las leyes de la física. Las ideas no están en el aire, fluyen en nuestra mente. Buscamos certezas del pasado, pero vivimos de los sueños del presente y de las ilusiones del futuro. Cada "crisis" es una nueva oportunidad. Porque entre sus sinómimos, "cambio" va antes que "peligro" en el diccionario. Comprendo que el devenir de las circunstancias nos produce confusión y angustia, pero las puertas que un día estuvieron cerradas hoy están abiertas de par en par. Quien sabe, si este presente, si esas puertas, conducen a un hermoso lugar.