jueves, 16 de mayo de 2013

Amor de Abuelo: Latente en el alma de la eternidad


Tarde del 15 de mayo. Ayer era San Isidro, y no era madrileño, pero festejaba como nadie esta fecha. Ayer era San Isidro, y mi corazón se alegraba tanto como el de las mocitas madrileñas que recorren desde Carabanchel hasta La Castellana. Ayer era San Isidro, y otro año más se cargaba en las espaldas de mi abuelo. Mi gran abuelo,  aquel que me cuenta cada misterio de esta historia llamada vida. Aquel que se desvive orgulloso por contarme sus andanzas del pasado. Aquel que vive alegre el presente con sus nietos, conmigo. Aquel que posee un amor latente en el alma de la eternidad. Son casi siete décadas de vida, de vivencias inalterables en la historia. De momentos complejos, también felices, en los cuales dejaste todo por conseguir el ansiado camino de la felicidad. Por ti, por tus hijos, por tus nietos. Por mí, por las primas, por la tía y el tío, por mi padre. Por todos ellos, gracias abuelo. Esto va para ti, y espero que lo guardes en un rinconcito de tu enorme y rejuvenecido corazón. 

Qué lejos queda ya aquel mes de mayo de mediados de los '30, cuando viniste al mundo, mientras España se dividía en rojos y azules, mientras las tierras de Castilla se convertían en rojas por los montones de sangre derramados en cada ser terrenal que moría en la desgraciada Guerra Civil. Tanto has vivido, que podrían hacerte un altar en el cielo directamente. Tanta es tu vitalidad, que podrías vivir otros setenta y pico años más. O no morir nunca, como tu alma inmortal. Como tu amor de abuelo. Ese que me muestras cada segundo de tertulia contigo en Cuenca, en cada conversación en el pueblo. Ese que muestran tus orgullosos ojos cada vez que te hablo de mis notas, o cada vez que te llamo para compartir un poco de mi tiempo contigo. Habladurías que no cambio por nada en el mundo, porque no tienen precio. No hay nada más grande que las enseñanzas de un sabio señor, y en sabiduría no te gana nadie. Ya sabes que el diablo sabe más por viejo que por diablo, y nadie está tan curtido como tú. Y nadie está más orgulloso de ti que yo, y que mi hermano Javi. 


Setenta y tantos años de esperanza y amigo de tus amigos como diría Perales. Setenta y pico años levantándote cada día para que el Sol alumbre tu arrugado rostro, para trabajar y traer el pan de cada día. Humilde, como cualquier campesino de La Mancha. Honesto, como cada hombre agradecido al regalo de la vida. Así eres tú abuelo. Y colchonero, que no se me olvide. Junto a ti nacieron mis primeros sueños. Ilusiones utópicas que uno intenta convertir en realidad mediante su alocada mente. Sueños, como ver a nuestro Atleti ganar un título juntos. Benditos Atleti que une nuestras almas, ¿verdad? Charlas de horas y horas por el equipo de nuestros amores, el que tú inculcaste a mi grandioso padre cuando el rojiblanco se instauraba en las inmediaciones del Estadio Metropolitano. Cómo hemos cambiado también. Ya no están los Peiró, Collar, Adelardo, Luis, Gárate, Leivinha, Luiz Pereira y compañía que tantas alegrías te dieron, mientras yo solo era puro ilusionismo del futuro. Tú has sido el inicio de todo, de que yo pueda disfrutar de ese cielo tan inalcanzable para los humanos y tan posible para lo eterno, lo que solo puede equipararse a tu amor y bondad. 

Podría morir aquí presente si escribo todas mis muestras de agradecimiento y cariño hacia ti, pero no se trata de eso. Se trata de que te llegue al alma, abuelo mío. Ahora, con una vida bien intensa y compleja, es turno de que lo dejes todo, te sientes frente a la ventana y llueva, nieve o salga el Sol, guardes estas palabras y las recuerdes siempre. Porque vayas donde vayas, siempre estará el amor de un nieto. Porque estés donde estés, siempre habrá, al menos, dos mentes que te tengan presente. Porque cada logro que consiga, siempre tendrá tu espíritu presente. Porque permanezcas lo que permanezcas en este mundo terrenal, siempre recordaré el 15 de mayo como el cumpleaños de una de las personas más grandes que jamás conoceré, no por la festividad de tu santo tocayo. Y siempre poseerás, pase lo que pase, el orgullo de unos familiares que solo podrán decirte gracias por todo, gracias por tu amor, gracias por ser así, abuelo. Ojalá sigamos cada año brindando en cada Navidad por nosotros, por nuestro cariño, por el Amor de Abuelo: latente en el alma de la eternidad. Espero que disfrutes de esta carta cada día como si fuese el último ¡¡¡Feliz cumpleaños!!!




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