Tarde soleada en un lugar perdido
por la Serranía de Cuenca. No corre el tiempo en este remanso de paz y
tranquilidad, como si de repente nuestra vida se detuviese en uno de esos
momentos que nos dejan sin aliento. Silencios imperturbables que lo dicen todo,
palabras y más palabras que se las lleva el viento y no dicen nada. Y solo la
música, el dulce sonido de los pajaritos al cantar, es capaz de dar colorido a
este lugar que mezcla el Sol con las nubes, la paz con la armonía y
cordialidad. Así es este peculiar lugar desde el cual os escribo, un oasis en
el desierto, un paraíso entre el infierno de la ciudad. Un pacto de paz entre
la guerra, entre el amor y el odio. Una maravilla de la madre Naturaleza donde
olvidar todos nuestros problemas, todos nuestros miedos, solo en busca de
nuestra paz interior. Quería destacar este fantástico lugar que es Fuente Las
Tablas, por hacer de esta escritura unos párrafos peculiares. No me centraré en
un tema en concreto, ni en Alquimias que expliquen la soberanía de este territorio,
ni en historias de desengaños y complejos que busquen reflexiones o análisis en
nuestras mentes terrenales. Hablaré de mí, reflexionaré sobre mi vida. Así me
lo pide el corazón, nunca vienen mal una serie de confesiones ante vosotros
para reinventarse y romper con lo modélico o habitual. No solo me lo pide el
cuerpo, me lo pide este mágico y fantasioso lugar.
Porque fue ayer cuando sentí una
sensación que hacía mucho que no notaba con tanto ímpetu en mi alma. Era una
hora relativamente tempranera, mientras la noche había caído ya sobre este
paraíso, cuando decidí adentrarme en la habitación nº15 de este albergue. Solo,
sin compañías, como ahora. Quería leer, quería soñar. El corazón me pedía
anhelar viejos tiempos que solo los mágicos lugares pueden recuperar. No duré
mucho leyendo con mi revista, puesto que en apenas un cuarto de hora los
párpados ya me pesaban. Así que bajé de mi litera, dejé la revista en la mesa y
apagué la luz que alumbraba esta pequeña habitación. Mi cuerpo, agotado por la rutina
que tantas veces reconcome mi cabeza, me dijo que era hora de tumbarse y cerrar
los ojos. Daba igual que no hubiese nadie con quien estar o que apenas fuesen
las 23:00 de la noche. Las piernas no me sujetaban, mi cabeza quería estallar y
yo solo quería como terapia dormir. Pero un aliado me acompañó en este viaje
ininterrumpido de once horas de silencio. Soñé, como nunca antes lo había
hecho. Sentí paz en mi cuerpo como nunca antes, ya que la rutina esta vez no
podía suponer ningún impedimento.
Todo esto vino precedido por una reflexión previa en mí. Leer me hizo sentir una profunda impotencia, de querer imaginar ese mundo ideal al que pocos pueden llegar. Leí las gestas de mis grandes héroes pensando en si yo sería capaz de emular semejantes hazañas. Mi cuerpo quería crecer y simular los hitos que estaba dispuesto a cumplir. Pero no podía. No quiero crecer, pero mi ambicioso corazón quería viajar al futuro y probar lo que es triunfar. “Porque si no soy yo, quién” me preguntaba. Pero todo tiene su tiempo, su época. Puede que ahora quiera comerme el mundo y no pueda. Puede que cuando sea la hora de cambiarlo todo, no lo aproveche y sea demasiado tarde. El caso es que me fui desilusionado a la cama, sumergido en mis situaciones embarazosas que tantas veces invaden mi cabeza. Pero bendito lugar, bendita magia la de estos parajes que hicieron que ese viaje que no pude realizar en vida se diese lugar en uno de los mejores sueños que he sentido. Mejor dicho, que he vivido. Los sueños se viven, no se sueñan. Parecía que durante esas horas de sueño que tuve en esta noche el tiempo había vuelto a pararse, como en esos cuatro minutos en los que Máximo, moribundo, recuerda a su familia antes de morir tras su pelea con el emperador en la legendaria película de Gladiator. “Ahora somos libres”, se decía a sí mismo el gladiador hispano tras su colosal batalla en el Coliseo Romano. Libertad, es lo que siento en este lugar. Nadie me impide hacer lo que quiero, nadie me limita a realizar ciertas acciones que yo no quiero cumplir. No tengo deberes, todo son derechos. Puede ser que no vuele como los halcones de por aquí, pero tengo la misma sensación que ellos. Apenas son dos días los que pasaré aquí, pero cuentan como miles, porque la libertad es lo que hace a los hombres inmortales e invulnerables. O, al menos, soñamos con serlo.
Soñé con recorrer el mundo olvidando todas las dificultades que se impusieron en mi camino. Soñé con ser feliz al lado de esa princesa que todos quieren y todos añoran, recorriendo el Universo sin que exista la soledad. Soñé con la felicidad que a veces es tan rutinaria y otras tan inalcanzable (cuestión de segundos que cambian la vida de un hombre). Soñé con ser grande, eterno como las Pirámides de Egipto tan mencionadas siempre en este blog. Soñé lo que nunca antes había conseguido sentir. Quizá esto quiera decirme que hemos de reinventarnos para ser felices. No sé, la Alquimia ya me dará una respuesta. El caso es que, vaya donde vaya, perduren o no estas líneas, ayer pude sentir en mí las mieles de la libertad que no entiende de problemas ni preocupaciones. Quizá todo sea una patraña provocada por la magia de la hipnosis, pero todo sea por una sonrisa. La que no me olvidará cada vez que recuerde estas palabras, cada vez que pise este maravilloso lugar: Fuente Las Tablas.
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