martes, 5 de marzo de 2013

Miedo: el peor de los temores

 
"No temas ni a la prisión, ni a la pobreza, ni a la muerte. Teme al miedo". Puede sonar contradictoria la frase de Giacomo Leopardi, pero no hay nada de falso en esta afirmación. Miedo, ese estado de agustia y nerviosismo que ninguna mente cuerda es capaz de superar. Miedo a amar, miedo a fracasar, miedo a la muerte, miedo a sufrir... Nada es más fuerte que el propio miedo que se apodera de nosotros. El miedo es silencioso, no se expresa con facilidad. Nos controla, nos posee, nos hace esclavos de nuestros propios corazones. No hay control de nada, solo pensamientos de horrible sufrimiento. El miedo nunca sale de nosotros, es el compañero más fiel. Jamás te engaña para marcharse con otro. Es como un doloroso cáncer sin cura que se reproduce cuando uno menos lo espera. Temer al miedo, el peor de los temores. Con esta reflexión inicial comienzo esta entrada sobre esta terrible emoción y este estado de ánimo que todos padecemos, y que no todos somos capaces de superar.
 
Miedo. Todos lo tenemos, por alguna circunstancia o por otra. Algún trauma, alguna imaginación conspirativa procedente del infierno, algún espíritu maligno... Malditos los demonios que traen el miedo a nuestras almas. Puros mentalistas que nos controlan a su antojo, como quieren y cuando quieren. Cosas de la vida, tan incomprensible como eterna. Tan grandiosa como inalterable. Solo ella escribe nuestra historia, que nosotros debemos padecer e interpretar. Empecemos por el miedo a lo desconocido. El más complejo y general. No saber el porvenir que nos espera, cuál será nuestro futuro... Millones de preguntas desesperadas que no encuentran respuesta en el alma. Angustia, impotencia, rendición y mucho, mucho sufrimiento. El miedo a sufrir, aquel peor que el propio sufrimiento. Temer sufrir ya es sufrir temor. Inevitable no rendirse ante el poderío de nuestro mundo. Al fin y al cabo, somos eternamente vulnerables, nadie puede negarlo.
 
 
 
Y caemos sobre nosotros mismos, buscando esa dichosa respuesta por el callejón negro de la tormenta, entre los destellos de los relámpagos que iluminan nuestra angustiosa alma. Entonces y solo entonces, podemos ver la sonrisa del miedo entre nuestros órganos, como si del malvado Jóker se tratase. Tal es nuestra imaginación, que hasta nosotros mismos nos asustaríamos de saber lo que podemos llegar a soñar. Miedo a lo imposible le llaman, o mejor dicho, miedo a fracasar en el intento. Cuantas veces habremos tenido un objetivo que nuestro propio orgullo no se ha atrevido a emprender. Tal vez nos arrepintamos cuando llegue el día de partir hacia el cielo, pero mientras somos seres terrenales, solo podemos dejar aparcados los sueños utópicos. Y todo por el miedo a fracaso: el único que impide el cumplimiento de cualquier sueño. Maldita sea nuestra mente cuerda y maldita sea nuestra locura del alma por hacernos soñar con lo aparentemente irreal. Cualquiera que lea estas líneas entenderá lo que digo. Mientras os rendís ante la evidencia, buscareis la razón de vuestro miedo y tratareis de deciros a vosotros mismos que luchareis por cumplir ese gran sueño. Pero os engañais, sabeis que no lo hareis. No luchareis por ese sueño tan imposible solo por no querer fracasar. Al fin y al cabo tampoco es tan relevante, ¿verdad? Mejor vivir con la ilusión de imaginar que con la certeza de intentar todo por sentir lo imposible. Porque lo único imposible es lo que no se intenta. Somos débiles y cobardes, porque todos sabemos que el miedo es natural de los prudentes, pero es de valientes saberlo superar.
 
 
Miedo a fracasar, miedo a amar. Van instintamente relacionados. Olvidamos el verdadero sentido del amor, perdemos la percepción de los corazones. Ignoramos que no hay nada como la pasión de conquistar el cuerpo de una princesa. Y todo por experiencias pasadas. Nos rendimos, hincamos la rodilla en el suelo como Boabdil al perder Granada en manos de los Reyes Católicos. Y lloramos, sin saber que a nuestro alrededor tenemos las señales que nos guiarán al camino del amor fraternal, ese que se guarda en las frías y melódicas calles de Filadelfia. Pero instintivamente, tememos a que nos rompan el corazón otra vez, dejando pasar miles y miles de trenes. No habrá época para arrepentimientos, no habrá sitio para los cobardes. Y estos no tendrán una chaqueta para ocultar sus avergonzados y melancólicos rostros bajo la lluvia. El éxito consiste en ir levantándose de cada fracaso, aprendiendo de cada experiencia. Podremos tener miles de desengaños amorosos, que solo serán caminos que nos lleven hacia nuestra persona ideal. No habrá lugar para los miedos y el sufrimiento. Solo existirán valerosos hombres en la batalla del amor, solo los más impredecibles y románticos conquistarán los eternos corazones de las doncellas. Por entonces, cualquier caballero sentirá miedo a perder, miedo a caer en el intento, pero jamás lo mostrará. Solo así nuestro orgullo superará la temible amenaza de la vida, el miedo. Como hizo William Wallace derrotando a los escoceses o David con Goliat, el orgullo pudo al miedo: el peor de los temores.
 
 
PD: Espero como siempre que os hayan gustado estas humildes líneas para vosotros. Me hubiese gustado que os identificaseis con la entrada, porque es el principal fin de estos párrafos. Siempre es un placer escribiros, y más sobre estos sentimientos tan comunes entre todos los humanos. Comentad si os ha gustado, me encanta que opineis. Y recordad que cualquier sueño se puede hacer realidad si dejamos a un lado el miedo a fracasar.
 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario