sábado, 24 de noviembre de 2012

Paradojas de la vida: Ganas de reír y motivos para llorar

 
Paradojas de la vida. Hoy es uno de esos días donde el corazón solo tiene motivos para llorar, para sacar todos los sentimientos melancólicos que lleva en su interior, en cada latido. Miras a la calle, apoyado a la barandilla de tu balcón, y lo único que encuentras es el aire moviendo las nubes que tapan el Sol y los árboles sin hojas que añoran tiempos pasados donde las flores daban color a nuestro mundo. ¿Dónde han quedado esos tiempos en los que sonreír era una rutina? Ahora están por el aire, yéndose lejos, muy lejos, a un lugar donde nunca los volveremos a encontrar. Las penas se ahogan en cada lágrima que sale de nuestros ojos, tan bellos cuando el alba los ilumina, y tan desoladores cuando el mar de la tristeza los ahoga. Entonces esas lágrimas empiezan a escribir palabras y a buscar una simple respuesta a miles de preguntas que descomponen nuestra cabeza.
 
Desgraciadamente, esa respuesta nunca se encuentra. Y esos sueños que un día parecían tan reales se diluyen en la brisa triste que produce una soledad profunda. No hay pasado que se pueda recuperar, ni esperanzas de futuro que parezcan una realidad. Parece el fin, ese punto de no retorno donde solo queda la melancolía de un corazón indefenso. Las ganas por mostrar nuestras perlas que tenemos en la boca en forma de una gran sonrisa se ahogan en un presente desolador. Solo queda cerrar nuestros ojos y no volver a llorar, para soñar con nuestra princesa que nunca podremos encontrar. Tantas cosas que la mente puede imaginar y tantas cosas que no se pueden expresar. Otra paradoja de la vida.
 
Hay razones del corazón que la razón no entiende. Qué gran frase, ¿verdad? Tantos sentimientos que tenemos y que hemos tenido al encontrarnos con una bella chica y que nunca hemos sabido expresar por miedo a perder, a ser ridiculizado. Ahora recordamos ese pasado, esas oportunidades perdidas por no querer fracasar, cuando en realidad lo único que nos esperaba era la gloria. Tan cerca y tan lejos de tener al lado a nuestra chica perfecta, con la que algún día habíamos soñado con recorrer juntos las frías calles de Filadelfia o las amorosas calles de París.
 
 
En ese momento, los sueños pretéritos vuelven a sacarnos una sonrisa entre el mar de lágrimas en el que seguimos sumergidos. Pero donde hay una sonrisa, hay esperanza. Y en el amor lo último que se pierde es la fe. Así es como otra vez, mientras la Luna intenta hacerse un hueco entre las nubes, recuerdas la mirada limpia y tierna de aquella princesa que conquistó ese humilde corazón. Y vuelves a soñar con esa dulce voz que decía tu nombre todas las mañanas, y vuelves a sentir ese cosquilleo en el estómago que te daba el cruzarte con ella. Mientras ocurre todo esto, el cielo se despeja y las brillantes estrellas colorean un ennegrecido cielo. Una de ellas clava su mirada en la tuya, y entonces es cuando observas el rostro de aquella Diosa de la que te enamoraste (como un día hizo el romano Marco Antonio con la egipcia Cleopatra) y te dice "ven conmigo, aún es posible".
Probablemente todo esto sea como un sueño (pensamientos que parecen inalcanzables para un ser terrenal) pero la fe mueve montañas y a través de la fe nacen nuevos sueños, por lo que si los sueños son tan grandes como las montañas ¿por qué no pueden ser reales? La vida son constantes estados de ánimo, y mientras nos hundimos en nuestras lágrimas, nacen nuevos sueños que podrán sacarnos una sonrisa. Así es el amor. Paradójico, pero real =D
 
 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario